14 de noviembre de 2008

- LOS '70 -





La historia oficial de los 70

Memoria sesgada y radicalizada, un fenomeno que agobia


Pacho O´Donnell
Para LA NACION



Si bien es innegable el acierto de los gobiernos Kirchner de impedir el olvido de la atrocidades cometidas por la dictadura genocida, que asoló nuestra patria entre 1976 y 1983, es de destacar un aspecto sesgado de dicha memoria: se enfoca en la exclusiva exaltación de los integrantes de la guerrilla -en especial, Montoneros- y, en cambio, deja de lado a quienes se opusieron a la ominosa dictadura del Proceso desde posiciones democráticas y progresistas, sin acordar con tácticas y estrategias guerrilleras. Fueron éstos, sin duda, la enorme mayoría de los desaparecidos y de los exiliados interiores y exteriores. Los montoneros no superaron el diez por ciento de las víctimas, pues el número de sus activistas llegó a ser sólo de algunos miles. Por otra parte, tenían organización y estructura de clandestinidad, a diferencia de quienes se desempeñaban en superficie.

De lo que se trata es de sostener a ultranza el paradigma dominante hasta el agobio que transforma en heroísmo sin autocrítica (la teoría de la "juventud maravillosa") lo que debería ser la aceptación de que las propuestas y las acciones de la guerrilla urbana de los setenta se prestan a la polémica y a la revisión histórica, pues tuvieron una elevada dosis de trágico error. como el asesinato de José Rucci en democracia o la insensata "contraofensiva" que segó la vida de muchos jóvenes. Porque la sangre derramada, además de que fue negociada en los encuentros entre Firmenich y Massera en España, está claro que muchas veces no estuvo bien vertida, por las sospechosamente desatinadas decisiones de su conducción.

Estos conceptos no desmerecen en absoluto la entrega de quienes creyeron que la vía de la guerrilla urbana era la más adecuada para terminar con el totalitarismo e ingresar en la democracia. Pero es hora ya de reconocer que ésta no era el objetivo de la cúpula montonera, como se reveló cuando, ya con Perón en el gobierno, elegido en elecciones democráticas, continuaron con su violenta apuesta por una sociedad totalitaria, que pretendían socialista. Esta fue una de las principales dificultades del gobierno de Perón, quizás también desencadenante de su muerte, y del debilitamiento y consiguiente caída del gobierno deficitario, pero constitucional, de la señora de Perón, envuelto en el caos de la violencia especular de la Triple A y de la guerrilla montonera.

La obstinada reivindicación de la lucha armada deja de lado a la gran mayoría de quienes se opusieron a la dictadura cívico-militar por otros medios. Por ejemplo, a los dirigentes gremiales combativos, a los dirigentes estudiantiles y universitarios, a los profesionales e intelectuales progresistas, que fueron eliminados y perseguidos con el pretexto de que pertenecían a una subversión con la que no coincidían. Es curioso, pero la historia oficial de los 70 es funcional a la versión de la guerra sostenida por los partidarios del Proceso, pues, al dar a entender que los treinta mil desaparecidos eran guerrilleros, se confirma que fueron un verdadero ejército.

Nada oficial parece recordar explícitamente a quienes perdieron sus trabajos o sus estudios, a quienes padecieron su inclusión en las denigrantes listas negras que impedían a artistas e intelectuales desarrollar sus vocaciones y talentos, a quienes se quebraron por el terror y nunca fueron lo que pudieron haber sido. Tampoco se ha reconocido a las decenas de miles de quienes debieron marchar al exilio, por persecución, temor o prudencia. Son muchos los que aún viven lejos, imposibilitados de regresar a una patria que debería llamarlos y recibirlos, padeciendo el extrañamiento y melancolía. Ellos deberían recibir un reconocimiento.

¿A quién sirve esta radicalización de la memoria, este exaltar la muerte como sinónimo de republicanismo democrático? Sirve a los ex partidarios de la lucha armada, encaramados hoy en puestos de la política burguesa, a la que antaño combatían, quienes de esa manera se convencen y tratan de convencer a los demás, en especial a los jóvenes posdictadura (y debemos reconocer que en gran medida lo han logrado), de que ellos han sido exclusivos protagonistas de una supuesta página de gloria en nuestra historia.

También esa radicalización de la memoria en los extremos de "asesinos" y "asesinados" disuelve las culpas de los muchos que colaboraron con la dictadura en posiciones más blandas, pero necesarias: los que se desempeñaron en cargos nacionales, provinciales y municipales, los que firmaron cesantías sin que les temblara la mano, los que censuraron libros y películas, los que escribieron listas de sospechosos, los que firmaron artículos que justificaban atrocidades. Sin hablar de los que se dedicaron a la especulación financiera o a los viajes del "déme dos" haciendo oídos sordos a los gemidos de los torturados.

Conclusión: al homenaje a las víctimas de la represión del Proceso le falta la confesión de que la lucha armada fue un proyecto equivocado que arrasó con la vida de muchos jóvenes valientes y bien intencionados y que no permitió, durante años, el desarrollo de estrategias alternativas y democráticas que fueron, a la postre, las que consiguieron derribar a la dictadura.

Le falta también el reconocimiento de que la inmensa mayoría de los desaparecidos y el grueso de la oposición a la dictadura no compartía las tesis ni la praxis de las organizaciones armadas, las que, con su accionar insensato, daban pretexto al genocidio de todos los que molestaban al Proceso, bajo la calificación de "subversivos".

Asimismo, les falta un saludo a quienes no merecen el demérito por haber sobrevivido a la represión, pero que la padecieron como censurados, exiliados o acorralados.

Es hora ya de comenzar a cuestionar esa "historia oficial" hecha a la medida de algunos que así evitan la sinceridad de la autocrítica.

El último libro de Pacho O´Donnell es Caudillos federales. El grito del interior (Norma)

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