30 de abril de 2009

- GOBERNABILIDAD -













Los fantasmas que agita el Gobierno

El mito de la gobernabilidad

Alvaro Abós
Para LA NACION
Noticias de Opinión


Es lógico que un político aspire al poder. Está en la naturaleza del político y a ello dedicará cada hora, cada minuto de su vida. Es legítimo que así sea, pues ejercer el poder como servicio a los semejantes puede ser una acción benéfica. Ahora bien: siendo el poder, por su naturaleza embriagadora, algo peligroso, sólo deberían ejercerlo personas con muy robusta complexión ética y alto sentido de la responsabilidad. Por eso se hizo célebre una frase esquemática, pero cierta, que allá por 1887 pronunció el político e historiador inglés lord Acton: el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Cualquier ciudadano mayor de edad puede obtener un carnet para conducir, pero antes debe demostrar que conoce las reglas de tránsito y de manejo. En su clásico libro Mirabeau o el político , Ortega y Gasset señala que en el político alienta una fuerza de aceleración -motor de sus actos-, pero también un simétrico freno, que contiene el vértigo. Saber discriminar entre los políticos que obran impulsados por un sano apetito de poder y aquellos otros a quienes domina un hambre desmesurada es función que en las democracias se les encomienda a los ciudadanos.

Estas reflexiones fueron suscitadas por el hiperkinético ex presidente y actual jefe político del país Néstor Kirchner, quien sin cesar produce innovaciones con la finalidad de atornillarse al mando, prolongándolo dentro del corsé que le impone la legalidad. Primero fue la sustitución conyugal como mecanismo de perduración. Luego, la modificación a piacere del calendario electoral. Finalmente, la orden cursada a gobernadores e intendentes adictos para que se postularan de manera simbólica, al sólo efecto de travestir como plebiscito unas elecciones que la Constitución señala como de renovación legislativa. Ninguna de estas ingeniosas arquitecturas leguleyas es ilícita, pero, en su conjunto, no mejoran el nivel de la cultura política argentina.

Tampoco, a decir verdad, son grandes alardes de inteligencia: la continuidad conyugal es mera adecuación folklórica del viejo nepotismo. Reformar la fecha de elecciones en provecho del Gobierno es treta elemental. En su conjunto, estas acciones confirman lo ya sabido: Kirchner, por si alguien aún no se dio cuenta, es ducho en la artimaña y la picardía criolla. En lenguaje "politológico", es mejor táctico que estratega.

En principio, el empeño por triunfar es virtud acá y en cualquier lugar del mundo, tanto para un político como para todo hijo de vecino. Pero el ingenio y la creatividad en este campo, si se hipertrofian, pueden convertirse en apego desmesurado al poder, un rasgo perjudicial para el propio sujeto que lo padece, pero, sobre todo, peligroso para la sociedad en cuyo seno se dan tales afanes.

Un referéndum es recurso electoral que no puede ser usado a discreción. El último intento fue ensayado por el ex alcalde de Buenos Aires Aníbal Ibarra, ante la posibilidad de su despido por mal desempeño, lo que ocurrió el 7 de marzo de 2006. A toda costa quería organizar un referéndum para eludir la destitución, cuya legalidad no aceptaba.

Semejante esfuerzo para retener el poder, ¿no es lo que los italianos llaman una fatica spreccata (un esfuerzo inútil)? ¿Para qué tanto trabajo si el veredicto final que darán las urnas es ineludible? Dicho lo cual, debe reconocerse que un somero vistazo a la historia argentina moderna justifica el sobresalto permanente en el que parece vivir Kirchner. ¿Cuántos gobernantes se han alejado pacíficamente de su sillón? A Hipólito Yrigoyen lo mandaron a la carcelaria isla Martín García (1930), destino que en 1963 también se infligió a su discípulo Arturo Frondizi. A Juan Perón lo bombardearon y, finalmente, mientras la flota amenazaba con arrasar Buenos Aires a cañonazos, debió pedir asilo para salvar la vida (1955). A María Estela Martínez la expidieron a Bariloche por vía aérea (1976). A Arturo Illia lo echaron con un escuadrón policial (1966). Si bien Carlos Menem llegó a ponerle la banda a su sucesor (1999), tiempo después fue preso. Fernando de la Rúa debió huir en helicóptero (2001). Eduardo Duhalde, que no ganó elección presidencial alguna, también se fue, en 2003, antes de lo que él mismo esperaba.Y Raúl Alfonsín, que sí ganó, de forma resonante (1983), tuvo que renunciar de apuro para evitar mayores catástrofes.

En una época, los militares se encargaban de la tarea sucia, por cierto siempre rodeados de entusiastas falanges de civiles. Ultimamente, son otros los sujetos en estos finales: el mercado, la pueblada... El habla coloquial porteña, creadora incesante de neologismos y frases ingeniosas y cínicas, ha pergeñado variadas expresiones para nombrar estos destratos que la Argentina regala a sus mandatarios: a Fulano, dicen los porteños, "se lo llevaron puesto"; a Mengano "lo hicieron de goma...". La última variante reza: a Zutano "lo esmerilaron".

Estas frases obsesionantes galopan por el imaginario argentino. Sin embargo, no es necesario ser freudiano para entender que una manera de mantener vivo un trauma es mentarlo sin cesar, como hace Kirchner, un político que siempre aprieta más el acelerador que el freno. Una cosa es conocer el pasado para no recaer en sus trampas y otra es aprovecharse de él para sacar ventajas que deberían ser fruto de otras faenas -por ejemplo, un buen gobierno- y no de los espantajos que yacen en las memorias turbias de la Argentina.

Podría señalarse que estos avatares -un gobierno que sube o que baja en popularidad-, despojados de la propensión argentina por la desmesura, no son ninguna exclusividad nacional. ¿Acaso no los padece cualquier gobernante? Un político llega al poder y luego lo pierde. Es lógico que patalee. Todo hombre o mujer se resiste a admitir el paso del tiempo. Tal es lo que parece suceder en la Argentina: hay señales de que la sociedad muda sus preferencias y quizá quiera cambiar de caras, aplicando, a quienes fueron sus favoritos hace un tiempo, ciertos castigos o correcciones. Para eso están las renovaciones parlamentarias y los ciclos constitucionales.

Si en los próximos tiempos en la Argentina se produjera una transición gubernamental, ella no debe ser traumática y Néstor Kirchner, o quien sea, ha de aceptarla sin más. Sin embargo, el ex presidente repite con frecuencia que está en juego la "gobernabilidad". Pero, ¿qué significa esta palabreja? Introducirla en el lenguaje de la calle ya de por sí es una chicana...

No hay "gobernabilidad": hay gobierno. Alzas o bajas de la economía, conflictos o armonías sociales, buen humor o mal humor popular, son vaivenes que no deben alterar la marcha del país, de la misma forma que la temperatura corporal no condiciona la vida, pues ella depende del latido del corazón. Esto significa sujeción a las normas. Todos los argentinos somos garantes de la constitucionalidad. Los plazos deben cumplirse. Pero las reglas del juego, también.

Alvaro Abós escribió Eichmann en la Argentina y El cuarteto de Buenos Aires, entre otros libros.

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