4 de marzo de 2008

- CUBA -





El retorno de Cuba a la OEA



Por Juan Gabriel Tokatlian
Para LA NACION



En 1962, durante la Octava Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, reunidos en Punta del Este entre el 22 al 31 de enero, se decidió la exclusión de Cuba del sistema interamericano. Tiempo antes, el 9 de noviembre de 1961, Colombia había solicitado la convocatoria a dicha reunión invocando el artículo 6° del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y debido a que se consideraba que la paz y la independencia de los estados de América podrían estar amenazadas por "la intervención de potencias extracontinentales". El llamado colombiano recibió 14 votos favorables; 2, en contra (Cuba y México), y 5, abstenciones (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador). El 11 de noviembre de ese mismo año, Venezuela rompió relaciones con Cuba.

El cónclave se produjo en el contexto de lo que se percibía a lo largo y ancho del continente como la "ofensiva del comunismo", liderada por la Unión Soviética, cuya expresión hemisférica era, según las sesiones de enero de 1962, la "presencia de un gobierno marxista-leninista en Cuba". Al calor de la Guerra Fría, la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobó una serie de resoluciones en Uruguay. Una reiteró la adhesión a los principios de no intervención y autodeterminación; otra llamó a elecciones libres en los países de la región; una tercera buscó intensificar la Alianza para el Progreso, con el propósito de "extirpar los males profundos del subdesarrollo económico y social" en América latina, y la última y más trascendental excluyó al entonces gobierno de Cuba de participar en el sistema interamericano compuesto, básicamente, por la OEA y el TIAR. Cuba ha sido y continúa siendo miembro de la Organización Panamericana de la Salud.

La resolución planteaba que el marxismo-leninismo "es incompatible con el sistema interamericano, y el alineamiento de tal gobierno con el bloque comunista quebranta la unidad y solidaridad del hemisferio". Dos tercios la aprobaron y seis países se abstuvieron: la Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México.

A 46 años de aquella decisión, y después de la renuncia de Fidel Castro a la presidencia de la isla, ¿es posible contemplar y discutir el retorno de Cuba a la OEA?

Creo que hay un conjunto de razones que justifican evaluar en detalle dicho regreso.

1.- La Guerra Fría terminó, la URSS no existe más y el comunismo ha dejado de ser una acechanza para la comunidad internacional. El anticomunismo no ha desaparecido, pero es, sin duda, obsoleto: ni Rusia tiene el poderío de la ex Unión Soviética ni la China actual es un poder agresivo y revisionista, y ni Corea del Norte es un faro inspirador para la revolución. Estos países pueden ser irritantes y preocupantes para los Estados Unidos y para algunos sectores en América latina, pero no constituyen el desafío que significó el bloque socialista en los sesenta y aún en los setenta. Cuba perdió su gran aliado soviético, y su actual sistema de vínculos externos no afecta en nada el alto o bajo grado de unión y solidaridad en el hemisferio. La razón estratégica para aislar y contener a Cuba ya no existe.

2.- Hace unos lustros que La Habana ha dejado de exportar su modelo revolucionario. Independiente de la voluntad o intencionalidad del liderazgo cubano, la isla dejó de disponer de los recursos materiales, militares, políticos y simbólicos, para proyectar su experiencia radical en el exterior. Ello ha llevado, entre otras, a que, salvo por el gobierno de los Estados Unidos, el resto del continente tenga relaciones normalizadas con Cuba. Más aún, en muchos casos, la diplomacia regional de La Habana ha devenido moderada y moderadora: sus buenos oficios han servido, en años recientes, por ejemplo, para evitar un mayor nivel de conflictividad entre Colombia y Venezuela. Paradójicamente, ambos países, que fueron cruciales en el aislamiento del castrismo en los primeros años de la revolución, hoy bien podrían coincidir-desde lugares ideológicos distintos y por motivos diferentes- para que Cuba volviese a la OEA.

3.- La transición iniciada en 2006 con el traspaso temporal del poder a Raúl Castro, y reforzada con el eclipse final de Fidel, muestra que el marxismo-leninismo no parece ser el canon práctico que orienta el proceso socioeconómico y político de Cuba. Sin duda, hay fuertes componentes personalistas y parámetros autoritarios entre los gobernantes de la isla; sin embargo, no ha existido una profundización del ethos revolucionario ni se han implementado medidas de mayor socialización de los medios de producción ni políticas de expropiación del capital extranjero.

Hay una tibia apertura económica que, muy probablemente, se ahonde y agilice, y hay acotados gestos alentadores en materia de derechos humanos: no existen indicadores tangibles de que el régimen busque aislarse y convertirse en una suerte de vieja Albania tropical. No hay condiciones ni espacio para más revolución, sino para mayores reformas concretas, prudentes y liberalizadoras. Si ello es así, América latina podría aportar a ese tránsito.

4.- Cinco décadas de frustración política y derrotas diplomáticas de Estados Unidos en relación con Cuba podrían conducir a un incipiente reajuste de su política hacia la isla en el evento de que un demócrata llegara a la presidencia. El lobby cubano incide en Washington, vía Florida, pero hay nuevas generaciones de cubanoamericanos menos recalcitrantes en Miami y suficientes dilemas mundiales para la Casa Blanca después de noviembre próximo.

Quizás Estados Unidos también viva una gradual transición en cuanto a Cuba. En ese sentido, habrá propuestas que no pueda hacer abiertamente y que sería conveniente que las asumiera América latina: por ejemplo, facilitar espacios de mejor interlocución entre Washington y La Habana. El reciente encuentro entre Raúl Castro y Lula muestra la disposición cubana para explorar y generar puentes hacia los Estados Unidos. Otras iniciativas del área que no fueran "anti", sino "con" EE.UU. podrían ser útiles a Washington, La Habana y la región.

5.- América latina necesita con urgencia asegurar estabilidad y prosperidad en el área. Por motivos pragmáticos, es positivo que Cuba se mantenga en orden y mejore su bienestar: ello no se logrará con discursos del pasado y nuevas recriminaciones. Nadie en la región está en condiciones de enarbolar argumentos fundamentalistas; ni las democracias del área tienen carácter pleno y rostro justo; ni Cuba, con todos sus desenfrenos, ha cometido los horrores del nazismo. Así como Occidente readmitió a Alemania en el seno del sistema mundial después de la Segunda Guerra Mundial, América puede conceder la reincorporación de Cuba al sistema interamericano.

Es probable que existan voces contrarias a dicha posibilidad. Sin embargo, cabe estudiar esa alternativa. Formalmente, la determinación de que Cuba reingrese a la OEA exigiría una nueva reunión de consulta de cancilleres o una sesión de la Asamblea General de la organización. Políticamente, se podrían ir tejiendo los consensos regionales para convocar a una u otra modalidad de encuentro.

Diplomáticamente, ello requeriría de gobiernos discretos y competentes, para aglutinar esfuerzos hemisféricos y extraregionales (por ejemplo, en Europa) en aquella dirección. Eticamente, el retorno de Cuba a su comunidad de pertenencia no debiera producir una encrucijada. Y estratégicamente, es hora de que la región resuelva los casos difíciles como el cubano con autonomía, creatividad y audacia.

El autor es profesor de Relaciones Internacionales de la UdeSA.

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