15 de junio de 2009
- CREDO -
El compromiso auténtico
Una buena noticia religiosa
Pacho O´Donnell
Para LA NACION
Noticias de Opinión
Entre tantas noticias turbias, por fin una que reconforta: sacerdotes que cumplen con su misión en barriadas marginales, aunque la noticia ocurra porque fueron amenazados por narcotraficantes. Más allá de la circunstancia dramática, el saber acerca de la actitud de estos religiosos se contrapone a las noticias de índole religiosa que últimamente han circulado en nuestros medios: sacerdotes acusados de pedofilia, ex obispos que mientras lo fueron engendraron hijos ilegítimos, críticas al Papa. Lo de los curas amenazados pone en superficie la realidad de que la mayoría de nuestros religiosos cumplen cabalmente con su apostolado, hasta con riesgo de sus vidas como en el caso que nos ocupa.
La Iglesia Católica ha pasado por circunstancias difíciles desde que Cristo la fundó sobre Pedro: herejías, disidencias, apostasías, guerras, desvíos, etc. Su solidez interior, su plenitud de sentido, su comunión con las necesidades de la gente, han hecho que sobreviviera a todas ellas.
A raíz del advenimiento de la sociedad industrial y urbana en el siglo XVIII, el avance de la ciencia y la expansión de ideas seculares de libertad en el orden personal, político y cultural fueron ganando terreno y desplazando lo religioso de la vida pública a la esfera de lo privado. El racionalismo y el cientificismo de la modernidad parecían capaces de dar cuenta de los misterios de la condición humana. El progreso prometía un futuro con avances tecnológicos que disminuirían la necesidad de trabajar, prolongarían la vida y terminarían con la amenaza de guerras. Sectores de ese mundo esperanzado consideraron que lo espiritual y la religión eran prescindibles, innecesarias, remanentes de la ignorancia y la superstición.
Pero a la larga dicho positivismo cientificista, amén de avances indudables, tiñó al futuro con el terror de la guerra nuclear, con la propagación de enfermedades provocadas por el hombre, con una intolerable asimetría entre la riqueza y la pobreza, y provocó el desplome de la era de la modernidad.
Ello, en primera instancia, no significó el renacimiento de la religiosidad sino, por el contrario, la elevación de la pagana deidad de nuestros tiempos: la economía al servicio del consumismo exacerbado y la especulación financiera. Ante el altar del nuevo becerro de oro se sacrifican las propias convicciones y se las reemplaza por aquellas conductas y creencias que el sistema imperante requiere para su expansión y crecimiento. Hoy, la búsqueda de la realización personal, del sentido vital, se dirige hacia el tener, ya no el ser. De lo que se trata es de acumular posesiones, mientras más sofisticadas mejor, por la vía que fuera, trabajo, estafa, robo, secuestro, narcotráfico.
Para ello fue necesario dar el tiro de gracia a los valores que ordenaron la vida en común. El miedo al castigo divino parece ya no servir como freno para las ambiciones desbocadas, para el imperio de los deseos individuales atropellando al prójimo. La honestidad y el esfuerzo son recursos perdedores ante la eficacia de la inescrupulosidad, lo espiritual es un lastre en la despiadada carrera por la obtención de las conquistas materiales.
El obispo Gianfranco Girotti, director del Penitenciario Apostólico, en el Vaticano, expresó la alarma: "Uno no ofende a Dios sólo al robar, blasfemar o desear la mujer del prójimo, sino también cuando uno daña el medio ambiente, participa en experimentos científicos dudosos y la manipulación genética, acumula excesivas riquezas, consume y trafica con drogas, y ocasiona pobreza, injusticia y desigualdad social".
Pero afortunadamente son ya evidentes signos de revitalización del espíritu cristiano, como reacción ante tanto desquicio, como fue evidente en la conmovedora reacción que provocó el caso de los curas amenazados.
Asimismo, se expande en sectores cada vez más amplios la comprensión de que los horarios de juveniles salidas nocturnas no son sino operaciones de los traficantes de drogas porque, ¿quién puede mantenerse insomne y activo a las siete de la mañana sin la "ayuda" de algún estimulante? Por otra parte, cada vez es más vigoroso el reclamo ciudadano por honestidad y republicanismo en nuestras dirigencias públicas y privadas. También por un rescate de los medios masivos de la exaltación de la decadente frivolidad y de su urgente puesta al servicio de la recuperación de los valores indispensables para hacer vivible una sociedad.
Pero mucho camino queda por andar. Es tiempo de reaccionar, de saber que el cambio que nuestra sociedad requiere está en cada uno de nosotros, en los grandes compromisos, pero también en las pequeñas acciones que provoquen respuestas positivas, como en mi versión libre de un bello cuento del sacerdote benedictino Mamerto Menapace: "Un joven ingeniero agrónomo, con las ínfulas de todo recién graduado, dueño de algunas hectáreas en el Chaco, decide comentar sus proyectos con un vecino, el viejo don Laureano.
Luego de los saludos de rigor, y una vez que se aquietaron los perros, el joven le dijo, ufano:
-¿Ha visto don Laureano mi campito?
-Sí, ¿cómo no lo voy a ver? Lindo es, patroncito.
-Bueno, don Laureano, yo le quería preguntar qué opina usted sobre la posibilidad de que ese terreno me dé buen trigo?
-¿Trigo, dijo, patroncito? -respondió dudando el paisano-. No, mire, no creo que este campo le pueda dar trigo. Fíjese, ¿no? Los años que hace que yo vivo aquí y nunca vi que este campo diera trigo.
La respuesta desanimó un poco al joven ingeniero que, tomando en serio esa opinión basada seguramente en una experiencia tan respetable como la de don Laureano, lo llevó a deducir que aquella tierra padecería de algún problema de pH o de carencia de cierto oligomineral.
Consultó por otro cultivo:
-¿Maíz, dijo, patroncito? No, mire. No creo que este campito le pueda dar maíz. Por lo que yo sé, este campito lo que le puede dar es algo de pasto, un poco de leña, sombra pa´ las vacas, y con suerte alguna frutita de monte. Pero maíz, tampoco creo que le dé.
Ya algo amoscado, el joven insistió:
-¿Y soja, don Laureano? ¿Me podrá dar soja el campito?
-Mire, no le quiero macanear, patroncito. Yo nunca vi soja allí, no creo que este campito le pueda dar soja. Ya le digo: lo que le puede dar es algo de pasto, un poco de leña, sombra pa´ las vacas y con suerte alguna frutita del monte.
Esta vez el ingeniero, despechado, llegó a una conclusión: ese paisano no podía aportarle nada interesante, sumido en la desidia e ignorancia de quien no tenía estudios. Pero como era respetuoso y no quería irse de una manera que lo ofendiera, le dijo a modo de despedida:
-Bueno, don Laureano, yo le agradezco todo lo que usted me ha dicho. Pero ¿sabe una cosa? Lo mismo me gustaría hacer una prueba. Voy a sembrar algodón en el campito y vamos a ver lo que resulta. Lo voy a sembrar a pesar de lo que usted me ha dicho.
Entonces don Laureano se revolvió en su silla de paja y dejando a un lado el mate, comentó:
-Bueno, bueno, patroncito. Si usted siembra... si usted siembra es otra cosa.
Si se siembra, claro, es otra cosa. De eso se trata, de sembrar valores. Comenzando por nuestro propio campito interior.
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