2 de noviembre de 2007

- EFESO -




Las vírgenes de Efeso



ESMIRNA, Turquía




Mi guía se llama Omar, profesor de lenguas y de historia. Viajamos en auto hasta las ruinas de la muy vieja ciudad de Efeso, unos 70 kilómetros al sur de Esmirna. Como es musulmán y muy culto, durante el viaje nos damos un banquete recordando las versiones que sobre Jesús y su madre desarrollan los Evangelios, el Corán y múltiples tradiciones, incluso algunas muy antiguas de carácter gnóstico, porque en Efeso, precisamente, comenzó el culto a María. Una línea narrativa asegura que allí pasó sus últimos años, llevada y asistida por el apóstol Juan. Otra afirma que se había quedado en Jerusalén.





Efeso fue construida en el extremo occidental de Anatolia, sobre las azules aguas del mar Egeo. Enfrenta las islas donde vivieron inolvidables filósofos, matemáticos, políticos y dramaturgos. Esa zona fue la patria, entre otros, de Tales de Mileto e Hipócrates de Cos. En la misma Efeso nació y escribió Heráclito, un pensador fundamental. También se dice que en Efeso nació Homero, pero su biografía es aún pura niebla. Ubicada en el cruce estratégico de Oriente y Occidente, Efeso reunía a los orfebres más cotizados del área, que se enriquecían con una febril producción de imágenes, medallas y otros objetos vinculados a la diosa Artemisa y su fabuloso templo.

Artemisa (Diana, en latín) era muy popular desde siglos inmemoriales, porque se identificaba con Cibeles, equivalente a la Madre Tierra, adorada en Anatolia desde el neolítico. Era una deidad de la vida, la muerte y la resurrección. Artemisa (Diana) emblematizaba la caza y la abundancia, la noche y su luna, así como el amparo maternal, aunque se mantenía virgen. Por eso a menudo se la representaba en compañía de animales; su cuerpo exhibía numerosas mamas y pisaba sobre una medialuna que, como veremos, alcanzó enorme significación. Le dedicaron uno de los templos más grandes de la antigüedad, construido por el rey Creso de Lidia, cuya fortuna dio origen a fantásticas leyendas. Fue tan hermoso ese edificio, que se lo incluyó en la lista de las siete maravillas del mundo.





Los espectáculos realizados en su honor al despuntar la primavera podían reunir hasta un millón de deportistas, músicos, actores y visitantes fervorosos. En el año 356 a.C. el templo fue destruido por el incendio que provocó un loco llamado Eróstato “para ser recordado en la historia”. Ese mismo día nacía en Macedonia Alejandro Magno. Cuando algún incrédulo preguntaba por qué la poderosa Artemisa había admitido la destrucción de su templo, los fieles contestaban que estuvo ausente porque se había marchado a Pella, para asistir al nacimiento de Alejandro. En agradecimiento, Alejandro pasó por Efeso, donde el templo se reconstruía a gran velocidad.

Efeso fue visitada tres veces por el apóstol Pablo, donde predicaba primero en las sinagogas para reclutar prosélitos, ya que era un rabino conocedor de la Biblia, y con su palabra elocuente convencía a muchos judíos de que Jesús era el Mesías. Luego predicaba en las plazas para atraer a los gentiles, que nada sabían de los patriarcas y profetas de Israel. Como judío iconoclasta, no se privaba de ser políticamente incorrecto y asegurar que los ídolos construidos por los humanos no eran divinos. Esto produjo nerviosismo entre los millares de orfebres que fabricaban y vendían imágenes de Artemisa (Diana) y su templo. Los Hechos de los Apóstoles narran el gran tumulto que organizó Demetrio en contra de Pablo, quien se vio forzado a huir precipitadamente de la ciudad con algunos de sus acompañantes. Durante el día y la noche resonó por sus calles el grito fanático de “¡Grande es Diana de los efesios!”. Diana o Artemisa resistió con odio las ideas abstractas que llegaban desde Jerusalén.

Según muchos historiadores, esa competencia explica la tradición que empezó a solidificarse en el siglo III respecto a María. Juan, el más joven de los apóstoles, había decidido trasladarse a Efeso. Se sostiene que llevó consigo a María, para cuidarla en sus últimos años, porque Jesús ordenó desde la Cruz: “Juan, ahí tienes a tu madre”, y a su madre: “Madre, ahí tienes a tu hijo”.

Varios siglos después, cuando el cristianismo se había convertido en la religión oficial, el emperador Justiniano mandó construir una basílica sobre la presunta tumba de Juan, en la colina de Ayasuluk, al este de donde había estado el templo de Artemisa. En cuanto a la madre de Jesús, los Evangelios no la mencionan después de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, por lo que se reprodujo lo ocurrido unos 1500 años antes, cuando la luz de la Torá descendió sobre el pueblo de Israel en el Sinaí.

Las investigaciones arqueológicas demuestran que, desde la prehistoria, ciudades y templos se levantaron sobre las ruinas de otros. Es un fenómeno humano que se dio en todo el mundo. Las catedrales católicas del Nuevo Mundo fueron construidas sobre los magníficos templos de incas y aztecas. Las mezquitas de Omar y El Aksa de Jerusalén, sobre los escombros del templo de Salomón y el reconstruido luego del exilio babilónico. El templo de Artemisa, sobre el de la arcaica Cibeles. Y por último, la Virgen María imperó sobre Artemisa.





Con mi guía Omar, evocamos más ejemplos de esta suerte de ley histórica que rigió en todas partes. Al llegar al sitio que se considera el último hogar de María, me estremecí. Irradiaba espiritualidad esa colina rodeada por un paisaje de ensueño entre altos pinos, higueras y olivares. La primera veneración formal de la Virgen comenzó en Efeso, precisamente. Se sostiene que de esa manera pudo acabarse con la oposición de los poderosos orfebres, que en lugar de Diana se dedicaron luego a fabricar imágenes de María, muchas veces pisando también sobre una media luna.

Durante siglos no se conseguía ubicar su tumba ni su vivienda. Una devota de Baviera, desprovista de educación, Catherine Emmerich, declaró en Semana Santa de 1822 que había aparecido en sueños para asegurarle que no pasó sus últimos años en Jerusalén, sino en Efeso. Pudo ver el mar Egeo y el camino que llevaba desde la iglesia dedicada a la Virgen hasta su enterrada casa, distante unos 500 metros. La revelación no fue tenida en cuenta hasta mucho más adelante, cuando unos investigadores buscaron entre los matorrales que rodeaban la iglesia y encontraron el lugar mencionado por aquella vidente. Las excavaciones reconstruyeron la modesta vivienda, que ahora es motivo de una incesante peregrinación. Enormes cruceros anclan en Esmirna y derraman millares de curiosos y devotos que ascienden la colina. La sobriedad de ese hogar, que para millones es sagrado, refulge con miríadas de velas encendidas a su alrededor. No menos impresionantes son sus paredes exteriores, cargadas de espesas enredaderas blancas que son los papelitos con solicitudes que dejan los fieles, que los adhieren unos sobre otros.

Las grandiosas ruinas de Efeso fueron excavadas apenas en un 15% y tienen aún mucho para revelar. Es impresionante la fastuosa biblioteca, de la cual se conservan columnas y frontispicios que quitan el aliento. Es enorme el anfiteatro, precioso el odeón, así como funcionales los sistema cloacales, la inteligente pavimentación con irregularidades para evitar el resbalón de los carruajes, un ágora para los mercaderes y otro para los políticos, baños, un gran estadio, el prostíbulo, monumentos, cisternas. El cercano río Meandro, con sus zigzagueos, dio lugar al uso de la palabra “meandro”, que se refiere a curvas y escondidos rincones.

Mientras respirábamos las moléculas cargadas de historia, discutí con Omar el potente emblema de la media luna, sobre la que pisaba Diana y luego también muchas imágenes de la Virgen María. Es el actual emblema del islam. Algunos musulmanes sostienen que representa la técnica de batalla usada desde los tiempos de Mahoma: el avance osado de una punta retrocede hacia el repliegue oportuno, y luego otro avance conduce a la victoria. Versiones más espirituales sostienen que representa la resurrección, porque entre sus extremos, que tienden a tocarse, se abre el espacio que devuelve a la vida.

En realidad, la luna y la media luna provienen de la remota antigüedad en Egipto, la Mesopotamia, Asia Menor y hasta la India. Existió incluso en La Meca, durante el largo período preislámico. Pero sólo fue adoptada en forma sostenida por los musulmanes a partir de la conquista de Constantinopla por los otomanos en 1453. Una leyenda cuenta que Mehmet II, el sultán que la incorporó a su imperio y la rebautizó como Estambul, había divisado una estrella cerca de una media luna durante esa histórica noche. A partir de entonces, se expandió como símbolo musulmán desde el Atlántico hasta Extremo Oriente. Estambul se convirtió en sede del Califato. La estrella de cinco puntas representaría los cinco pilares del Corán. Pero son también de cinco puntas la cristiana estrella de Belén y las doce estrellas que coronan a la Virgen... ¡Grande es Diana de los efesios, que exhibía la estrella de cinco puntas además de la media luna!

Cuando el avance otomano fue detenido en las puertas de Viena, los pasteleros festejaron el éxito con la invención del Halbmond, la media luna que los franceses llamaron croissant, pero que, pese a sus virtudes culinarias, deben a los austríacos. Pero ni en Efeso ni en Esmirna me dediqué a buscar medialunas, sino que di placer a mis papilas gustativas con las variedades de baclavá, que endulzan hasta la hiel, alternando con los gigantescos higos frescos que habrán degustado Heráclito, Alejandro, Pablo, Juan y quizá María. Le hago un guiño a Omar: esta excursión valió la pena, aunque del templo de Diana, la Grande de los efesios, sólo quede una columna. No ha muerto –responde–; fue subsumida por la Virgen María, a quien el Corán tiene gran respeto; es la más elocuente prueba de cómo evolucionan estos asuntos.

Por Marcos Aguinis
Para LA NACION

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