4 de enero de 2008
- DESTINO -
El azar y el destino
Por Asher Benatar
Para LA NACION
Una de las antinomias más frecuentadas por el género humano es la dupla azar/destino. En el pensamiento colectivo, el azar se asocia con aquello que no presenta una gran trascendencia. Por ejemplo con las cabriolas de una esfera blanca, indecisa ante 37 números. Pero al restarle importancia, olvidamos algunas circunstancias posibles que guardan en sí mismas un final operístico. Ejemplo: que, pendiente del admirable diseño de la ruleta y de sus impredescibles giros, alguien en la mesa esté sufriendo su ruina económica, que este hombre se sienta desesperado y, finalmente, que en su armario de hotel se guarde el revólver que acaso lo ayude en una poco estética retirada. Porque, convengamos, la muerte no es estética. Y es entonces cuando, a mi entender sin merecerlo, el destino entra a jugar un papel protagónico. Y entabla una discusión con el azar.
Si me viera obligado a tomar partido, no elegiría el destino. No creo en un burócrata que, con prolijidad de tenedor de libros, anote en folios todo aquello que nos ocurrirá. ¿Cómo hacer a un lado el hecho de que un sí o un no, una coma o un punto en una carta, la mayor o menor calidez de una piel pueden modificar no sólo una hora o un día sino toda nuestra vida? Ese libro del que hablamos debería prever centésimas de segundos agazapadas durante años, décadas, siglos, milenios y hasta eras, todas llenas de pequeñas cosas que, inevitablemente, desembocarían en el presente. Porque cada movimiento, por imperceptible que sea, modifica nuestro futuro, porque en la intersección de dos calles, podemos elegir cuatro direcciones. Y la decisión/dirección puede comprometer el absoluto, puede hacernos confluir, en la misma milésima de segundo, con el loco que maneja a 90 kilómetros por hora en la calle Ayacucho y nos manda al otro mundo, o puede hacernos tropezar con ese perfume de mujer que nos dirá que la vida es hermosa y que es un privilegio estar dentro de ella (de la vida, claro).
Borges dijo que si el destino existiera, cada encuentro sería una cita. Brillante, pero no toma partido. Tal vez él no lo haya sentido, pero elegir el azar es angustiante. Inclinarse por el destino provoca menos inquietud, es otro el que decide. El señor Destino, al hacerse cargo de nuestra decisión nos tranquiliza. De ahí la frase: “Estaba escrito”. No ocurre lo mismo con el azar, que da énfasis al tiempo y a aquello que lo llena: gestos, negaciones, caprichos, iras, aceptaciones, tedios, errores. Con los ojos vendados, el azar nos rige, se ignora a sí mismo, va tejiendo su trama con colores que ni siquiera él conoce, maneja la prueba-error con una inconsciencia y vileza que nos hace dudar entre la ira y la fascinación. Al elegir el azar y remontarnos a los orígenes, llegamos al infinito, porque venimos del azar, de alguien que, circa Neardenthal, dejó de apalear a una mujer para conquistarla o prefirió a otra, acaso más bella y más tierna, esa otra de la que también provenimos.
Lástima no conocer a ese remoto antepasado, lástima no poder invitarlo a tomar un café para hacerle algunas preguntas. Cosas de familia, claro; a usted no le interesan.
El autor es dramaturgo y fotógrafo.
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