10 de septiembre de 2009

- RUMBO -






Hasta los necios se vuelven sabios después de que las cosas suceden




Hora de cambiar el rumbo




Oscar R. Puiggrós
Para LA NACION
Noticias de Opinión



Se dice que después de que las cosas suceden, el necio se vuelve sabio. Esta idea optimista pondera el efecto positivo de la experiencia: el experto aprendió, tomó nota de la historia, ahora es el que sabe. Los sucesos ocurridos aquí en estos últimos tiempos no pasan inadvertidos para nadie. Todos sufren sus efectos; pocos deben de estar tranquilos. Según la posición de cada uno, esos efectos serán positivos, negativos o dejarán interrogantes, pero es claro que se han agravado las crisis, en su extensión y profundidad. Ya no queda margen para comentar las malas noticias de cada día, que se agregan a la preocupación por las de ayer.

En el panorama general de las instituciones se advierte una degradación de los valores que deberían apuntalar la República representativa y federal que adoptamos hace un siglo y medio.

Se ha dicho que el dinero está mal distribuido, y podemos agregar que también el poder está cada día menos repartido y más concentrado en la figura presidencial y en sus singulares próximos.

No diremos que estamos a un paso de la violencia social, pero sí en camino hacia ella, pues se van cubriendo etapas previas que no la detienen. El alto desempleo, la multiplicación de villas miseria, el declinante y desparejo servicio de salud, la deficiente docencia escolar, el desalentador desempeño de una parte no menor de la Justicia y la inseguridad creciente son algunos de los temas inquietantes que no pueden ser excluidos de la atención prioritaria de los que gozan del poder.

El Gobierno tiene todavía los recursos que le permiten recuperar la confianza, cuya pérdida es su gran debilidad. Para esto es preciso realizar una profunda transformación: los principios de la moral y de la justicia social deben ser auténtica y no decorativamente afirmados con hechos, y no con meros discursos de atractiva oratoria pero mínima solidez ni con proyectos con dudosas posibilidades de cumplimiento.

Al Gobierno lo sostienen la legitimidad de origen, la "inexperiencia" de los opositores y la incertidumbre personal y colectiva sobre el incierto futuro: está debilitada la esperanza y se teme el agotamiento de la paz. Sin duda, será necesario mirarse al espejo para ver nuestra auténtica imagen y abrir el cauce al restablecimiento de los valores quebrados, que apenas mantienen lo que nos queda de unión y solidaridad entre los argentinos. Es decir: el camino hacia la recuperación debe ser otro. Ni la política ni la economía ni la Justicia ni las relaciones con el mundo se estabilizarán si persistimos en el mismo rumbo.

Opiniones arraigadas, alimentadas por adicciones ideológicas ya anacrónicas, siguen todavía influyendo a pesar de los históricos sucedidos en el mundo y entre nosotros. Cambiarlas es, obviamente, complicado, y requiere un esfuerzo autocrítico -el más difícil- y de humildad, virtud poco atractiva y en desuso que sólo practican los fuertes auténticamente servidores de la verdad y de la paz.

Estas reflexiones están más cerca del debate por las conquistas del poder o la preocupación por su mantenimiento que del espíritu que animaba al humildísimo Gandhi, a Teresa de Calcuta, a los curitas de las villas miseria, a los Nelson Mandela, a los Juan Carr, a la Cruz Roja, a los Médicos sin Frontera y a muchas ONG: ellos tomaron otro camino.

Es necesaria una alta dosis de prudencia para analizar lo que pasó el 28 de junio. Parece claro que ha sido un pronunciamiento en contra, un reproche por la persistencia en la anticonciliación, contra los alardes de astucia y sagacidad para soslayar el orden institucional y la falta de cordura en la administración de los bienes del Estado,

Si examináramos los temas que acercan a la gran mayoría de los opositores y también a muchos "tímidos" oficialistas, tendríamos un cuadro de solidaridad sobre políticas de Estado y programas de Gobierno con las mejores perspectivas de éxito.

Con irresponsabilidad, alguien había predicho que un resultado adverso al oficialismo en las recientes elecciones nos llevaría al caos. No se cumplió ese imprudente pronóstico. No podemos aventurar lo que habría ocurrido si el resultado hubiera sido distinto. Es así como se empezó a tomar el sabio camino del diálogo, que, a pesar de sus demoras frente a los permanentes reclamos de instituciones, legisladores y ciudadanos, siempre abre una expectativa positiva, civilizada, que no admite racional rechazo de los invitados ni -por Dios- ser convertido por los convocantes en una vil maniobra "tranquilizadora". Eso sí abriría los riesgos con los que -repito- alguien próximo al poder amenazó poco antes de las elecciones.

Las técnicas hasta ahora habituales en el manejo del poder político y el estilo autoritario inducen a reemplazar el escuálido "modelo" ofrecido por el régimen por la vieja sabiduría que ya nos venía señalada desde antes del Primer Centenario.

En pocas semanas ocurrieron casi a diario sucesos negativos para el Gobierno: elecciones perdidas (70% en contra), necesidad de reacomodar el gabinete, imprudente y frustrado viaje presidencial por meterse en honduras en las que otros mandatarios decidieron con discreción su ausencia (sobre este conflicto todavía mantengo una posición indecisa), divisiones internas, anárquicas, en el partido oficial, desprestigio creciente de funcionarios, posiciones extremadamente críticas al Gobierno por parte de los medios escritos de mayor circulación (90%), casi unánimes comentarios igualmente adversos a través de la radio y de la televisión. Este escenario, no ignorado por la señora Presidenta ni por quienes la rodean, debería llamarlos a recordar que la única verdad es la realidad, como decía alguien...

Se advierten por doquier síntomas de corrupción ni siquiera disimulados. Algunos recurren a un frívolo consuelo bajo la torpe referencia a los que "roban, pero hacen". Pero tampoco hacen. Queda en el olvido aquella sabia enseñanza de que no todo lo lícito es honesto, aplicable en algunos casos mostrados sin escrúpulos en los más altos niveles.

Desde hace largos años se viene descalificando a los políticos y aun a la política misma, se la considere ciencia o arte. Esta histórica frivolidad llevó a sucesivas rupturas del orden institucional. Los políticos, se sigue diciendo, "son todos iguales". Así, cada irreflexivo ensayo para una "nueva Argentina" se convirtió en un irresponsable salto al vacío.

Estos antecedentes hacen necesario ofrecer programas sólidos -hay algunos pocos, recientes- y de eficacia real, más que diluir las posiciones opositoras en una exclusiva crítica, ya que los errores, estilo y fracaso evidente del "modelo" oficialista, por sí solos están en el banquillo de los acusados. No es necesario destruir nada: lo que no sirve se cae sin que lo empujen.

Por su parte, la oposición no termina de afrontar los renunciamientos que pongan en primer término la reconstrucción de esta Argentina invertebrada, como dijo Ortega de España en momentos de grave crisis. Siguen prevaleciendo rencillas internas por encima de un patriotismo auténtico y no sólo emocional, indispensable para devolver la salud a la República.

¿Será posible que festejemos el Bicentenario de la libertad de un pueblo joven, imaginativo, pero todavía inmaduro, que vive en una tierra de excepcionales condiciones, hasta hace poco un país privilegiado para todos los que dejaron sus solares de origen, su historia y sus costumbres y lograron aquí una patria nueva y expectativas ciertas de desarrollo y felicidad, y que estemos hoy acosados por un escepticismo debilitante? ¿No será bueno que hagamos el esfuerzo de terminar con la arrogancia de los que tienen el poder político, económico, empresario, sindical, y emprendamos el camino del esfuerzo, de la serena reflexión y la fraternidad cívica, superando mutuos reproches por responsabilidades que están en la historia y que a todos nos comprometen?

Después de tanto sucedido y de un momento tan abrumador, ¿será posible que la sabiduría reemplace a la necedad?

El autor fue ministro de Trabajo (1962) y de Bienestar Social (1972).

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