14 de agosto de 2008
- MERCADO COMUN -
¿Qué Mercosur es éste?
Por Julio María Sanguinetti
Para LA NACION
Caricatura: Alfredo Sabat
La reciente visita de los presidentes Lula y Chávez a Buenos Aires ha resultado una tomografía computada del estado de nuestro Mercosur. Ella nos mostró las enormes posibilidades que se abren cuando el socio mayoritario de la coalición se pone en actitud y disposición de asumir la responsabilidad que conlleva esa condición y, al mismo tiempo, el desbarajuste de improvisación y falta de estrategia que existe en el conjunto, agravado cada vez que aparece en el escenario el infatigable presidente venezolano, con su inquietud permanente y sus extravagantes propuestas.
En esta ocasión, la visita bilateral del presidente brasileño a la Argentina se mostró auspiciosa desde el primer momento. El ha manifestado su disposición a compartir las oportunidades de crecimiento con unos socios que, de ese modo, se sentirían más comprometidos en su espíritu de cooperación y resultarían un mejor mercado. Llegar a Buenos Aires, con tres centenares de empresarios brasileños no es cosa de todos los días, y reveló una voluntad muy necesitada de expresión, luego de los frecuentes entredichos comerciales.
El Mercosur, proceso de integración entre cuatro socios plenos, dos asociados (Chile y Bolivia) y uno en trámite (Venezuela), no excluye, naturalmente, las relaciones bilaterales entre los países. Hay cuestiones que hacen a la integración y otras que son específicamente bilaterales. Siempre se ha entendido así y nada había que decir de ese encuentro. Pero cuando aparece un tercero -en este caso Venezuela- ya no estamos en la bilateralidad y nos deslizamos por el tobogán de la exclusión: tres asociados (uno de ellos ni siquiera confirmado) se reúnen para discutir estrategias de integración y elaborar proyectos de conjunto, sin la presencia de los otros dos socios y los dos asociados. O sea que entramos en el desesperanzador camino de que hay quienes se arrogan el derecho de manejar las cosas e imaginar que el resto debe adherir automáticamente, sin que medie siquiera una adecuada información.
Añadamos que la visita del presidente venezolano incluía también un apresurado viaje -con la presidenta de Argentina- en busca del milagro de que Bolivia proveyera de más gas a la Argentina, cuando -desgraciadamente- cada día está más lejos de poder cumplir sus contratos, por la falta de inversión derivada de las nacionalizaciones, los arrebatos nacionalistas y la inestabilidad política que flota sobre el Altiplano.
Todo ha terminado en un frangollo en que nadie sabe dónde quedó parado. Los proyectos bolivarianos de un ferrocarril cruzando selvas y montañas despobladas, por encima de un gasoducto igualmente tropical, y una línea de aviación que construiría su prosperidad sobre la base de sumar quebrados sólo han servido para poner una nota de poca o ninguna seriedad. Y, por añadidura, para oscurecer los intereses que pudieran haberse trenzado con los empresarios brasileños, que naturalmente necesitaban un aterrizaje más planificado para que las intenciones pudieran ser enriquecidas con ideas, éstas pudieran transformase en proyectos y los proyectos en realizaciones.
Estos avatares los observamos desde un Uruguay que, a nivel oficial, no tiene diálogo con la Argentina y todavía sufre un bloqueo de puentes violatorio de una resolución del Tribunal del Mercosur, mientras esperamos que, en La Haya, nos resuelvan un debate absurdo, que nunca debió existir, sobre la instalación de una planta de celulosa. Digamos al pasar que ésta lleva ocho meses de actividad, los registros ambientales son inmejorables y nadie puede mostrar el menor daño a las poblaciones circundantes.
Este estado de cosas se arrastra desde hace por lo menos tres años. Cuando la Cumbre Iberoamericana de Montevideo, en noviembre de 2006, el presidente brasileño ni siquiera participó, el venezolano anunció estentóreamente su llegada y luego brilló por su ausencia, mientras los mandatarios argentino y uruguayo ni se hablaron. Con la visita del presidente Lula a Buenos Aires, Brasil expresa una voluntad distinta, y esto resulta fundamental, porque si él no ejerce lo que su propio peso económico y político le impone, difícilmente esta sociedad pueda mostrar la menor robustez. Pero no podemos olvidarnos de que, hace muy pocos días, la Argentina discrepaba, en la Ronda de Doha, con Brasil y sus demás socios, desde una posición proteccionista.
Más allá de las sustancias están también los procedimientos, hasta los modales diríamos, que son los que revelan la buena fe y sinceridad del espíritu de asociación, de la afectio societatis . Las economías uruguaya y paraguaya no son decisivas, por cierto, pero se trata de dos de los cuatro socios plenos, condóminos -además- de ríos sobre los que se proyectan represas sin consultarlos. Es doloroso, por lo mismo, observar estas reuniones en que se habla en nombre de todos, se proclaman "relanzamientos" y se deja una sensación general de improvisación que no nos prestigia.
Personalmente, viví los prolegómenos del Mercosur, junto con los presidentes Sarney y Alfonsín. Asistí alborozado a su constitución, signada por los presidentes Menem, Lacalle, Collor y Rodríguez, y trabajé codo con codo con los presidentes del fin del siglo pasado. Tengo los más gratos recuerdos de esos encuentros y del modo cómo los mandatarios argentinos y brasileños cuidaban de nuestra presencia, trataban de entendernos y escuchaban con respeto lo que decíamos. Por supuesto, sufrimos las limitaciones del Mercosur, como en aquel terrible enero de 1999 en que Brasil devaluó y nos cambió todos los equilibrios comerciales. Pero nunca faltó diálogo, sobró buena voluntad y cuidado en los procedimientos.
Aquellas limitaciones siguen presentes, como la carencia de coordinación macroeconómica o las debilidades en la resolución de controversias, mientras pasa el tiempo y ya ni se habla de ellas. Hasta que la realidad nos vuelva a traer otra sorpresiva tormenta y nos imponga de mal modo lo que pudimos hacer a tiempo.
Es curioso cómo, mientras los hechos nos dibujan este panorama tan poco esperanzador, seguimos con unos encendidos discursos que, a estas alturas, suenan más a hueco que nunca.
La opinión pública regional nos ha mirado siempre con el escepticismo que le es habitual ante las organizaciones internacionales, pero aquellos ocho años iniciales, desde 1991, mostraron realizaciones y una común etapa de crecimiento. Hoy, después de todo lo vivido, en los cuatro países se nos observa con más distancia aún. La opinión pública brasileña es la que siempre se mostró menos comprometida con el Mercosur, porque es donde menos incide el comercio regional y se vive una proyección universal más acusada, hija de su propio tamaño. Pero en la Argentina no es así, y ni hablemos en Uruguay y Paraguay, para los que el Mercosur es su principalísima referencia, en todas sus dimensiones. Es muy peligroso este clima. Y no se puede ignorar, si es que alguna vez nos disponemos, honestamente, a hacer de la integración regional una real prioridad.
El autor fue presidente de Uruguay.
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