12 de septiembre de 2008

- REPUBLICA -




Hacia el consenso republicano


Por Marcos Aguinis
Para LA NACION



¿Qué sentido tiene correr cuando estamos en la carretera equivocada?
Proverbio alemán


Al escuchar las palabras "consenso republicano" sentí la emoción de una verdad de a puño, como decía Sarmiento. Ya no se trata de la quejumbrosa democracia ni de los pactos espurios. Se trata de expresar el deseo unánime de vastos sectores ciudadanos, que arde con fuego e impaciencia.

"No hay bien que por mal no venga", suele decirse. La lista de errores, mentiras y antipatrióticas maniobras por parte de la dirigencia que timonea el país ha llegado a tal punto de ebullición que se impone la metamorfosis. Nuestra legendaria mala memoria no puede hacer de las suyas esta vez, porque los hechos nefastos se han acumulado en muy poco tiempo y su mera enunciación quema los ojos. Además, no cesan de repoducirse.

Se nota la desesperación de quienes se consideraban propietarios del país y, de súbito, se enteran de que van a ser puestos en caja. Sus últimas medidas -torpes, apresuradas, inconsultas, con más ruido que nueces- sólo tapan el sol con un pañuelo. Actúan así porque todo el tiempo se los dejó hacer y porque no había conciencia sobre las características axiales de una república. Ahora les va a ser más difícil engañar, destruir, asustar.

Nuestro país decidió hace un siglo y medio ser república representativa y federal. Así lo marcó la yerra indeleble de la Constitución de 1853, que puso fin a la etapa chúcara para iniciar el crecimiento sostenido. Se inició una marcha accidentada, pero por el sendero correcto. A los tumbos fue mejorando la democracia, se perfeccionaron las instituciones, se integró a millones de inmigrantes y el país se volvió rico en esperanza, bienes materiales y también en valores educativos y culturales. Se convirtió en la vanguardia y el modelo de América latina.

Era república porque funcionaban con bastante independencia y recíproco control los tres poderes. Era representativa porque las autoridades elegidas sentían el deber (por lo menos en su mayoría) de servir con eficacia y honestidad a quienes los habían votado. Era federal porque el puerto de antaño dejaba de engullir la producción del país entero.

Pero en los últimos años olvidamos ser república, porque la cabeza del Ejecutivo maneja todo, como en las monarquías absolutistas. No somos un país representativo, porque los elegidos actúan arrodillados, de cara al monarca ubicado en la Casa Rosada y de espaldas a sus electores. No somos un país federal porque los esfuerzos de la nación van a las arcas del puerto, desde donde se las reparte (cuando se las reparte) según obsecuencias o intereses.

Volver a ser una república representativa y federal es el clamor que brota como resultado de abusos sin número. La indignidad en que nos hemos hundido al permitir que se llegara a tamaño sacrilegio energiza el ansia por retomar el sendero de un desarrollo genuino. La Presidenta dijo en Brasil que envidia a los empresarios brasileños. ¡Extraordinario! ¿No se da cuenta de que en la Argentina no sólo los empresarios envidian al gobierno de Brasil, sino todos nosotros, porque es república representativa y federal, con visión estratégica, seguridad jurídica e instituciones firmes? Ojalá se contagie de la forma en que allí se conduce y se mira hacia el futuro. En Brasil, los ojos están donde deben estar: adelante, no en la nuca. Brasil quiere ser una potencia mundial, no acreedor de Venezuela, como nosotros.

¿Por qué me ha enamorado la palabra "consenso"? Porque supera a los pocos y fracasados ensayos que tuvimos: alianza, transversalidad, borocotización, etcétera. Y porque ya está en camino y levanta el telón otro argumento.

La promesa de mejorar la institucionalidad, que había sido voceada por Néstor Kirchner en 2003 y que repitió su esposa el año pasado, era sólo una promesa para recaudar votos. Decir que el cambio recién comienza suena a burla. La sólida meta del matrimonio presidencial no armoniza con mejoras institucionales ni cambios en serio. Pero como no hay bien que por mal no venga -lo señalamos hace unos renglones-, la soberbia, la voracidad y el capricho procedieron igual que la varita de Merlín. Se produjeron hechos inconcebibles hasta hace pocos meses. Casi por arte de magia. Los repaso a la disparada.

Se unieron las diversas expresiones de la producción agropecuaria como jamás había ocurrido en la entera historia argentina. El campo, además, tomó conciencia de su gravitación política. El resto del país, a su turno, tomó conciencia de la modernización y complejidad tecnológica que había adquirido el campo. Ya no se lo respetaba sólo por su tenacidad y la importancia de sus productos, sino por la aplicación del conocimiento. Además, el sector agropecuario ensanchó de súbito la clase media: antes sólo se la creía limitada a las zonas urbanas. Por eso las manifestaciones masivas se convirtieron en un abrazo lógico del campo y la ciudad.

Pudo demostrarse que la voluntad espontánea de la ciudadanía convoca más gente que los aparatos corrompidos de la vieja política. Ni el choripán ni los camiones y el transporte público gratis, ni el dinero cash (prostitución encubierta de la ciudadanía), lograron llevar de la nariz a más personas que las que fueron por decisión propia para defender los derechos avasallados por una mentalidad irrespetuosa y tiránica.

El Congreso encendió de nuevo su motor oxidado. Enhorabuena. Lo hizo al principio por orden del Ejecutivo, como venía ocurriendo desde hacía años. La Presidenta creyó que usaría su mayoría automática para aplastar la insubordinación de los ciudadanos. Pero las exposiciones de senadores y diputados, con vergonzosas excepciones, advirtieron la alerta generalizada y se esmeraron en desarrollar clases magistrales que pusieron en evidencia el error brutal del Poder Ejecutivo.

Entonces se llegó al histórico empate. Ese empate fue una victoria de la sensatez, porque demostraba que los representantes del pueblo podían serlo de verdad, sin las comillas que nos acostumbramos a usar para recordarles que no siempre actúan como deben.

El voto "no positivo" del vicepresidente nos ha quedado en la memoria no sólo como bisagra, sino también como demostración palpable del miedo que lo embargaba ante la perspectiva de enojar a su patrón, el monarca, y no al pueblo que lo había votado. Que le sirva de experiencia a él y al resto de los políticos.

La fragmentada oposición ha comenzado a articularse con rapidez tras proyectos trascendentales, como poner fin a los poderes extraordinarios que, en 2006, se otorgaron al jefe de Gabinete. Con eso se transformó el pesado presupuesto nacional en una comedia de mal gusto, porque, una vez aprobado, el presupuesto minucioso se convierte en papel higiénico. Y de mala calidad, para colmo.

El Consenso Republicano al que ahora me refiero debería ser puesto en marcha enseguida, para las elecciones del año próximo. ¿Por qué?

Porque ya ha comenzado. Porque exige imaginación. Porque el año próximo tendrán lugar elecciones legislativas, no presidenciales. En consecuencia, varios líderes a la presidencia de la Nación pueden reducir el voltaje de sus aspiraciones y hacerse ejemplarmente a un costado. Es la hora de los legisladores, de quienes darán voz al pueblo, canalizarán sus mejores impulsos y pondrán freno a las desfachateces del Ejecutivo.

Es el momento de elegir representantes que merezcan sentarse en el Congreso para crear y controlar. Es el instante que devolverá a esa institución su brillo y gravitación. Se debe conseguir que surjan nuevos Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios, Ricardo Balbín, Arturo Frondizi, Enrique Dickmann.

Es necesario innovar en materia de listas y superar los camanduleos tan desacreditados, en los que se introducen figuras irrelevantes porque son leales a un caudillo. Deberá encontrarse una nueva fórmula que evite la siniestra lista sábana. Si se quiere expresar el deseo de la sociedad, es preciso esmerarse en la confección de una lista común, la del consenso republicano, precisamente, donde estrechen sus manos los mejores hombres y mujeres de las diversas denominaciones políticas. No deben renunciar a sus principios, ideales y matices, sino ponerlos detrás de lo que ahora urge: reconstruir la República. No será lo mismo un archipiélago de opciones que una columna musculosa, que iniciaría una nueva etapa nacional.

Si permanece el archipiélago, la mayoría relativa volverá a quedar entre las uñas de los que manipulan los votos con subsidios, aprietes, aparatos y amenazas. Será de nuevo la victoria del populismo gatopardista y corrupto. Ese tercio se presentará como ganador y, en consecuencia, capacitado para seguir como timonel. Los dos tercios, en cambio, la auténtica mayoría, seguirán impotentes y ni siquiera ruidosos.

Se habrá perdido una oportunidad única.
No se puede negar que el 70 por ciento de la ciudadanía y de las corrientes partidarias coinciden en un programa común. Los políticos deben inaugurar algo funcional a ese anhelo. Tienen que sincronizar el consenso republicano, justamente.

Quizás se debería empezar por volcar al papel las cláusulas del nuevo pacto, tan histórico como los que nos llevaron a la organización nacional.

Las conocemos, ya flotan en el aire. Conforman un programa simple, breve y poderoso. Aspiran a reconstruir la república representativa y federal. A vitalizar los controles., construir políticas de Estado serias en materia de salud, educación y seguridad; sancionar a los corruptos, darle fuerza a una Justicia corajuda, independiente, igual para todos; fomentar un desarrollo sin coimas, insertarnos en el mundo con un intenso papel en la cadena alimentaria, que es el nicho donde podríamos conseguir un rápido triunfo, y consolidar el Estado de Derecho para que no huyan los capitales argentinos y, a la inversa, lleguen inversiones nacionales y extranjeras que abran nuevas fuentes de trabajo en un clima de transparente competencia, porque será la mejor forma de reducir la pobreza y la exclusión.

El nuevo Congreso del año que viene, integrado por verdaderos representantes, inyectará esperanza y renovará la política. Entonces, desde allí mismo y desde las diversas denominaciones partidarias, se marchará con un paso más juvenil, moderno y confiable, hacia la puja presidencial de 2011.

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