22 de noviembre de 2007

- CREATIVIDAD -




Otra fuente de riqueza:



la creatividad

Por Ariel C. Armony
Para LA NACION



El ingenio popular es una fuente de riqueza. El desmerecido “lo atamos con alambre,” muchas veces una solución original a un problema cotidiano, puede transformarse en la semilla de miles de pequeñas y medianas empresas. La “receta de la abuela” puede ser la base de una gama de productos en el multimillonario mercado de la salud o la alimentación.

Este mundo de ideas no nace en los laboratorios de investigación científica, las aulas universitarias o las oficinas de las multinacionales. Esta creatividad surge de los pueblitos del Noroeste, los barrios humildes del conurbano bonaerense y las comunidades indígenas del Sur, entre muchos otros lugares “marginales” en la economía creativa del siglo XXI.

La mayoría de las estrategias para generar desarrollo y aliviar la pobreza se basan en un modelo jerárquico que percibe a la población con escasos recursos económicos como un receptáculo para la beneficencia.

Se suele asumir que la capacidad productiva de este amplio segmento social reside únicamente en sus brazos y manos. Sin embargo, transformaciones revolucionarias en los mercados y nuevas ideas sobre el valor del conocimiento han abierto la puerta a posibilidades de desarrollo inimaginables unos pocos años atrás. Si queremos comprender esta dimensión de la globalización necesitamos explicar dos procesos clave.

Para entender el primero es útil pensar en La biblioteca de Babel, relato en el que Borges, en realidad, anticipó Amazon.com.

La biblioteca es la combinación de tres elementos que hoy definen un nuevo modelo económico: selección ilimitada, infinitos anaqueles y disponibilidad absoluta. El único problema con la biblioteca de Borges es su deficiente coordinación de la oferta y la demanda. Según el principio de Pareto, es razonable estimar que el 80 por ciento de la actividad de la biblioteca procedería del 20 por ciento de los libros en el catálogo. Frente a tal distribución, ¿cómo justificar esa gigantesca estructura? ¿Cómo hacer para que millones de libros oscuros encuentren al menos un lector de vez en cuando?

Compañías como Amazon, iTunes o eBay han resuelto el problema. En sus plataformas, las búsquedas son sencillas, ayudadas por recomendaciones basadas en algoritmos. Las obras inútiles siempre encuentran un lector, melómano o coleccionista. El sistema de distribución y venta online basado en el principio del “inventario total” nos ha liberado de la tiranía de los éxitos. Vivimos en un mundo en el que el lector del comentario del evangelio gnóstico de Basílides tiene, como consumidor, tanto poder como el entusiasta de Paulo Coelho.

Chris Anderson, en un famoso artículo en Wired, llamó a este fenómeno la “cola larga”. Se trata de una curva de demanda cuya “cabeza” representa algunos productos de gran popularidad (los éxitos) y una larga “cola” que desciende rápidamente con productos mucho menos populares (los olvidados). El volumen de la oferta disponible y los bajos costos de distribución (sobre todo en el mundo digital) hacen que la combinación de suficientes olvidados pueda generar un mercado tan grande como el de los éxitos. Como dice Anderson, hoy en día el secreto está en vender poco para ganar mucho.

Lo fascinante de este nuevo modelo es su relevancia para el segundo proceso que está gestándose a nivel mundial. Intelectuales y activistas en países del Sur vienen sosteniendo que los pobres en recursos económicos son ricos en conocimiento. En la India, por ejemplo, una red ha recolectado más de 50.000 invenciones y prácticas de conocimiento tradicional. Esta base de datos contiene innovaciones en herramientas y maquinaria agrícola, usos renovables de la energía, medios de transporte y medicinas naturales, entre muchas otras ideas. Todas provienen de individuos y comunidades con exiguos recursos económicos, limitado acceso al sistema educativo formal y ningún apoyo tecnológico por parte del gobierno, de las ONG ni del sector privado.

De acuerdo con el fenómeno de la cola larga, si agregamos el número extraordinario de pequeñas innovaciones surgidas de los sectores menos privilegiados, el resultado podría ser una fuerza global de enormes proporciones. Lo atractivo de esta visión es que plantea una estrategia de desarrollo construida a partir del conocimiento popular, tanto a nivel individual como comunitario. Este modelo de inclusión social alienta el potencial creativo de los usuarios y es sostenible en el largo plazo porque se regenera constantemente y transforma eficientemente lo negativo (la falta de infraestructura y recursos) en innovación tecnológica, institucional, educativa y sociocultural.

Sin embargo, la comercialización del conocimiento de base, así como el intercambio de innovaciones entre comunidades (sin la mediación del mercado), enfrenta una serie de obstáculos complejos. El sistema internacional que regula los derechos de propiedad intelectual impone barreras muy altas para el registro de ideas cuando se tienen pocos recursos. Mientras el microcrédito se ha convertido en un boom de escala mundial, el capital de riesgo disponible para emprendimientos innovadores en la pequeña escala es prácticamente inexistente. La incubación de innovaciones de base es costosa y requiere el apoyo de redes extensas. Las asimetrías en la información perjudican a los sectores de menos recursos, sobre todo porque la comunicación horizontal entre ellos es deficitaria y segmentada.

Estos obstáculos pueden superarse. Activistas en la India, China, Brasil y Sudáfrica están trabajando en la construcción de una red global para el desarrollo de innovaciones de base. Varios países del sudeste asiático están explorando el papel que el Estado puede asumir para promover esta agenda. En los últimos dos años han aparecido plataformas virtuales que posibilitan la ayuda financiera de persona a persona, creando un modelo viable que puede adaptarse al terreno de las innovaciones. La idea es conectar a un inventor en Fortaleza con un inversor en Boston y un empresario en Tokio.

Sería interesante que la Argentina se sumara a este tipo de esfuerzos. Las universidades, sobre todo en el interior del país, tendrían un papel vital en la creación de redes destinadas a la recolección, protección e incubación de innovaciones. El Gobierno podría explorar estrategias de apoyo, tales como la creación de un fondo nacional para la adquisición de insumos tecnológicos, una forma de poner la creatividad local a disposición de la pequeña empresa. Los planes de asistencia podrían reestructurarse con el objetivo de promover el capital creativo de los sectores con menos recursos económicos. Si el Gobierno, empresarios e intelectuales tienen un genuino compromiso con la Argentina profunda, éste es el momento de embarcarse en una agenda real de innovación. Las ideas y condiciones están esperando.

El autor es profesor del Colby College, Estados Unidos

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