11 de febrero de 2009

- ESFUERZO -











La meta debe ser duplicar la producción nacional

Tiempo de esfuerzos

Carlos Conrado Helbling
Para LA NACION
Noticias de Opinión


Una imagen vale más que mil palabras. La fotografía mostraba, en un periódico de fines de mayo de 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial en el territorio europeo, a una anciana desesperada y perdida entre las ruinas de lo que había sido una ciudad alemana. Hurgaba entre los escombros en busca de algo para comer debajo de los restos de lo que quizás había sido su casa. Los ojos fijos en la cámara denotaban una mezcla de impotencia y desolación.

Cuatro años más tarde, Alemania ya era una república federal, contaba con un Parlamento independiente, había comida para todos, los transportes funcionaban y se reconstruía la educación. El marco alemán comenzaba a afianzarse como moneda cuya estabilidad duraría hasta integrarse con el euro, en enero de 1999. La laboriosidad sin límites de horario, el esfuerzo y la tenacidad lograron esta reconstrucción.

Alemania resurgió de sus cenizas con un tremendo esfuerzo. Por eso viene a cuento recordar la imagen. Por el contrario, a nosotros, los argentinos, parece habernos resultado difícil convertirnos en una nación moderna en este último medio siglo. Una nación integrada social y económicamente, seria, provista de instituciones confiables, llena de esperanza.

Se me dirá que somos distintos, que ellos son alemanes y nosotros tenemos nuestra historia. Sin embargo, nuestro pueblo, en muchos casos individuales, es meritorio y talentoso. Nuestras carencias están en la falta de solidaridad hacia el prójimo, en soportar aberrantes diferencias socioeconómicas, carecer de laboriosidad y sentido del ahorro y, sobre todo, en la falta de una ambición nacional. Es fundamental la ausencia de una moneda estable.

Después de tantos decenios de padecer estos males, parece que nadie se inmuta demasiado. El ciudadano común se ha acostumbrado a vivir en este marco. Sólo a una minoría le duele profundamente el progresivo deterioro de la Argentina en estos últimos años. Me rehúso a pensar que este deterioro es irreversible. No lo acepto. Si una nación totalmente destruida, como fue la Alemania de 1945, logró erguirse, nosotros poseemos todas las condiciones para imitar ese ejemplo. La tarea que proponemos es, sin duda, ciclópea.

Un dato desgarrador surge ante nosotros: en junio de 1945, en San Francisco, 50 naciones se reunieron para crear la Organización de las Naciones Unidas. La República Argentina se contaba entre sus miembros constitutivos y es la que, de lejos, más ha declinado en todos los campos. Duele admitirlo, pero es una triste realidad.

Resulta cómodo señalar a los sucesivos gobiernos de estas últimas décadas como responsables de esta decadencia, pero no se nos oculta que igual o mayor responsabilidad le cabe a una sociedad civil desaprensiva y a sus dirigentes. Durante todos estos años ambos aceptaron y contribuyeron a ese deterioro que adquirió, lustro tras lustro, vicios crecientes.

La situación merece toda nuestra atención. Ojalá, por Dios, que un día no se hable de una "Argentina que fue".

Durante estos meses de verano, los medios impresos y televisivos nos muestran la imagen de millones de turistas en los diversos centros de veraneo. Parecería que en la Argentina real todo el mundo veraneara. Pero no podemos ni debemos ignorar que, al mismo tiempo, un igual o mayor número de nuestros compatriotas viven bajo la línea de pobreza, sin educación, sin la posibilidad de un porvenir que les permita vislumbrar tiempos mejores. Son nuestros hermanos, nuestros compatriotas.

A diario nos topamos con ellos sin que la mayoría de nosotros se detenga a pensar qué será de ellos en el futuro. Y son muchos.

Ante este cuadro que nadie puede desconocer, propongo un esfuerzo titánico en común, casi inimaginable, al igual que el efectuado por Alemania a partir de 1945.

Estimo que todos los argentinos coincidimos en cuál es el camino por recorrer: sólo una duplicación de nuestra producción nos hará fuertes y libres. Frente a una creciente crisis mundial, que se avecina a pasos agigantados y que nos afectará fuertemente, la Argentina debe adoptar a la brevedad la determinación férrea, aunque sea sólo por 12 meses, de asumir una economía de guerra o de posguerra.

Medidas básicas por adoptar: regular al máximo el régimen de feriados, cambiar la legislación que regula las limitaciones en las condiciones de trabajo, suprimir los privilegios y regulaciones empresariales, laborales y sindicales (Alemania se levantó trabajando de sol a sol los siete días de la semana y todas las horas necesarias), imponer la doble escolaridad, suprimir las listas sábana.

Además, cada habitante deberá contar con una libreta de trabajo en la que constará su documento de identidad, número de jubilación, ganancias, para dificultar las evasiones fiscales y también evitar la gente indocumentada. Hacer uso de la televisión y otros medios para instruir a los ciudadanos por medio de la educación a distancia, enseñar desde lo más sencillo, como respetar las reglas de tránsito, hasta cuestiones más complejas. Pensamos en el aprendizaje general de la lectoescritura y la capacitación digital, indispensables en el siglo XXI, y en la enseñanza de oficios básicos como electricista, carpintero o tractorista.

¿Enuncio una utopía? ¿Es posible? ¿Nuestros compatriotas y dirigentes estarían dispuestos a sacrificar, por un año o dos, su actual modo de vida, sus placeres y su ocio, para emprender un gran esfuerzo de esta naturaleza?

Muchos creerán, quizá, que estas propuestas son producto de un sueño de una noche de verano. Nos corresponde a nosotros, sólo a nosotros, decidirnos a repechar esta cuesta. Otros países lo han logrado. Singapur es hoy un ejemplo. Corea está muy cerca de lograr ese mismo objetivo.

Este encuadre es el camino irreemplazable por recorrer para nuestra supervivencia, para hacer frente a la tormenta que se avecina, y que será fuerte. Es cierto que nuestros hermanos argentinos desprovistos de todo en el país de la pampa húmeda, del trigo, del petróleo, han prestado hasta ahora su aceptación tácita a esta pobreza. Somos un pueblo manso que convive dentro de este marco. No por ello deja de ser una flagrante injusticia.

Mi honda preocupación, a la vez que mi exhortación a cambiar, están, pues, enunciadas. La senda democrática instalada en 1983 nos señala un camino irrenunciable y que debe transitarse no solamente el día del voto popular. El sistema republicano bien ejercido es una forma de vivir, es una forma de caminar, con sus logros y errores. Debe ser nuestra meta cotidiana en un mundo cada vez más globalizado e interconectado, corroído por una sociedad de consumo y una voracidad por el dinero que a veces parece irrefrenable.

Cada uno de nosotros debe reflexionar y definirse en su fuero interno. Haremos así honor a nuestros abuelos, la mayoría de ellos inmigrantes, que supieron dar todo para construir esta Argentina que fue y podrá ser, sin duda.

Estas palabras tomadas de la Oración por la Patria , lo dicen todo: "Que nos sea concedida la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza".

El autor es economista y especialista en temas internacionales. Fue presidente del Banco de la Nación Argentina.

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