19 de agosto de 2009

- EL DILEMA -





El dilema de la oposición








Por Rosendo Fraga
Especial para lanacion.com
Noticias de Política



Entre la derrota electoral del oficialismo en las elecciones del 28 de junio y la finalización del mandato de Cristina Kirchner media un plazo de dos años y medio. Desde esos comicios, sólo ha transcurrido un mes y medio.

Para quienes esperaban que el drástico cambio en la situación política iba a llevar al matrimonio Kirchner a una actitud más conciliadora, lo que ha sucedido en la última semana les parece sorprendente: el Gobierno se ha enfrentado con el mayor grupo de medios del país, el diálogo ya ha quedado carente de sentido y contenido, Kirchner dice que "dialogar no es conceder", Cristina habla de "fusilamiento mediático", los reclamos del campo quedan sin respuesta y el oficialismo obtiene una clara victoria en la Cámara de Diputados, al lograr la media sanción de la prórroga de las facultades delegadas, entre ellas los superpoderes y las retenciones.

En cambio, quienes pensábamos que los Kirchner no iban a cambiar -nunca hay que olvidar que los líderes políticos mudan de ideología de acuerdo a intereses, conveniencias y circunstancias, pero no de personalidad-, lo que ha sucedido es lo esperado.

Kirchner siempre redobló la apuesta después de cada conflicto. Moreno fue ratificado, al igual que los métodos del Indec, tal como sucedió después de la derrota por la 125 en el Senado. El giro populista hacia el estilo Chávez era espeerable, en tanto que la convocatoria al diálogo sólo era un recurso para replegarse, reagrupar fuerzas y retomar la iniciativa. Y aunque el poder se ha debilitado, la división de la oposición da margen al Gobierno para ganar batallas, aunque haya perdido la guerra, entendiendo por ella retener el poder en 2011.

Pero si bien lo que ha sucedido no es tan sorprendente para una visión realista o escéptica sobre el curso de la política argentina en el corto plazo, cabe preguntarse por qué la oposición obtiene hoy menos votos que antes del 28 de junio en la Cámara de Diputados, para un tema tan relevante como es la prórroga de las facultades delegadas.

Las razones son básicamente dos. La primera y más obvia, es la división de las fuerzas opositoras. Por un lado está Unión-PRO y el peronismo disidente, que mantiene su propia autonomía, y por el otro el Acuerdo Cívico y Social, donde hay diferencias entre Cobos, el radicalismo, el socialismo y la Coalición Cívica de Carrió, la que a su vez tiene dificultades con su máxima figura bonaerense (Stolbizer). Es muy difícil llevar adelante una acción política eficaz con estas diferencias y sin un liderazgo unificador.

La segunda es que ningún actor en la oposición -no sólo la política sino también la económica y social- quiere quedar como quien juega a que el gobierno de Cristina no termine su mandato en fecha. El discurso oficialista califica de destituyente cualquier actitud opositora vigorosa y el discurso de que hay en marcha un golpe civil es explícito en boca de más de un dirigente oficialista.

La conjunción de estas dos razones explican en mi opinión el porqué de esta suerte de parálisis de la oposición, que ha permitido al matrimonio Kirchner recuperar la iniciativa política tras una dura derrota electoral.

El triunfo táctico del Gobierno ha tenido un costo importante: el fracaso del diálogo.

No sólo Carrió, sino ahora también Reutemann, Macri, Morales y el mismo Pino Solanas afirman que ha fracasado.

Los dirigentes opositores, que de buena fe concurrieron a la convocatoria del Gobierno, han pagado un precio y éste es su desgaste frente a votantes que optaron por ellos, pensando que podrían cambiar algo las cosas.

Por esta razón, en los 28 meses que restan de gobierno no será fácil volver a convocar al diálogo a la oposición con éxito.

Es así como la victoria táctica del oficialismo puede ir en su contra, al radicalizar la situación política y anular una herramienta fundamental para la política en tiempos de dificultades como es el diálogo.

Kirchner ha ganado una batalla pero no la guerra y una radicalización de la situación política como está provocando, después de que siete de cada diez votantes rechazaron al oficialismo, puede ser una estrategia de sobrevivencia peligrosa.

Pero, guste o no, esta es la personalidad del ex presidente y ella no cambiará.

El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría

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