21 de marzo de 2009

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Medicina a la carta


Convertidas en un boom en todo el mundo, las terapias alternativas mueven hoy 16 mil millones de dólares por año. En la Argentina, casi el 90% de la población combina la visita al doctor con reiki, yoga, flores de bach, medicina china o ayurvédica, entre otras opciones. Los riesgos de la falta de control. Qué dice la Academia y por qué hospitales y universidades empiezan a permitir el ingreso de estas prácticas a sus claustros


Por Lorena Oliva
Noticias de Enfoques
La Nación
Fotros: CORBIS / Enrqieu Villegas
Arte de Tapa: Silvina Nicastro



El auge de las terapias alternativas -de la medicina ayurvédica a la china, de la homeopatía a la medicina antroposófica, de la aromaterapia o las flores de bach o al reiki, pasando por cientos de otras variantes, entre ellas el chamanismo- es un fenómeno que no sólo no para de crecer, sino que además logró en los últimos años cruzar el cerco de la desconfianza y los prejuicios para sentar sus reales incluso en ámbitos antes exclusivos de la medicina científica, como hospitales y universidades.

No es para menos. Convertidas en un boom en todo el mundo, las terapias alternativas mueven hoy 16 mil millones de dólares por año. Las estadísticas ponen en cifras lo que la observación cotidiana ya hacía sospechar: la mayoría de la gente no agota sus necesidades de salud con los "médicos de guardapolvo".

En nuestro país, casi el 90 por ciento de la población de sectores medios y altos combina la medicina científica (a la que también se llama biomedicina, medicina hegemónica, hospitalaria u occidental) con algún otro tipo de terapia, según revelan los estudios realizados por el Centro Argentino de Etnografía Americana (CAEA) que dirige la antropóloga Anatilde Idoyaga Molina.

También la OMS puso un ojo en el crecimiento de estas modalidades: en los países en vías de desarrollo, la complementariedad entre lo científico y lo alternativo está en un promedio del 80 por ciento. En Europa, oscila entre el 20 y el 70 por ciento, según los países (en total ,unos cien millones de personas), y en EE.UU. alcanza el 70 por ciento. Pero mientras que el gobierno norteamericano respondió a esta tendencia con la creación del Centro Nacional de Medicinas Alternativas y Complementarias, al que le otorgó un presupuesto de 117 millones de dólares anuales para financiar investigación básica y clínica en esta materia; mientras que en países como Francia y Alemania muchas de las prácticas alternativas están cubiertas por los planes de salud, en la Argentina, el universo de la medicina complementaria se mueve en una nebulosa de la que se sabe poco y que se controla menos, a causa de la falta de regulación.

Esa misma falta de parámetros hace que el universo local esté integrado por un espectro de disciplinas de variado rigor científico: desde la medicina china, la ayurvédica o la homeopática -de larga tradición- hasta propuestas de bienestar muy new age como la aromaterapia o la hidroterapia.

Pero, en cualquier caso, la única ley que continúa regulando el ejercicio de la medicina sigue relegando a la ilegalidad a toda aquella actividad que no se aprenda en la Facultad de Medicina, como bien recuerda Manuel Martí, miembro de la Academia Nacional de Medicina y profesor emérito de Medicina Interna de la Facultad de Medicina de la UBA.

Disparador de autocríticas

Pese a esa inflexible delimitación que hace como portavoz de la medicina occidental, Martí no propicia una caza de brujas. Puesto a pensar en las razones que alimentaron el crecimiento de lo alternativo, abre el juego y acepta que debe haber lugar también para la autocrítica por parte del sistema médico.

"Si uno hiciera una encuesta en cualquier consultorio de medicina general, se encontraría con que tres cuartas partes de los problemas que hacen acudir a la gente al médico son funcionales, ocasionados muchas veces por ansiedad o estrés. Frente a esto, ¿qué es lo que suele decirles el médico a esos pacientes?: "Usted no tiene nada", admite.

Martí no carga la responsabilidad tanto en los profesionales de la salud como en la degradación del sistema médico que dio origen a una relación mucho más deshumanizada: el vínculo paciente-institución-médico. Pero reconoce que la orientación extremadamente fisiológica de la formación universitaria puede estar contribuyendo a ciertos cuestionamientos por parte de los pacientes.

Sin embargo, no son sólo ellos los que comienzan a hacerse preguntas. Un estudio realizado durante seis meses de 2001 por especialistas del Departamento de Salud Mental del Hospital de Clínicas reveló que más de la mitad de los 540 pacientes consultados (54,4 por ciento) utilizaba terapias alternativas.

La hipótesis de trabajo de los doctores Cristina Pecci y Jorge Franco, responsables de la investigación, es ésta: "La medicina científica ha desarrollado el conocimiento de la enfermedad pero ha descuidado el desarrollo de una relación médico-paciente capaz de valorar y comprender al enfermo como persona en su singularidad y con su sistema de creencias".

Aunque mantiene serios reparos con respecto a la medicina complementaria, para Alberto Agrest, médico clínico con 65 años de ejercicio, el antagonismo entre la medicina hospitalaria y las terapias alternativas existía incluso cuando la relación del médico con su paciente era más afectuosa y su autoridad no estaba tan cuestionada como en estos días.

Agrest lo explica de este modo: hay personas que no toleran la incertidumbre y, frente a determinada dolencia, prefieren tener una creencia casi religiosa, que no requiera verdades demostradas. Para este médico, también miembro de la Academia Nacional de Medicina, ése es uno de los más graves problemas de las medicinas alternativas: la falta de rigor científico.

"Hay carreras más establecidas como la homeopatía, o la quiropraxia u osteopatía en los Estados Unidos. Tienen una condición de esfuerzo más académico, pero, en general, sólo pueden ofrecer casos para demostrar su efectividad. Y, lo cierto es que cualquier charlatanería puede reclutar casos favorables", se endurece.

Sin embargo, Agrest, autor del libro Ser médico ayer, hoy y mañana (Libros del Zorzal) también apunta a las contradicciones de la medicina convencional: "La medicina científica también tiene sus pecadillos. Pienso en el énfasis que pone en medicalizar la cultura, vendiendo la idea de que es capaz de conquistar la vida eterna. Te ofrece productos que tienen detrás a los grandes complejos médicos industriales, interesados, especialmente, en recuperar inversiones. Aunque, para ello, vendan basura".

La hora de la integración
Además de habilitar cierto modo de la autocrítica entre los médicos, el avance de las terapias alternativas logró lo que hace apenas unas décadas parecía imposible: abrir el camino hacia una forma integradora de comprender el arte de curar.

De hecho, las facultades de Medicina y de Farmacia dependientes de la UBA respaldan posgrados en medicina ayurvédica y preparados homeopáticos, respectivamente.

Otros ejemplos: en el centro de salud de la localidad de Olascoaga, en el partido de Bragado, se integra medicina hospitalaria con prácticas mapuches, en tanto que en el Hospital Italiano de nuestra ciudad, que ofrece tratamientos integrativos complementarios, se incorporan técnicas modernas de tratamiento miofacial, acupuntura y osteopatía. También talleres y cursos de Chi Kung, Tai Chi y yoga, a los que los pacientes acceden, en muchos casos, por sugerencia médica.

Silvia Kochen, coordinadora de la comisión de Salud, Ciencia y Tecnología del Ministerio de Salud, aplaude este tipo de iniciativas porque considera que los médicos deben conocer las diferentes terapias para orientar adecuadamente a sus pacientes e, incluso, para evitar cualquier tipo de combinación nociva para la salud.

"Si el médico sabe cómo llegar al paciente, no desde una posición descalificadora sino, más bien, respetuosa, el beneficio es para el paciente. Así trabajamos en numerosas comunidades del noroeste argentino, por ejemplo, para la prevención del cáncer de cuello de útero. Aunque para esto es fundamental la capacitación", explica esta investigadora del Conicet.

Pero para algunos, poner la responsabilidad en los estrechos hombros de un médico es injusto, especialmente cuando es el Estado el encargado de cumplir con las recomendaciones mundiales que la OMS lanzó hace cinco años: promover la integración entre terapias convencionales y alternativas y la capacitación adecuada para hacer realidad esa integración.

A eso apunta justamente Anatilde Idoyaga Molina. "El Estado nacional es un gran mentiroso -provoca esta antropóloga-. Lo único que hizo para articular las medicinas tradicionales con la biomedicina fue inventar el cargo de agente sanitario, alguien que, en realidad, es el último eslabón de la cadena, y como tal, no puede articular nada. Lo único que hace en las comunidades que se mueven al margen de la biomedicina es verificar que la gente se haya vacunado."





De todas maneras, y en virtud de los serios cuestionamientos que en estos momentos recibe la medicina occidental, la especialista cree que el auge que experimentan estas disciplinas es absolutamente razonable. "Es cierto que la falta de apoyo desde el Estado complica su desarrollo. Pero la ley seca no impidió que la gente bebiera en lugares prohibidos."

Sin embargo, el objetivo de la OMS no era sólo favorecer el desarrollo de esos otros saberes, sino, y muy especialmente, ubicarlos dentro de los carriles de las prácticas medicinales reguladas. De hecho, el organismo dio la voz de alerta: con la masificación del uso de terapias alternativas, también aumentaron los casos de reacciones adversas. Por ejemplo, en China, en 2002 se tuvo conocimiento de 9854 casos de reacciones adversas a los medicamentos, cuando entre 1990 y 1999 se habían registrado 4000.

Lo cierto es que en la Argentina, que suele seguir las recomendaciones de la OMS, cinco años más tarde el Gobierno no cuenta siquiera con un relevamiento confiable, ni mucho menos con leyes, aunque en los últimos tres años circularon tres proyectos por el Congreso Nacional.

Uno de ellos, que tuvo media sanción en Diputados, promovía la regulación de la acupuntura. Otros dos, surgidos del Senado, impulsaban la regulación de las medicinas complementarias en general y de la homeopatía en particular (este último, presentado por el actual gobernador del Chaco, Jorge Capitanich). Todos perdieron estado parlamentario a partir de este año.

La cuestión no es menor, sobre todo si se piensa en la magnitud del despliegue de estas opciones ejercidas con diferentes niveles de seriedad. Como dice Martí: "El problema de las medicinas alternativas no reside en lo que hacen sino en lo que no hacen". Y agrega: "Si alguien que sufre de jaquecas cree que le hace bien pasarse la panza de un sapo por la cabeza no está mal, siempre y cuando no sea lo único que haga. Hace tiempo vi a una mujer con un cáncer de mama en estado hiperavanzado que había decidido tratarse con una terapia de este tipo. Murió quince días después de que la vi. Y yo estoy seguro de que si, cuando su cáncer era sólo un nódulo, hubiera consultado a un mastólogo, la historia hubiera tenido otro final", concluye enfático.

Si bien es cierto que, en lo que a muertes evitables se refiere, no hay medicina infalible (ni siquiera la occidental), la falta de controles adecuados deja en una zona liberada al ejercicio de la medicina complementaria. Y desde allí también se oyen voces de alerta.

"La actual situación hace que el control de calidad no exista y que la oferta de servicios bajo un mismo nombre incluya un universo muy disperso de calidad. Y eso se vuelve en contra de la práctica misma." El que habla es Marcelo Ikonikoff, médico integrante del área de Medicina Familiar del Hospital Italiano y homeópata en su consultorio particular.

A la hora de hablar sobre su singular manera de ejercer la medicina, este médico sostiene que el camino que recorre cada profesional no está definido desde el principio, sino que se construye andando. "Yo me manejo con el concepto de medicina que fui descubriendo. Para mí, la cuestión es sumar estrategias, no dividir. Creo que tanto en mi consultorio como en el hospital, la medicina que ejerzo es más completa. La lectura homeopática me deja percibir algunos problemas de mis pacientes, en tanto que en mi consultorio también despliego conocimientos de la medicina convencional. De hecho, hoy le indiqué a una paciente un estudio de colon de tecnología avanzada", explica.

Al respecto, Carlos Russo, director médico del Same, cita a un viejo profesor suyo: "Cuando hay muchas teorías sobre la misma cosa es porque ninguna de ellas tiene toda la razón". Y agrega: "La homeopatía, por ejemplo, no es buena para todo. En general, funciona muy bien en cuadros en los que no hay una falla orgánica, como las alergias, las malas digestiones. Pero, por supuesto que no funciona en casos de cáncer declarado o HIV", describe este homeópata y emergentólogo, miembro de la agrupación Cascos Blancos, que hace dos meses integró una misión en Palestina.

Convencido también del potencial de la integración de saberes, Russo no piensa que la falta de reconocimiento oficial sea absoluta responsabilidad del Estado. "En el caso de las escuelas homeopáticas, que las hay muy buenas y muy serias en nuestro país, nunca se mostraron demasiado interesadas en luchar por un mejor posicionamiento que las popularizara. Y creo que, en parte, la cuestión está relacionada con lo económico."

Sea como fuere, con críticos y defensores, las formas alternativas de medicina -desde las viejas prácticas tradicionales de diversas culturas a las más nuevas, de inspiración new age- que hoy ganaron presencia y se han instalado con fuerza en el espectro imaginario de la salud, parecen llamadas a coexistir con la medicina occidental. Si, como lo demostró el estudio del CAEA, los argentinos combinan 35 tipos de terapias distintas para tratar su salud, es evidente que la discusión ya no pasa por la disputa entre la legitimidad de unas y otras, sino más bien por encontrar el modo en que esto que ya es una realidad encuentre cauces saludables, valga la redundancia, a salvo tanto de los prejuicios reduccionistas como de las promesas de la charlatanería.

© LA NACION

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