30 de octubre de 2008

- ¿FINAL? -




El fin de los tiempos fáciles


Por Carlos Conrado Helbling
Para LA NACION




El acuerdo de Bretton Woods, que establecía paridades fijas entre las monedas, colapsó en 1971. Ello provocó fuertes alzas en las materias primas. Por encima de todo, impactaron fuertemente los desmesurados aumentos en el crudo en 1973 y 1978.

El mundo vivió en esos años una época de pánico. No era para menos. La inflación en los Estados Unidos sufrió, en 1973 y 1974, un aumento del 40%, una suba no desdeñable. Fue durante esos años que el destacado economista francés, especialista en productividad, Jean Fourastié escribió, con este mismo título, un artículo premonitorio en un diario francés y que dio mucho que hablar: prenunciaba "el fin de los tiempos fáciles".

Fourastié, de haber vivido, hubiera presenciado, nada menos que en tres semanas de 1987 el desmoronamiento del Dow Jones en un? 46%. Luego, en otras tres semanas de 1997, como consecuencia de las crisis asiáticas, el desplome del Dow Jones en un 11%.

La última caída, de un 35%, se produjo a lo largo de los diez meses del corriente año. Hay que admitir que el mundo globalizado y fuertemente intercomunicado de hoy sufre males no conocidos en tiempos anteriores: una insaciable voracidad por el poder y un desmedido afán de dinero que, por desgracia, resultará difícil de morigerar. Lejos, bien lejos, ha quedado en el tiempo la austeridad preconizada por los antiguos griegos, que leíamos con tanta fruición en nuestros años mozos.

La explosiva expansión digital a través de los medios de comunicación ha llevado hoy a decenas de millones de personas a opinar y proponer soluciones un tanto lights en temas como el financiero internacional. Dejando de lado esas opiniones, aclaremos que hoy los principales países disponen de sofisticados instrumentos, desconocidos en 1930, de contralor gubernamental, como los bancos centrales y los estímulos fiscales que, tarde o temprano, sabrán actuar sobre la actual crisis (según el economista argentino Juan Carlos de Pablo, soy el único sobreviviente en nuestro país que llegó a tratar a sir Otto Niemeyer, director, en ese entonces, del Banco de Inglaterra, uno de nuestros consejeros en la creación de nuestro Banco Central, en 1935).

El señor Ben Bernanke, actual presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, es, según se afirma, un académico que ha analizado a fondo la crisis del 30, y lo celebro. Si bien no la he estudiado tanto como él, sí poseo la ventaja de haberla vivido en carne y hueso. Me dejó algunos recuerdos inolvidables: el boleto obrero porteño de 5 centavos en los tranvías antes de las 7 de la mañana; la compra del periódico, también a mitad de precio ?otra vez 5 centavos? después del mediodía. Quedará en la memoria de más de uno cómo se limpiaba el plato con el pan para no dejar nada sobrante.

La estrategia internacional de los actuales gobiernos ya está trazada: inyectar dólares y euros en las instituciones financieras en cantidades ilimitadas, mientras sea necesario. Hasta el momento en que éstas vuelvan a brindar a empresarios y a particulares los créditos indispensables para que la economía y los mercados puedan funcionar y se desenvuelvan normalmente.

¿Cuánto tardará este proceso? Hasta que, basado en un factor no técnico, el del credere, la confianza vuelva a inducir a todos a depositar sus haberes con tranquilidad en las instituciones bancarias. Hasta que las instituciones y sus controladores vuelvan a despertar la necesaria credibilidad, basada en la idoneidad, la transparencia, la honestidad intelectual? y de la otra. ¡Así de sencillo? y de complicado a la vez!

¿Cuál será el costo de este operativo? Mayor inflación, recesión y desocupación.

La respuesta no deja lugar a dudas: padecemos una mayor inflación en el mundo, agregada a la ya existente, y que en nuestro país corroe desde hace más de medio siglo todo esfuerzo honesto. Y, en paralelo, una inevitable recesión. Esta, lamentablemente, se verá acompañada, allá y aquí, por una mayor desocupación. Deberá estar complementada por una asistencia social efectiva, honesta y abarcativa, inteligente en su implementación; eso sí, desprovista de grandes discursos.

Será la hora de las transformaciones concretas. Hacer lo imposible a favor de los millones de hambrientos y descalzos de nuestra patria, desprovistos de educación, analfabetos muchos de ellos, y, por encima de todo sin conocer ni haber vivido la cultura del trabajo.

Todo esto en el país del trigo y de la pampa húmeda, donde brota toda semilla caída. ¡Increíble!

Ya que de la Argentina se trata, veamos cuáles son los instrumentos que pueden llevar a morigerar la crisis que se avecina.

El camino que deberíamos emprender los argentinos sin demasiada demora se asemeja a lo que podríamos denominar una economía de guerra. Y ello deberá traducirse de inmediato en un fuerte aumento de la producción. Sólo un fuerte aumento de la producción resolverá nuestros problemas y nos brindará una mayor ubicación internacional. Encontrar los estímulos para aumentarla no resultará tan difícil si existe en la administración de turno, y en la población, la voluntad de lograrlo: bajarán la desocupación y la necesidad de asistir a los más desprotegidos. La producción nos brindará divisas, pondrá a todo un pueblo de pie.

Aumentar la producción nacional es una obligación impostergable. Hay que eliminar los obstáculos que sufre. Se hubiera podido, por ejemplo, aumentar en un 50%, de un año al otro, la producción agropecuaria, incentivándola con una sustancial reducción en las retenciones. Para las arcas fiscales, en función de una mayor producción, los ingresos no hubieran disminuido.

Recuerdo el pedido de Winston Churchill en plena guerra mundial, cuando formuló un llamado urgiendo a todos a aumentar la producción agrícola, si fuera necesario "sembrando en los lugares menos imaginados: al borde de los caminos, en los jardines, en las macetas?" Y lo logró. El aumento de la producción nacional de la industria, la producción agropecuaria, los servicios, constituyen los pilares que elevarán a niveles superiores a nuestra nación. No hay otras alquimias.

Buena parte de nuestros abuelos y bisabuelos, en su mayoría europeos, vinieron a nuestra patria para "hacer la América". No todos lo lograron. Los que lo hicieron trabajaron muy duramente de lunes a sábado y, si era necesario, buena parte del domingo. Así se fue construyendo una gran nación, acompañada por una educación rigurosa, que llegó, en su tiempo, a ser la envidia de muchos países. Tuvimos teléfonos antes de que se instalaran en París, ferrocarriles, subterráneos, caminos asfaltados, aguas corrientes.

La distribución de la riqueza no fue pareja para todos. De la misma manera, en función de la época, tampoco lo fue en los países europeos. Por algo muchos inmigrantes habían abandonado sus países, muchos de ellos con una historia cultural de siglos, pero desprovistos, en esos tiempos, de jubilaciones, vacaciones y otros beneficios.

De haber nosotros perseverado en nuestro esfuerzo y en nuestro duro trabajar, contaríamos hoy seguramente con un Ejecutivo eficiente, un Legislativo virtuoso y un Judicial dedicado a administrar una justicia rápida y eficiente y un país provisto de seguridad.

Si nuestros antepasados trabajaron con tanto ahínco para construirlo, con tanto esfuerzo y dedicación, un futuro: ¿por qué nosotros, los que poblamos nuestro vasto territorio, en muchos lugares casi desértico, no podemos hoy trabajar con el mismo ahínco, con gran esfuerzo, con una dedicación sin horas?

¿Qué nos pasa? ¿Nos cuesta tanto mantener el mismo respeto por las instituciones, la misma educación en nuestros hogares, en definitiva ?grabado en letras de relieve? las mismas ambiciones para volar alto? ¡Esta es la gran pregunta!

Corresponderá, asimismo, eliminar de cuajo la inflación, terriblemente nefasta, gastando menos. Así de sencillo. Las inversiones provendrán del regreso de las cuantiosísimas inversiones de todo tipo de los argentinos radicadas en el exterior, convencidos todos de que la intención, después de tantos decenios, será construir un país en expansión, creíble, confiable, dentro del marco de una de las naciones más bellas del mundo.

Más allá de las administraciones públicas de turno, la pregunta es si la voluntad de lograr un país responsable, serio, confiable, realmente anida o no, hoy, en cada uno de los argentinos. Tendremos el país en el cual vivimos y con el cual nos conformamos, si no estamos dispuestos a trabajar por una nación mucho más productiva, laboriosa, sin permanentes discusiones internas entre facciones que a nada conducen.

Muchos de nosotros nos sentimos heridos y agobiados. Queremos hacer una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común.

No hay comentarios.: