7 de abril de 2009
- PARTO -
El mundo saldrá de la crisis con un sistema más justo
Dolores de parto
Guillermo Oliveto
Para LA NACION
Noticias de Opinión
Ilustración: Alfredo Sabat
Juan Tetzel cumplió a la perfección con el mandato que le habían dado. Tenía la responsabilidad de recaudar tanto como fuera posible. Su carácter de vendedor agresivo y la exclusividad territorial sobre un ducado de Sajonia dieron a este monje enviado por el Papa las llaves del éxito. ¿Qué vendía? El perdón divino. ¿A quién? Pues, a quien pudiera pagarlo. Sostenía que tan pronto como su moneda sonara en el cofre el alma de sus amigos ascendería del purgatorio al cielo. La gente pagaba no sólo para librarse de los pecados pasados, sino también para permitirse algunos más.
Para muchos habitantes de aquel pequeño ducado alemán, fue demasiado. Hastiado por lo que consideraba una tergiversación de las sagradas escrituras, un fraile de origen campesino actuó de manera intempestiva. El 31 de octubre de 1517, caminó hasta la iglesia del castillo de Wittenberg y colgó en la puerta sus históricamente famosos 95 argumentos (o tesis) en contra de la venta de indulgencias. Ese escrito no tenía la intención de iniciar ningún movimiento en particular, sino simplemente de protestar contra un esquema de gastos excesivos y superfluos sustentados por cualquier tipo de fuente de ingresos. Para el monje sajón, el modelo estaba totalmente agotado.
Sin quererlo, Martín Lutero (1483-1546) se transformó en el representante del descontento de muchos cristianos con la ambiciosa y opulenta Roma. Especialmente, los de los pueblos del Norte. El duro carácter de los habitantes de esta región se había forjado con las inclemencias de un clima nada amigable. Mucho frío, mucha lluvia y muy poco sol. Una idiosincrasia austera y esforzada, opuesta a la de los pueblos latinos del Sur, que gozaban de las nuevas riquezas y del espíritu festivo del Renacimiento cantando y danzando al aire libre.
A los dos meses, toda Europa debatía los ya famosos 95 postulados. En 1520, Lutero fue excomulgado por el Papa y, afirmando su rebeldía, rompió frente a una multitud de seguidores la bula papal. Después tradujo la Biblia al alemán para que todo el pueblo pudiera leer de primera mano el mensaje de Dios. La Reforma ya no tendría marcha atrás. A pesar de tener su propia versión de la protesta, el francés Juan Calvino (1509-1564) se sumó a la nueva corriente de pensamiento y ayudó a consolidarla.
No se trataba de alejarse de Dios, sino de volver a él. Recuperando los principios cristianos de una vida frugal, consagrados al trabajo y al esfuerzo y demostrando que con el sudor de la frente, los hombres serían dignos de la misericordia divina. Para Calvino "un hombre que no quiere trabajar no tiene derecho a comer". La riqueza que emergiera del esfuerzo y el ahorro no sería ya una ofensa para Dios, sino todo lo contrario: una manera de honrarlo.
Había nacido la ética que daría origen a los fundamentos del capitalismo y que se expandiría rápidamente por Suecia, Dinamarca y los Países Bajos. Tomó forma definitiva durante el reinado de Isabel I, en Inglaterra. Estos valores serían transferidos "genéticamente" a los Estados Unidos. Serían los motores del más extraordinario progreso en la historia. Dieron al mundo su fisonomía actual.
Al igual que aquellos alemanes del ducado de Sajonia-Wittenberg inspirados por Lutero, hoy el mundo entero protesta. Las marchas se multiplican en las principales capitales: Nueva York, Londres, París, Berlín, Roma, Madrid, Moscú, Dublín. La gente no está enojada: está furiosa. Sus mensajes tienen mil formas, pero se aúnan en una proclama análoga a la del monje sajón: "Se agotó el modelo". Ciertamente sus insultos no apuntan a la propuesta original, sino a sus profundos desvaríos.
¿Dónde quedaron aquellos valores que fueron los cimientos originales del modelo? ¿Qué sucedió con la ética del trabajo? Cuando se grita a favor del fin del capitalismo, ¿a qué capitalismo se refieren? ¿Qué tiene que ver su fisonomía actual con la que surgió de los preceptos de Lutero? En alguna curva, doblamos mal y nos perdimos por completo. Y de pronto la carroza se transformó en calabaza. Ya no hay Biblia por traducir, pero sí, valores por rescatar.
Convertido en cronista diario del actual momento, el premio Nobel de Economía Paul Krugman publicó una visión que, a mi modo de ver, da en el nudo del problema: "En este país, demasiados de nosotros dejamos de ganar dinero haciendo cosas y empezamos a ganar dinero con el dinero". En la reciente reunión del BID, en Medellín, el ex presidente norteamericano Bill Clinton le dio la razón. Pronosticó que de la crisis global emergería un nuevo modelo basado en hacer más dinero produciendo bienes y servicios, y menos con las finanzas. "Aún se hará dinero con las finanzas, pero no construyendo castillos de arena", profetizó.
¿Qué es verdaderamente lo que está cambiando? ¿La economía, la política, el poder, la relación del Estado con los restantes actores de la vida económica, el peso de los países en la gran mesa de decisiones global, la configuración del mundo?
Todo eso. Y más también. Cuando todo cambia, en realidad, lo que cambia es aquello que está detrás de todo: los valores.
Aquellos valores que supieron forjar Lutero y Calvino, al combinarse con la intelectualidad de la Ilustración y con las herramientas de la Revolución Industrial dieron forma a una visión común ?la modernidad? que imperó durante prácticamente 200 años, de mediados del siglo XVIII a mediados del siglo XX. Ese paradigma fue capaz de producir y construir un mundo nuevo. Pero traía, en su dogmatismo inflexible y en su ambición de conquista, el germen de la destrucción. Tras la decepción de las dos guerras mundiales, sus ideales fueron seriamente jaqueados. Matar a 70 millones de personas ¿era progresar?
Emergió la contracultura de la posmodernidad. Fueron sus valores los que guiaron al mundo durante los últimos 30 años. La idea de progresar, de ir hacia un futuro mejor, se fue por la alcantarilla. Asqueado de sí mismo, el hombre se dedicó a pasarlo bien, sin mucho más horizonte que el puro presente. Si ya no había futuro por el que luchar, ¿qué sentido tenía realizar el esfuerzo de postergar el deseo y el reconocimiento, como lo pregonaban Lutero y Calvino? ¿Ahorrar para qué? ¡Lo quiero todo, y lo quiero ya, aunque ya sepa que mañana querré otra cosa, porque nada puede llenarme el vacío de sentido!
Elegimos salir de la angustia por el parque de diversiones. Libertad total. La vida comenzó a ser vivida como una fiesta. Pero olvidamos dos detalles: las fiestas no son eternas y, además, alguien debe pagarlas. Ahora que nos traen la onerosa cuenta, nuevamente los valores en vigor comienzan a ser cuestionados.
Después de sufrir las consecuencias del descontrol, valoramos nuevamente una mínima dosis de control. Vamos del desborde a la moderación. Una mujer como Paris Hilton ya no es ni siquiera graciosa: es grotesca. Paradójicamente, se resignifica el valor de lo real en un mundo cada vez más virtual. Madoff mediante, descubrimos los verdaderos riesgos del atajo y comenzamos a preferir el camino más esforzado, pero más seguro.
El trabajo ha vuelto al centro de la escena. Hoy es el bien más preciado en el nivel mundial. El ocio es muy gratificante, siempre y cuando tengamos con qué solventarlo (Lutero "remixado"). Lo chico y eficiente comienza a ser inteligente. Los pequeños automóviles Smart y Nano son los nuevos símbolos de la industria automotriz. La perspectiva se está modificando: vuelve a emerger la idea del largo plazo. Progresar y crecer a como dé lugar ya no es una opción. O el progreso es sustentable o no es progreso: es riesgo letal. La voracidad a lo Gordon Gekko, el personaje de Michael Douglas en la película de fines de los 80 Wall Street, se vuelve un disvalor. Menos hedonismo y más inteligencia. Menos codicia y más ética. Menos individualismo y una mayor conciencia moral. Libertad, sí, por supuesto, pero con su natural consecuencia: responsabilidad.
Esta crisis también pasará. Ese día no habrá tesis ni antítesis. En el horizonte se vislumbra una nueva síntesis superadora. Ya no hay muro que voltear. Los que protegían a ambos modelos extremos han caído. Uno, el 9 de noviembre de 1989. El otro, el 15 de septiembre de 2008, junto con Lehman Brothers. Ni control total ni libertad irresponsable. Ni comunismo ni liberalismo extremo. Ni modernidad ni posmodernidad. Asoman los primeros destellos de otra cosmovisión: la ultramodernidad, como sustento filosófico, y un nuevo capitalismo, ya no salvaje, sino civilizado, como su natural correlato económico. Podemos llamarlo "capitalismo humano" o "capitalismo ético", tal como lo sugirió Bill Clinton en el reciente Foro de Davos. Independientemente del nombre, deberá tener una mayor contemplación moral y social, y, sin dudas, un mayor control cruzado por parte de los distintos agentes que lo componen.
El filósofo español José Antonio Marina definió así este nuevo paradigma: "La modernidad sostuvo que las buenas salidas eran las mismas para todos. La posmodernidad, escéptica y burlona, dice que vivimos en un régimen de sálvese quien pueda. La ultramodernidad es más cauta, más realista, más esperanzada y más trabajadora".
Es lógico que nos duela. Sería impensable que fuera de otro modo. Son los dolores de parto. Nuevos valores pujan por salir a la superficie. Algo más tarde de lo que indicaba la cronología, está naciendo el siglo XXI.
El autor es licenciado en administración de empresas y especialista en marketing.
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