20 de septiembre de 2009

- ATENAS -















Tecnología y sociedad

Atenas en la Web

Desde que Obama se instaló como el primer presidente 2.0, algunos vaticinan que la web hará realidad el sueño de una democracia verdaderamente participativa. ¿Serán los ciudadanos consultados sobre todos los asuntos, todo el tiempo? ¿Querrán los políticos escucharlos?



Por Anand Giridharadas
Noticias de Enfoques
ARTE DE TAPA: SILVINA NICASTRO
La Nación



Entre las grandes ideas que han ganado fuerza en el último milenio, la más grande fue, tal vez, que nosotros, los humanos, podíamos ser capaces de gobernarnos a nosotros mismos. Pero nadie lo decía en serio.

Lo que se quería decir, en la mayoría de los casos, era que elegiríamos gente que nos gobernara y, esporádicamente, renovaríamos o revocaríamos sus contratos. Eso bastaba. No había manera practicable de involucrarnos todos, todo el tiempo.

Los titulares desde Washington hoy hablan estruendosamente de rescates, estímulos, autos viejos, Afpak y salud pública. Pero es posible que los historiadores futuros, al mirar atrás, se fijen en un proyecto más callado de la Casa Blanca de Barack Obama: su exploración de cómo abrir el gobierno a una mayor participación pública en la era digital, cómo hacer que el autogobierno sea algo más que una metáfora.

"Nosotros somos aquellos a los que hemos estado esperando", dijo el presidente Obama durante la campaña. Esa frase mesiánica contiene la promesa de un nuevo estilo de política en este tiempo de mensajes en Tweeter (Tweets) y fanáticos del Poker online (o Pokes, como se los conoce). Pero fue vaga, un paradigma deslizado como quien no quiere la cosa en nuestras bebidas. Hasta hoy el gusto ha resultado agridulce.

Se ha ordenado a entes federales publicar online información que hasta hace poco tiempo era secreta; se ha invitado a reporteros de publicaciones que solo aparecen en la red a conferencias de prensa; el nuevo portal Data.gov permite a los ciudadanos crear sus propias aplicaciones para analizar datos oficiales. Pero los esfuerzos más reveladores se han dado en el sentido de "recurrir a las multitudes": solicitar a los ciudadanos propuestas políticas a través de Internet y permitirles votar sobre sus distintas propuestas.

Durante la transición, la administración creó un "Libro de Consulta de los Ciudadanos" online para que la gente presentara ideas al presidente. "Las que atraigan más apoyo del público aparecerán en primer lugar y, luego de la inauguración, las imprimiremos y las pondremos en una carpeta como las que recibe el presidente todos los días de los expertos y asesores", escribió Valerie Jarret, alta asesora de Obama, a los partidarios del presidente.

Recibieron 44.000 propuestas y 1,4 millones de votos por esas propuestas. Se publicaron los resultados sin hacer bambolla. Pero daban vergüenza. No tanto de la administración sino de nosotros mismos, de "aquellos a los que hemos estado esperando".

En medio de dos guerras y un hundimiento económico, la idea que atrajo más apoyo fue la de legalizar la marihuana, idea casi dos veces más popular que la de revertir las exenciones impositivas de Bush para los ricos. La legalización del poker online fue la idea tecnológica más apoyada, el doble de popular que la idea de wi-fi a nivel nacional. Revocar el estatus de libre de impuestos de la Iglesia de la Cientología obtuvo tres veces más votos que crear fondos para combatir el cáncer infantil.

Una vez en el poder, la Casa Blanca volvió a recurrir a las multitudes. En marzo, su Oficina de Política para la Ciencia y la Tecnología promovió una "tormenta de ideas" online respecto de cómo hacer más transparente al gobierno. Aparecieron buenas ideas; pero una cantidad apabullante de ellas no tenía relación alguna con la transparencia, incluyendo muchos reclamos de legalización de la marihuana y un debate acalorado (y sin fundamentos) acerca de la autenticidad del certificado de nacimiento del presidente Obama.

Si Internet necesitaba otro empujón para caer de su pedestal, el debate sobre la salud pública lo aportó. Desde el punto de vista de la administración, la red se demostró más eficaz para difundir ideas engañosas sobre los "paneles de la muerte" que para difundir la verdad, y para convertir debates públicos en peleas, que para alentar la deliberación sin trabas que algunos creen que es el rasgo distintivo de Internet.

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