2 de septiembre de 2009
- ECONOMIA -
Finalmente, buenas noticias
La economía global despega
Juan J. Llach
Para LA NACION
Noticias de Opinión
Los optimistas no podemos ocultar nuestro entusiasmo al ver que se acumulan, casi a diario, evidencias de que la economía global ha dejado de caer y de que muchos países han iniciado ya su recuperación, como se dijo aquí en mayo pasado. También se alargan las filas de los profetas de este renacer. Bernanke festeja justificadamente y dice que el mundo volverá pronto a crecer. El FMI revisará sus previsiones de crecimiento para 2010, y yo creo que también para 2009. Nouriel Roubini parece todavía prisionero de su acierto al prever la crisis, pero ya no pronostica una larga recesión y reconoce que la recuperación está más cerca, aunque la ve efímera.
Prenunciando el futuro del mundo, la reactivación está liderada por Asia. Allí, China, India y la sorprendente Indonesia no dejaron de crecer, pero Corea, Hong Kong, Malasia, Singapur, Taiwan y Tailandia, que habían caído nada menos que un 13% anual entre septiembre y marzo, se han recuperado desde el segundo trimestre a una tasa anual del 15% y su producción industrial crece al 36% y supera ya la anterior a la crisis.
Más silenciosamente, muchos países de Africa tampoco cayeron en recesión, y el continente está segundo en la lista de los que se recuperan, en buena medida por su cada vez más intenso comercio con Asia, toda una cuestión geopolítica. América latina está tercera en la fila, y le iría aún mejor si no fuera por el cada vez más enrarecido y divisivo clima político en muchos de sus países. Aun así, casi todos ellos volverán a crecer, este trimestre o el próximo.
La hora de los pobres parece estar llegando. En cambio, purgando años de consumismo apalancado por deudas insostenibles, los países desarrollados van a la zaga, aunque es posible que la mayoría muestre números positivos en el próximo trimestre. En los EE.UU. hay datos relevantes, como la mejora de los indicadores líderes en julio, por cuarto mes consecutivo -anticipando lo que vendrá- y un aumento del 7,2% de las ventas de casas usadas, ahora en el mayor nivel de los últimos dos años. Japón creció el trimestre pasado, por primera vez en más de un año, a una tasa del 3,7%. Europa, en fin, muestra ya a las locomotoras alemana y francesa creciendo, lo que empujará gradualmente al resto, aunque los países del Mediterráneo y muchos de Europa oriental, incluyendo a Rusia, deberán remontar todavía empinadas cuestas. La canciller Merkel y el presidente del Banco Europeo, Jean-Claude Trichet, parecen estar alcanzando el éxito, pese a haber impulsado políticas menos expansivas, y también menos costosas, que las de Estados Unidos.
Las claves de esta recuperación, que pocos preveían, son las acertadas políticas monetarias y fiscales anticrisis de los países desarrollados, lideradas por EE.UU. y el Reino Unido, el creciente protagonismo de los países emergentes, liderados por China e India, y sus sensatas políticas económicas -superávit o equilibrio fiscal y externo, baja inflación, atracción de inversiones- desarrolladas por la mayoría de ellos desde hace una década, o más. Ellas permitieron que el FMI considerara, hace casi un año, que los activos financieros de los países emergentes eran los menos riesgosos del mundo. Y así fue.
Por cierto, una cosa es dejar de caer o una tenue recuperación y otra bien distinta es creer que el mundo va a volver a crecer al 5% anual, como entre 2004 y 2007. Aquí las aguas siguen divididas. Los optimistas ven que la intensidad de la caída augura una recuperación rápida y firme, como casi siempre en el pasado y como ya está ocurriendo en Asia. Los pesimistas destacan que el alto endeudamiento de familias y empresas, que deberán sanear sus balances, augura un crecimiento lento e inestable. Aquí se enrola The Economist , que ve una salida en forma de sombría U, con un largo y chato fondo de bajo crecimiento "para los próximos años".
La realidad mostrará, seguro, grandes diferencias por regiones, y aun por países. En el mundo emergente, los optimistas tenemos muchas chances de acertar, y es muy probable que se pueda crecer al 6% anual promedio, desde 2010 o 2011, según los casos. De ser así, y esto es casi "revolucionario", estos países aportarán cerca del 60% del crecimiento mundial.
En el otro extremo, la visión pesimista será tanto más cierta cuanto más burbujeante haya sido el país y, en este sentido, los desarrollados estarán peor que los emergentes, y EE.UU., España, el Reino Unido, o países como Irlanda, Islandia o Estonia, estarán bastante peor que Alemania, Australia, Canadá o Francia. En ellos, y en menor medida en otras partes del mundo, el rebote se apoya en las políticas de estímulo y en inventarios exhaustos que empiezan a reponerse. Ambos factores se irán agotando, pero hay que tener en cuenta que hasta ahora sólo se ha desembolsado una mitad del componente fiscal de las políticas expansivas.
De todos modos, será crucial para la velocidad de la salida la reacción de los consumidores de los países desarrollados, cuyo gasto equivalía nada menos que a la mitad del producto global. Dos obstáculos se le oponen: el desempleo, alto y apenas estabilizado, y el empobrecimiento, por la pérdida de valor de los activos inmobiliarios, accionarios y productivos. Sin embargo, el valor de los inmuebles ha empezado a subir, tímidamente, y los mercados de capitales se han recuperado con vigor. Además, empieza a ceder el temor a perder el empleo y este sentimiento, que afecta al 90% de la población, puede empujar más el consumo que la merma originada en quienes están desempleados.
Con todo, se necesitará aun más para sostener la recuperación, y, al respecto, es crucial que crezcan las exportaciones de los países deficitarios, sobre todo los EE.UU., y que aumenten las importaciones de quienes tienen superávit, sobre todo China. A mi juicio esto ocurrirá, porque Asia está aprendiendo que no es bueno depender a tal extremo de grandes superávit externos a costa del bajo consumo, socialmente injusto y económica y políticamente riesgoso, de buena parte de su población.
Más música para los oídos de África, de América del Sur y de la Argentina, porque implicará buenos precios de las commodities y un dólar débil. En fin, aunque el problema económico central es hoy la anemia de la demanda, no debe dejarse de confiar también en las fuerzas de la oferta, sobre todo en los nuevos desarrollos tecnológicos asociados a las energías limpias y a la sociedad del conocimiento.
En síntesis, la recuperación será muy desigual aquí y allá. Si se sostiene en el tiempo, será posible también reducir el desempleo, sin dudas el más grave e injusto costo de tanto desatino financiero. El principal peligro a la vista es la formación de burbujas especulativas -como las de las bolsas asiáticas, que China ya salió a combatir- y, más adelante, las presiones inflacionarias de la energía y las materias primas. Este es un tema central para que la recuperación pueda sostenerse. No debe olvidarse que esta crisis, como todas, fue precedida por burbujas especulativas y, hay que lamentarlo, todavía no está claro cómo prevenirlas.
Peor aun, si los pronósticos favorables se realizan, puede formarse un clima de ideas de que todo se arregló, business as usual y a otra cosa. Sería un grave e insensato error, porque tampoco está claro aun que se hayan elegido y puesto en práctica las nuevas regulaciones financieras, más adecuadas e internacionalmente coordinadas. Estas cuestiones son las que los países emergentes, incluida la Argentina, deben exigir en la próxima reunión del G20, el 24 y 25 de septiembre, en Pittsburg.
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