6 de marzo de 2009

- CAMPO -











La crisis del campo reclama un mayor compromiso político

Con la queja ya no alcanza

Marcelo J. Muniagurria
Para LA NACION
Noticias de Opinión



Las protestas en la ruta fueron un síntoma del problema, pero su reiteración no garantiza por sí sola que se halle el camino para una solución
Foto: Archivo
Casi un año ha pasado desde que la opinión pública tomó conciencia del conflicto planteado entre el campo y la actual administración nacional. Ese conflicto tuvo un desencadenante visible: la ya célebre resolución 125 del Ministerio de Economía, que aumentaba la tasa de retenciones a las exportaciones agropecuarias.

El productor y, en general, la mujer y el hombre del interior del país, saben que el problema no comenzó en ese momento, sino mucho tiempo antes, y que en todo caso la 125 fue únicamente la gota que desbordó el vaso de la paciencia en una sociedad que venía tolerando una larga serie de desplantes y arbitrariedades por parte de aquellos a quienes había elegido para gobernar en su nombre.

Creo, humildemente, estar en condiciones de aprovechar este lamentable aniversario para proponer algunas decisiones. Además de productor agropecuario de toda la vida y de dirigente rural durante un extenso período, he sido diputado nacional y vicegobernador de mi provincia, Santa Fe, durante el peor momento de la crisis argentina: el del default, el de la disolución del poder federal, el de la profunda recesión, con sus secuelas de desempleo y frustración.

Sobre esa plataforma de experiencia, me permito recordar que hace ya casi exactamente cuatro años, en marzo de 2005, sostuve públicamente y por escrito la imperiosa necesidad de que los productores de todo el país dejaran atrás sus proverbiales reticencias y se involucraran en la actividad política de sus respectivas comunidades, porque los cambios solamente pueden hacerse desde el poder. Si se niegan, ya se ve que otros ocupan esos mismos lugares, con resultados muchas veces nefastos.

Los países con gobiernos serios preparan planes a mediano y largo plazo sobre la base de sus ventajas y fortalezas, para aprovecharlas, y de sus debilidades, para suprimirlas o, cuando menos, minimizarlas.

La República Argentina es productora y exportadora de alimentos. Esa característica es conocida en todo el planeta desde hace ya más de un siglo y en las actuales condiciones del mundo representa una fortaleza invalorable: la humanidad puede privarse de muchas cosas, pero no de comer.

Esta verdad casi redundante es, hoy por hoy, todavía más visible, porque en los últimos años enormes masas de población mundial (por ejemplo, las de China y la India, debido al crecimiento de sus economías), se han ido incorporando a patrones de dieta muy superiores a los que tenían anteriormente.

Es una ley histórica que ninguna sociedad admite perder un beneficio una vez que lo incorpora a su vida; por lo tanto, miles de millones de personas demandan ya habitualmente su cuota de calorías, vitaminas y demás nutrientes, y alguien debe proporcionárselas.

Estamos hablando, además, del sector más dinámico, de mayor crecimiento, más competitivo y menos estadodependiente de toda la economía argentina. Y eso también se sabe, en el país y fuera de él.

¿Qué hace la Argentina frente a este cuadro? Desperdicia su privilegiada situación en impresentables peleas entre el Gobierno y el sector productivo, sobre el cual se han hecho recaer castigos y desaires que obligan a que hombres y mujeres deban abandonar sus quehaceres habituales para perder su tiempo en disputas increíbles con funcionarios que hablan de lo que no conocen y resuelven desde su ignorancia. Si la soja es un yuyo, si la gente del campo "se queja de llena" y reclama lo suyo por puro egoísmo y si todo eso se dice desde la máxima instancia de poder político, está claro que no hay forma de entenderse, más allá de los esfuerzos e intentos. Acaso sea por eso que el Gobierno no consiguió en todo este tiempo que un solo especialista independiente en temas agropecuarios respaldara públicamente su actuación en el conflicto.

Es que se trata de funcionarios y legisladores que hablan del campo sin haber visto nunca de cerca una planta de maíz y que quieren enseñarle al productor cómo debe manejar su negocio sin haber tenido nunca la responsabilidad de pagar una quincena.

Dije hace ya tiempo, y repito ahora que, salvo momentos excepcionales, forzosamente breves y sustentados en situaciones de fuerza mayor, en ese contexto las retenciones a las exportaciones son una anomalía y una desventaja para el país frente a otros actores del mercado internacional que, con crisis o sin ella, siguen y seguirán subsidiando.

Mantener las retenciones es, para el Estado, puro facilismo, un modo de reemplazar el esfuerzo de pensar alternativas ingeniosas, eficaces y jurídicamente válidas para obtener recursos genuinos. En su momento, lo comparé con la idea de ir a cazar al zoológico.

Todo lo antedicho es archisabido por las mujeres y los hombres de la producción. Pero el saberlo y sentirse perjudicado por ello no impide que la situación se mantenga.

El único modo de que cambie es participar protagónicamente en las decisiones políticas: en el Congreso, en las Legislaturas provinciales, en las gobernaciones, en las intendencias, en los restantes órganos municipales y en cualquier ámbito desde el que se pueda influir en favor de los intereses de la actividad productiva, que coinciden con los de la República en su conjunto.

Hasta el menos relacionado con este quehacer sabe que no se puede imaginar el país próspero si el campo y la agroindustria no lo son.

Por lo tanto, creo llegada la hora de que cada uno reflexione y resuelva cómo quiere vivir de aquí en adelante y qué Argentina quiere dejar para sus hijos.

Con la queja ya no alcanza. Hay que abrirse camino en las organizaciones políticas y abandonar sin pudores las que no den espacio a esa participación. Al fin y al cabo, los partidos deben ser agrupaciones de ciudadanos en defensa de lo que creen mejor para sí y para la sociedad, y no cotos cerrados sólo disponibles para un puñado de "escogidos".

Nosotros lo intentamos en su momento, y nos sirvió para aprender que debemos ser muchos para que nuestra voz sea escuchada.

Es tiempo de actuar. La ocasión es propicia y la hora lo exige. ¡Hagámoslo!

El autor fue presidente de CRA y vicegobernador de Santa Fe. Preside el Pro en esa provincia.

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