10 de marzo de 2009
- OBAMA -
Los ejecutivos siguen viviendo en una burbuja
Por qué se enojó el presidente
Bernardo Kliksberg
Para LA NACION
Noticias de Opinión
El presidente Obama se ha caracterizado por su serenidad y calma. Hace poco, reunió a los periodistas. El fiscal del Estado de Nueva York Thomas P. Di Napoli había detectado que los ejecutivos de las organizaciones financieras de Wall Street -beneficiarias, en su mayoría, de los paquetes de salvataje financiados por los contribuyentes- habían cobrado, en 2008, bonos por 18.400 millones de dólares. No ahorró adjetivos: "Es el colmo de la irresponsabilidad. Es vergonzoso. El pueblo norteamericano entiende que estamos en un gran agujero del que tenemos que salir, pero no le gusta que haya gente que está haciendo el agujero más grande mientras les piden a ellos que lo llenen". Exigió al sector privado norteamericano que se autoimpusiera "moderación, disciplina y sentido de la responsabilidad". No era demagogia. Estaba reflejando las encuestas, que muestran una ira masiva de la ciudadanía ante las sistemáticas actitudes del mismo corte.
Poco antes, Dick Fuld, presidente de Lehman Brothers, había comparecido ante el Congreso. El fue quien llevó a la quiebra a un banco de 150 años. El presidente del comité interpelante, Henry Waxman, demostró que había cobrado 255,9 millones de dólares de 1998 a 2007. Nicholas Kristof destacó en The New York Times que Fuld percibía 17.000 dólares por hora. Dos mil veces más que el sueldo mínimo, de 8,25 dólares. La revista New York refirió que viajaba a su oficina en helicóptero desde cada una de sus cinco casas. La que más utilizaba tenía 20 piezas, ocho dormitorios, pileta y canchas de tenis y de squash . Waxman le preguntó: "¿Es esto juego limpio?".
Poco después AIG, la aseguradora líder, recibió la mayor ayuda que el Estado hubiera dado a una empresa. El Washington Post denunció que ese fin de semana sus ejecutivos hicieron un retiro de lujo y festejaron, gastando varios millones. Los tres presidentes de las mayores empresas automovilísticas fueron interpelados en el Congreso por su pedido de ayudas extraordinarias. La primera pregunta no fue financiera, sino muy práctica: en qué habían llegado de Detroit a Washington DC. Lo habían hecho en sus jets privados. Un viaje que costaba 50 veces el precio de un pasaje business . El reciente despido del presidente de Merrill Lynch, John Thain, causó sensación. El procurador general de Nueva York, Andrew Cuomo, abrió investigaciones para saber por qué a pesar de que la empresa había sido vendida a otro Banco había hecho en el último momento pagos adelantados de bonos por 4000 millones. La cadena CNBC informó que, tiempo atrás, mientras recortaba puestos en la empresa, había hecho redecorar su oficina por valor de 1.200.000 dólares. Ello incluyó desde una cómoda de 35.000 dólares y un par de sillones de 87.000 hasta un cesto de 1500 dólares. Las historias continúan.
Los norteamericanos protestan porque los patrones comunes de conducta de quienes Tom Wolfe llamó "dueños del Universo" fueron las disparidades más agudas entre sus ingresos y su performance, y las prominentes brechas entre esos ingresos y los sueldos promedios de la economía. También se quejan por los "paracaídas de oro", las indemnizaciones multimillonarias que se fijaron en caso de despido.
Consideraciones básicas -no ya sólo morales, sino también pragmáticas- exigían otro comportamiento. ¿Qué fue lo que ocurrió? Entre otras causas por explorar, parece que la combinación de lo que Obama llamó codicia desenfrenada, la altísima concentración de poder, la desregulación salvaje y la sensación de impunidad, incidieron en su casi total pérdida de la noción de la realidad.
Los daños para el ciudadano medio fueron incalculables. Entre otras, la senadora Claire McCaskill afirmó: "Los ejecutivos de Wall Street estuvieron echando arena a la cara de los contribuyentes". Se abrieron investigaciones y hay una ola de pedidos para que se fijen nuevas reglas de juego. Al proyecto de poner un techo a las remuneraciones de los ejecutivos de empresas que reciban ayudas estatales, se sumó la enmienda del senador Christopher Dodd, aprobada en el Congreso, que bajó más ese techo y lo extendió no sólo a las empresas que fueran a ser objeto de ayuda, sino a las que ya lo habían sido. Argumentó Dodd: "No hay absolutamente ninguna razón por la que los contribuyentes americanos que trabajan duro deban financiar directa o indirectamente las excesivas compensaciones de los ejecutivos corporativos, cuyas decisiones, en muchos casos, perjudicaron fuertemente sus empresas y debilitaron toda la economía". La opinión pública piensa parecido. Según una encuesta en Newsweek , el estadounidense promedio considera que los CEO de las grandes corporaciones deberían ganar un 98,57% menos de lo que están cobrando.
The New York Times va más allá. Pregunta: "¿Deben los ejecutivos retener sus suculentas remuneraciones cuando las ganancias que generaron sus compensaciones se han esfumado?". Y agrega: "Al profundizarse la crisis financiera, lo que podría haber sido una cuestión filosófica es ahora el tópico del día". Efectivamente el representante Waxman y otras voces relevantes están pidiendo el reintegro de los bonos pagados a los ejecutivos de compañías que colapsaron. Amy Borrus (subdirectora del Consejo de Inversores Institucionales) señala: "Los paquetes de pago pobremente estructurados estimularon la mentalidad de enriquecimiento rápido y conductas de riesgo extremo, que han ayudado a poner de rodillas a los mercados financieros y han eliminado las ganancias de muchísimas empresas. Y aun así muchos de esos ejecutivos se han quedado con enormes compensaciones".
Hay una enseñanza adicional de fondo, subyacente, que hoy resuena fuertemente en los EE.UU. y en todo el mundo desarrollado y que tiene que plantearse América latina, con tanta necesidad de optimizar sus recursos escasos frente a la crisis que crece, más de 200 millones de pobres y la mayor desigualdad de todas las regiones.
Corresponde revisar preguntas, como cuál es la formación ética que se da en los programas de preparación de altos ejecutivos, cómo se los capacita para usar con responsabilidad colectiva los instrumentos estratégicos de alta gerencia que se les entregan y qué mensaje se les transmite respecto a la misión del ejecutivo en la sociedad.
Es difícil ver enojado al presidente, pero tenía sus razones.
El autor es copresidente de la Red Iberoamericana de Universidades por la Responsabilidad Social y Empresarial (RSE), integrada por cien universidades de América latina, España y Portugal, y presidente del Centro RSE de la UBA.
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