20 de junio de 2008

- ¿SERA ASÍ? -




La agonía del peronismo


Por Abel Posse
Para LA NACION



Agonía es palabra ambivalente, puede ser lucha de muerte o lucha para nueva vida. En los Kirchner muere un peronismo autoritario, que creyó que la democracia primaria es incompatible con el orden republicano.

El tema económico del campo fue la punta del iceberg. Ahora aparece la masa congelada y sumergida de un pueblo alzado contra una política tramposa, de mero poder, de malversación, de verticalismo no para la organización, sino para la sumisión.

La increíble tozudez del ciudadano Kirchner y la ausencia de voluntad de poder renovador en la Presidenta son la base de la convulsión política que vivimos.

Lo que se puede percibir de los mayores dirigentes del peronismo es que parecen haber aprendido la trágica lección de 1975, cuando no supieron reconducir el gobierno constitucional desviado y manejado entonces por López Rega.

Para (ya) numerosos dirigentes del peronismo, hay algunas convicciones prometedoras:

Es imposible silenciar un fracaso apañado por el "peronismo de poder", manejado desde la caja central, a sola firma y sostenido por el sospechoso centro de manejo económico (el grupo que impidió la "solución Lavagna", tal vez vislumbrada por Kirchner en enero, al sospechar, quizá, lo que se produjo ahora).

La Presidenta está todavía a tiempo para un viraje esencial, si decide entrar en diálogo con el país, que ya está en estado de asamblea. Habrá que desarticular el trasnochado clasismo y el ruinoso espíritu de confrontación. Será imprescindible la reorganización republicana del Estado y del Gobierno, devolviendo al Poder Legislativo y al Judicial la autonomía constitucional hoy hipotecada. El envío del tema de las retenciones a debate parlamentario es un paso positivo de respeto del orden institucional, pero si se ejecuta con la lealtad de un debate y no esperando la aprobación de mera forma, que equivaldría a una última afrenta a la voluntad republicana.

El peronismo tiene una deuda de republicanidad impaga desde 1946, y la crisis actual del kirchnerismo es el punto límite para pasar de partido de autócratas a partido moderno, de razón y decisión democrática. Desde 1946, el partido fue una correa de transmisión de la voluntad y la doctrina de su fundador. Los sucesivos gobiernos de su matriz oscilaron a izquierda o a derecha, según las circunstancias. La doctrina se transformó en vago sentimiento y las decisiones en oportunismo y "pragmatismo".

Después de la experiencia de 1976, los peronistas piensan que ya no es posible aceptar la pasividad cómplice, "verticalista", que tuvieron sus dirigentes ante la dupla Isabel-López Rega.

El peronismo demostró, a través de los años, un indudable poder de gobernabilidad y un lamentable poder para tornar ingobernables los gobiernos de otros.

Hoy las nuevas propuestas políticas, como las de Elisa Carrió o Mauricio Macri, corresponden a figuras que se afirmaron más personalmente que por sus organizaciones partidarias, todavía endebles, y todavía el peronismo, pese al flagrante fracaso actual, sigue siendo la única estructura con gobernabilidad nacional, al menos para superar la gravísima crisis.

Si la Presidenta comprende que recibió un regalo envenenado (imprevisión energética, mentira oficial del Indec, carencia de credibilidad internacional, inflación desestabilizante, inseguridad, corrupción descarada, violencia galopante y un incremento de la pobreza y la delincuencia desacorde con el crecimiento bruto que hubo, etc.) y tiene coraje de ser , el país se ahorraría el trauma de una sucesión conflictiva. Todas las cartas de acción están intactas para relanzar el país . Pero nadie imagina tres años y medio más por este camino de disolución institucional y de decisiones antieconómicas absurdas, en el momento de la mayor posibilidad histórica para capitalizarnos con el petróleo verde y rubio de nuestros cereales. (Tal vez una de las preocupaciones de Néstor Kirchner en sus noches patagónicas sea el asedio de esta pregunta: ¿y si a ella se le ocurre ser?)

En todas las reuniones de dirigentes peronistas exiliados del poder se recoge una preocupación unánime por salvar este último papelón de un partido que está en la disyuntiva de intervenir urgentemente en la crisis nacional actual o de tener que enfrentar el riesgo de desaparecer por su arrepublicanidad. Esto significaría salvar la circunstancia para salvarse. Aprovechar la única carta posible, que es la reorganización constitucional de la República, y enfrentar la crisis económica desde la posibilidad de poder relanzar nuestro entusiasmo productivo y exportador con la urgencia de un país autodañado, absurdamente frenado, como un pur sang amarrado a un carro de cartoneros.

Una salida anormal, traumática, costaría mucho. Si lográramos superar la esquizofrenia, en tres meses el país recobraría entusiasmo y confianza. Para eso el peronismo en el poder debería abandonar su sombrío búnker y enfrentar todos los temas que vienen trabando nuestra realidad. Pasar del conflicto patológico o perverso al diálogo. Empezando con todos los sectores del peronismo, los gobernadores y una mesa amplia de convergencia republicana, cuyo ámbito debería ser el Congreso, hoy en estado cataléptico.

Un crash del peronismo como el de 1976 tendría un enorme costo, al no existir una oposición consolidada que pueda aceptar el camino económico trazado sin el traumatismo, que ahora sería insoportable, de cambios de ideologías que alteraran demasiado en profundo nuestras estructuras, tan enfermas. El peronismo hoy es un ente gaseoso, invertebrado, sin perfiles definidos, y sin embargo sería el único instrumento para pasar del borde del caos a una modesta estabilidad que nos permitiera retomar el paso del éxito y de la reconquista de los espacios económicos que estamos perdiendo por ese demonio interior que acosa a los argentinos: la misteriosa y recurrente "nostalgia por la derrota" de la que hablaba Víctor Massuh.

El voluble peronismo posterior a Perón tiene una secreta fuerza, y es la de tener una masa electoral persistente, fiel a la nostalgia de un socialcristianismo que creó la mitología de la posibilidad de la justicia social y de erigirse en un partido cercano al dolor humano. El sentimiento popular persiste. Los dirigentes fallan y la doctrina envejece a la espera de una sintonización con la actualidad mundial.

El peronismo creó la reforma social más profunda, entre 1946 y 1955, y, curiosamente, la transformación liberal más aperturista, en los años 90. Es una máquina de poder y de clientelismo.

Hoy, para sobrevivir, tiene que comprender que sin orden republicano no sobrevive la democracia, por más que se obtenga la mayoría electoral. El gobierno todavía nonato de Cristina Kirchner es la prueba.

Son muchos ya los dirigentes y adherentes que sienten que el peronismo o supera la incapacidad de los Kirchner o desaparece por ridícula obsolescencia. Los micros y el choripán, los cien pesos de propina para la desganada muchedumbre falsificada son una grotesca caricatura de un fervor perdido e irrecuperable por este camino sin salida.

El autor es escritor y diplomático.

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