25 de mayo de 2009

- MANERAS -

















De las colectoras a las candidaturas testimoniales

La política como astucia y maña

Nélida Baigorria
Para LA NACION
Noticias de Opinión


La política es una ciencia para cuyo estudio se requiere disciplina intelectual, investigación, conocimiento de las metodologías para hacer inteligibles las tesis sobre sus objetos. La política es, pues, una ciencia social, en la cual Aristóteles fijó, hace 2400 años, el método para alcanzar el mejor Estado. La acción política, además, está, indisolublemente, subordinada a la ética. Cuando los dirigentes o militantes de un partido político hipotecan los principios que conducen al bien común y al deber ser, quedan anulados la vigencia de los valores morales y el mandato emanado de la doctrina partidaria.

Sin embargo, la política no se agota en el saber teórico. Entraña también un arte, que, según la Academia de la Lengua, en su primera acepción es "una virtud, una disposición o una habilidad para hacer alguna cosa". El trabajo político, adosado a la disciplina científica, se complementa con ciertos atributos de la personalidad que no todos poseen, de donde surge que la aceptación de una responsabilidad política en cualquier función de gobierno sin las condiciones elementales que demanda la idoneidad para el cargo es un fraude a uno se los pilares básicos que sostienen la arquitectura de una república democrática: la soberanía popular.

Así como un lego no puede presentarse en un quirófano para realizar una intervención de neurocirugía, tampoco los improvisados y logreros, los que desconocen nuestra historia y las batallas ideológicas que se libraron en el país, deben llegar a un poder al que aspiran por presiones exógenas o por vanidad personal.

Advenido el tiempo electoral, que culminará el 28 de junio, aparecieron nuevamente los viejos fantasmas que nos llevaron a la debacle en la que estamos y, junto con ellos, otros nuevos actores, jóvenes e infatuados, que con petulancia y desdén acusan a la "vieja política" de todos los males que padece la Nación. Frecuentan los medios de comunicación y abordan cualquier tema, muy ciertos de que son omniscientes, aunque carezcan de la formación mínima para entrar con dignidad en la brega política.

La vieja política, tan vituperada por esa pléyade de iluminados, le dio al país figuras estelares que honraron sus investiduras y contribuyeron a afirmar en el civismo los valores de la democracia. Como toda acción humana, tuvo yerros. Sin embargo, en el cotejo con eso que llaman nuevo, ¿dónde se advierte el cambio en cuanto al saneamiento de prácticas deleznables y ofensivas para el decoro ciudadano? Quienes hemos despertado a la vocación política en los años de nuestra adolescencia sabemos bien que desde hace casi un siglo nuestra involución es notoria y lo que hoy se denomina "nueva política" no es sino una mimesis agravada de lo que se anuncia combatir.

Cada nueva convocatoria a elecciones reactiva la convicción del deterioro de nuestra conciencia cívica. Se acepta con humillante resignación que se incluyan en las listas personajes populares, pero totalmente ajenos al quehacer político. ¿Creerán que al sentarse en una banca sin haber actuado jamás en un partido, habiendo militado como simples ciudadanos, sólo serán punibles cuando se imponga desde arriba una orden para fijar el signo del voto y ellos no quieran acatarla?

La patología de llegar al poder para eternizarse en él ha cobrado tal virulencia que la simple lectura de las listas de candidatos provoca incredulidad, desazón y tristeza. En efecto: si el primer poder de la República, en las próximas elecciones del 28 de junio, no llega a rescatar las potestades exclusivas que le otorgó nuestra Constitución, si el Congreso de la Nación sigue marchando bajo la férula del Ejecutivo con el aval de los superpoderes cedidos inconstitucionalmente, ¿podrán esos neófitos de la política asumir la responsabilidad que significa representar al pueblo y cumplir con su mandato soberano?

La actual ausencia de los partidos políticos, la diáspora producida en muchos de ellos al perderse la fuerza de cohesión que supone una doctrina cívica que se jura respetar y la falta de elecciones internas han determinado que las listas sean un abigarramiento de grupos heterogéneos, sin sello ideológico definido, que garantice un retorno al régimen republicano, por cuya pérdida nos aguarda un Bicentenario denso de nostalgias, en el que habremos abjurado del credo de Mayo.

Dije al comenzar que la política es también arte y destaqué la primera acepción del vocablo. Sin embargo, la palabra "arte" tiene una sexta acepción, que se aplica en forma admirable al sesgo que han tomado estas elecciones. Dice la Real Academia que "arte" es cautela, maña y astucia.

Las candidaturas testimoniales (argentinismo semántico) se deben definir como maña y astucia, lo que no asombra, porque está en el ADN ideológico de quienes hoy gobiernan. Su líder, Juan Domingo Perón, cuando quiso derrotar en las urnas a la ciudad de Buenos Aires, que le era esquiva, modificó las circunscripciones de la Capital e impuso el voto uninominal, de manera que al unir, por ejemplo, Pompeya con Recoleta, se neutralizara el voto opositor. Así, con maña y astucia, lejos de todo escrúpulo ético, de 44 legisladores logró que el radicalismo descendiera a 14.

Las estrategias fueron cambiando de acuerdo con los requerimientos de la hora, pero lo que permaneció inamovible fue la voluntad de poder. El 22 de octubre de 2007 escribí para este diario un artículo con el título "Del contubernio a las colectoras". Me permito transcribir un fragmento que documenta la pertinacia de esos sistemas fraudulentos.

"Cuando la vieja política era soberana, si un partido abjuraba de su doctrina y se unía por especulaciones electoralistas a otra fuerza no compatible, esa conducta investida de un pragmatismo obsceno se denominaba contubernio. Hoy se llaman colectoras." La actual presidenta no hubiera triunfado si esas colectoras no le hubieran aportado votos de cualquier origen. El gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, debió su inesperado triunfo al apoyo de las colectoras. Las hubo también de alianzas que se jactaban de ser opositoras.

Para estas elecciones, la "nueva política" mantiene su esencia, pero ha trocado los desprestigiados sistemas por otra denominación exótica: "candidaturas testimoniales"

La política usada como el arte de la astucia responde a un ardid para el logro de un propósito: retener el poder aun con estratagemas tan groseras como inéditas en las democracias del mundo. Integrar una lista para optar por otro mandato al cual se renunciará luego del supuesto triunfo para volver al cargo del cual no se presentó la dimisión previa es un ultraje a la moral cívica, una afrenta a la soberanía popular y una nueva fisura en los cimientos de la organización republicana que fija nuestra mancillada Constitución.

Nuestro brillante Marcos Aguinis titula su último libro con las dolientes palabras de Belgrano cuando se despide de la vida: "¡Pobre Patria mía!". Remedándolo a Aguinis, recuerdo a Esteban Echeverría. Cuando regresó al país, en 1830, tras cinco años de ausencia, lo encontró lejos del dogma de Mayo y con la tiranía en ciernes. Escribió entonces en uno de sus versos: "¡La Patria ya no existe!".

La autora fue diputada y es miembro de la Academia de Ciencias Sociales de Mendoza.

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