15 de febrero de 2009

- IGLESIA -




Tras el caso Williamson


La Iglesia de Ratzinger:


Lecciones de la crisis



Aunque desde el Vaticano se intenta minimizar el episodio con el lefebvrista Williamson, muchas voces aseguran que en la Iglesia hay mar de fondo y que son demasiados traspiés para un papado de apenas cuatro años

Por Elisabetta Piqué
Noticias de Enfoques

Foto: Foto: María Aramburu
Arte de Tapa: Silvina Nicastro


Puertas afuera, el huracán Williamson está amainando: el Papa alemán, que condenó reiteradamente el Holocausto y a quien lo niega o minimiza, peregrinará a Israel en mayo próximo, en un viaje que muchos en el Vaticano esperan que tenga el mismo efecto sanador que el que hizo a fines de 2006 a Turquía, después de Ratisbona, cuando en una mezquita de Estambul rezó hacia la Meca, en un gesto que valió mil palabras.

Puertas adentro, en el Vaticano, y en la Iglesia católica en general, hay mar de fondo. El caso Williamson, una tormenta que aquí todo el mundo cree que podría haberse evitado, trajo a flote malestar, inquietud y desorientación. De hecho, para muchos cardenales y obispos, funcionarios vaticanos y expertos que hablaron con LA NACION con la condición del anonimato, la reciente crisis fue más seria que la de Ratisbona, cuando el Papa relacionó el islam con la violencia. ¿Por qué? Porque ahora no son sólo los musulmanes y los judíos quienes miran con resquemor a Benedicto XVI. El levantamiento de la excomunión a los lefebvristas y el caso Williamson también tuvieron un efecto desestabilizador en la misma comunidad católica.

Mientras se respira un clima de desconfianza, de intriga palaciega, de búsqueda de "el" o "los" culpables del estallido de este escándalo que para algunos fue manipulado con el objetivo de hacerle daño al Papa -que increíblemente ignoraba el pasado negacionista de Williamson-, retumban varias preguntas.

¿Hacia dónde va realmente el pontiticado de Benedicto XVI? ¿Gobierna realmente el papa teólogo, que ha sido como nunca blanco de durísimas críticas, especialmente de obispos y cardenales de su patria? ¿De qué sirve su intento de recuperar a los lefebvristas, un grupo ultraconservador y minoritario, si la mayoría de los católicos se aleja, sintiendo que la Iglesia no da respuestas a sus problemas cotidianos? ¿Hasta qué punto Joseph Ratzinger, que sistemáticamente defiende el Concilio Vaticano II (1962-65), en el cual participó como teólogo consejero del entonces cardenal de Colonia, Joseph Frings, no quiere hacer una reforma de la reforma? El Papa alemán, elegido en abril de 2005 por la mayoría de los cardenales como un papa de transición, conservador, símbolo de la continuidad con su amado predecedor, Juan Pablo II, ¿está dando marcha atrás, como muchos temieron?

Por supuesto, no hay respuestas unívocas. Pese a las repercusiones y a las voces que describen a un Ratzinger golpeado en su interior por el episodio, en el Vaticano se tiende a minimizar la crisis. Se destaca que el Papa quiso facilitar el diálogo con los lefebvristas para no ahondar la fractura dentro de la Iglesia católica, y que el objetivo fue "un acto de misericordia" en línea con el Concilio.

Pero aun esta línea de interpretación no puede sino admitir que lamentablemente algo no funcionó: el Papa sólo después del levantamiento de la excomunión cayó en la cuenta de que Williamson -que aún no se retractó de sus afirmaciones- era un fanático del negacionismo. La pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué nadie lo puso en alerta para evitar lo que finalmente sucedió? La sospecha de que las internas palaciegas pueden haberle jugado al Papa una mala pasada están en los razonamientos de muchos observadores, aunque el cardenal portugués José Saraiva Martins, uno de los pocos estrechos colaboradores del Papa que se atreve a hacer declaraciones on the record , trata de bajarle el tono al escándalo e insiste en que "se dicen muchas cosas pero aquí no hay que buscar ningún trasfondo ideológico, esas son cosas delicadas..."

En diálogo con LA NACION, Saraiva Martins admitió que "puede haber grupos que piensan distinto, y está bien... Hay libertad en la Iglesia mientras no se toquen los fundamentos de la fe, los principios de la tradición eclesial. Por el resto, no hablaría de crisis. Son hechos que sucedieron así. Que alguien haya pecado de superficialidad es humano. Es lamentable, pero es así". Y mencionó como gran responsable de los equívocos al cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, presidente de la comisión Ecclesia Dei, instaurada por Juan Pablo II en 1988 para superar el cisma con los lefebvristas, pero también al cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone.

Desde una posición mucho más crítica, Giancarlo Zizola, uno de los máximos expertos italianos en cuestiones vaticanas, cree que éste fue un incidente providencial porque sacó a la luz una realidad muy preocupante del gobierno de la Iglesia. ¿Cuál es esa realidad para Zizola? "Que el Papa no gobierna, que la derecha está al mando, que la Secretaría de Estado no tiene un equipo de colaboradores adecuados, que el Papa no consulta y que hay una crisis de comunicación entre el Papa y los episcopados mundiales. Por este hecho, en efecto, por primera vez los obispos franceses y alemanes finalmente reaccionaron después de siglos de silencio."

Para Zizola, autor de libros clave sobre la Iglesia -entre ellos La otra cara de Wojtyla- y amigo de muchos cardenales, el escándalo Williamson demuestra que el Papa está encerrado en una "soledad institucional", no sólo en cuanto a su equipo de colaboradores -"no adecuado a la tarea"-, sino también en cuanto a su relación con el episcopado, con la Iglesia en su totalidad. "Una vez más se demuestra que el papado, tal como se lo practica actualmente, no es sostenible para un solo hombre; hace falta retomar el trabajo -abierto en el Concilio Vaticano II- de la colaboración colegial de los obispos por arriba de la Curia y debajo del Papa, para hacer un órgano de gobierno colegial de la Iglesia universal con él y debajo de él. La soledad no encuentra soluciones", agregó. La conclusión de Zizola es categórica: "Benedicto XVI fue elegido con gran mayoría por varios factores, pero sobre todo por su alta inteligencia. Y la cadena de incidentes que tuvo en sus casi cuatro años de pontificado demuestra que la inteligencia no es suficiente para gobernar a la Iglesia."

Desconfianzas y decepciones

Pero el episodio con los lefebvristas no sólo despertó críticas sobre el funcionamiento interno del Vaticano, también sensibilizó a quienes siguen con alguna desconfianza la orientación eclesial de Ratzinger. Para Marco Politi, vaticanista del diario La Repubblica , el hecho de que el Papa, que ya había rehabilitado la misa en latín con el rito tridentino, anunciara el levantamiento de la excomunión de los cuatro obispos lefbvristas justo en el día del 50 aniversario de la proclamación del Concilio Vaticano II por Juan XXIII, y sin reclamar que estos prelados aceptaran todos los documentos del Concilio, habla por sí solo.

"Aunque sistemáticamente defiende el Concilio Vaticano II y su herencia, Benedicto XVI demostró que de algún modo está de acuerdo con una parte de las críticas de Marcel Lefebvre al Concilio", le dijo Politti a LA NACION. Para este experto, autor junto con Carl Bernstein de Su Santidad , el caso Williamson subraya un elemento autoritario, conservador, de este pontificado. "Un año después de su elección, el Papa consultó a los cardenales de todo el mundo sobre el caso de los lefebvristas, y la mayoría le dijo que era necesaria la ?leal´ adhesión de ellos al Concilio... Pero él no tuvo en cuenta esta opinión. En una cuestión tan importante actuó de manera muy monárquica, sin dar espacio a la colegialidad", dijo.

No por nada, dice Politi, el pontificado de Benedicto XVI, que cumplirá cuatro años el 19 de abril, está decepcionando a aquellos cardenales que esperaban que, como Papa, Joseph Ratzinger, un hombre famoso por su rigidez doctrinaria, pudiera ir más allá de sus posiciones. "Decepciona a aquellos que, aun conociendo sus ideas, pensaban que con gradualidad y prudencia hubiera podido desarrollar formas de colegialidad", señaló.

Sin embargo, otro veterano en cuestiones vaticanas, el español Antonio Pelayo, más allá de destacar, como los demás, una gran falla en la Curia -"que no funciona", agregó-, consideró que no se puede decir que Benedicto XVI esté dando pasos hacia atrás respecto del Concilio Vaticano II, sino que está corrigiendo excesos que ya Pablo VI había advertido. "En su primer discurso a la Curia, en diciembre de 2005, el Papa dijo que había dos formas de interpretar el Concilio: una de ruptura y discontinuidad, y otra de reforma en continuidad, y en este sentido tuvo los gestos que tuvo con los lefebvristas", dijo a LA NACION.

Una línea similar de interpretación se lee en las palabras de John Wauck, sacerdote y profesor de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, del Opus Dei. "Lo que le interesa al Papa, y lo ha dicho desde el inicio, es la unión en la Iglesia. En el primer año de su papado invitó a su residencia de Castelgandolfo a Hans Kung (teólogo disidente) y a Bernard Fellay (superior de los lefebvristas): quería hablar con los dos. El está interesado en superar las divisiones de la Iglesia. Los lefebvristas están haciendo otra Iglesia, construyendo un mundo aparte, algo gravísimo desde el punto de vista de la unidad de la Iglesia. Por otro lado, fue Juan Pablo II quien instituyó la comisión Ecclesia Dei para recuperar a esta gente", dijo.

Nacido en Chicago y "romano" desde 1995, Wauck consideró injusto el argumento de quienes critican al Papa por tender puentes sólo hacia los ultraconservadores y no hacia otros sectores, como por ejemplo el de los divorciados vueltos a casar. "La idea de que el Papa está tendiendo puentes hacia un lado y no hacia otro no es correcta. El Papa no celebra la misa tridentina, es un padre del Concilio, fue perito, la idea de que él está en contra del Concilio Vaticano II es absurda", aseguró Wauck, que se manifestó convencido de que es urgente que en el Vaticano haya alguien que pueda pensar estratégicamente las relaciones mediáticas, y que haya una mejor comunicación interna y externa.

El impacto de la crisis

"Los polacos pueden estar orgullosos de Juan Pablo II y de su aporte a la fe, al mundo, a la libertad, pero empiezo a dudar de que nosotros podamos sentirnos orgullosos de tener un papa alemán, al menos, este papa alemán". Las declaraciones del ex ministro de Relaciones Exteriores de Helmut Khol, Hans-Dietrich Genscher, realizadas el mismo día en que la canciller alemana, Angela Merkel, se convirtió en la primera jefa de un gobierno europeo en salir a cuestionar al Papa, pueden dar una medida del impacto que tuvo la crisis, no sólo a nivel internacional, sino también a nivel personal, íntimo, sobre el tímido y reservado Pontífice. Todos los diarios del mundo se ocuparon del tema y muchos volvieron a poner en duda la capacidad de gobernar de Ratzinger, un intelectual demasiado solo, con poco contacto con el mundo real.

En el Vaticano lo saben y, aunque la consigna de la hora es bajar los tonos, admitir que hubo problemas pero minimizar la gravedad del episodio, puertas adentro hay mar de fondo. La crisis, para muchos la peor del pontificado de Benedicto XVI, ha dejado heridas, muchas lecciones de las que tomar nota y un descontento que podría decantar en cambios futuros o en el próximo cónclave.

© LA NACION

1 comentario:

Maximo Cardon dijo...

Para Giancarlo Zizola

Giancarlo, colegialidad es convertir a la iglesia en una democracia. Nosotros, los latinoamericanos pensantes, sabemos que la democracia trae anarquía. La democracia es el sistema de gobierno perfecto para convertir al ser humano en un inútil: incapaz de pensar, sin facultades para cuestionarse y sin posibilidad de entender el verdadero cristianismo. No ese seudocristianismo en el que usted y otros muchos creen o les conviene creer. Giancarlo, su careta de experto y reflexivo hombre docto en los asuntos de la Iglesia, yo no la creo. Usted no es mas que una pieza al servicio de quienes quieren destruir la fe verdadera en Dios.