2 de marzo de 2008
- SOCIEDAD GLOBAL -
Sociedades vigiladas: ¿el precio de la seguridad?
Los espectaculares progresos de la tecnología de la información y las comunicaciones ofrecen a los estados posibilidades de vigilancia que parecen hacer realidad las profecías más osadas de la ciencia ficción. Impulsados por la preocupación y la paranoia que sembraron los ataques terroristas en Occidente, los dispositivos de control se multiplican en EE.UU. y en Europa. Prometen mayor seguridad, pero, a cambio, invaden cada vez más la privacidad del ciudadano. El riesgo de que el mundo se convierta en un Gran Hermano global y un debate caliente sobre los límites de la intromisión en la vida de las personas
Por Francisco Seminario
Enfoques - La Nación
Sofisticados satélites de vigilancia, dispositivos de reconocimiento biométrico, cámaras de seguridad de alta definición, bases de datos personales que detectan códigos genéticos, pequeños aparatos voladores con capacidad para registrar el menor movimiento... Nunca antes los estados tuvieron a su disposición tantas herramientas para controlar a los ciudadanos minuto a minuto y nunca antes fue tan factible como ahora la materialización de las peores fantasías orwellianas. En sociedades atemorizadas, acaso más dispuestas que en el pasado a perder una cuota de libertad si ése es el precio de la seguridad, todo -o casi todo- puede caer bajo la mirada del moderno Gran Hermano, posiblemente más atento que nunca desde que cayeron las Torres Gemelas, el terrorismo surgió como principal amenaza mundial y el campo de batalla se extendió al espacio doméstico.
¿Avanzamos hacia la instauración de sociedades vigiladas, pesadilla tan recurrente en los guiones de Hollywood? ¿Crecerá la tensión entre la libertad y la seguridad, los dos extremos de un debate que cobra fuerza en el Occidente libre y democrático? De acuerdo con el último informe global de la organización británica Privacy International, correspondiente a 2007, "la tendencia de los gobiernos a archivar cada vez más información sobre sus ciudadanos y residentes se afianza en todo el mundo". En el plano local coincide con esta conclusión el sociólogo Luis Alberto Quevedo: "No hay duda de que avanzamos hacia modelos de mayor control ciudadano", señaló.
Algunos datos recientes de la realidad parecen apoyar este punto de vista. El anuncio que hizo este mes el FBI sobre la creación de la mayor base de datos del mundo ofrece un indicio concreto de que, al menos desde el gobierno norteamericano, existe la voluntad de avanzar en esa dirección. Y este mismo afán de un mayor control estatal se hace cada vez más evidente también en la Unión Europea. Sobre todo en Gran Bretaña, la sociedad más vigilada de Europa y una de las más controladas del planeta, según los datos de 2007 de Privacy International. Se calcula que el londinense promedio es registrado unas 300 veces por día por las cámaras de seguridad. Hay 4,2 millones de cámaras en todo el país, una cada 14 habitantes, según datos de la organización de defensa de los derechos civiles Liberty.
La Stasi británica. Con esta expresión se refirió el escritor inglés Timothy Garton Ash hace pocos días al sistema de seguridad de su país, haciéndose eco del creciente debate sobre los límites de la intromisión estatal en aras de una mayor seguridad. "La capacidad invasiva del estado británico en el espacio privado de las personas -denunció- está absolutamente desbordada". Evidencia de esto, observó, son las 1000 solicitudes diarias de "datos sobre comunicaciones" cursadas por unos 800 organismos públicos con poder de vigilancia. Esto incluye tanto el registro de la correspondencia tradicional como la intervención de teléfonos y el detalle de las llamadas realizadas, los correos electrónicos enviados y las páginas de Internet visitadas.
El proyecto de la Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos se propone ir un poco más allá todavía: a un costo de unos 1000 millones de dólares, prevé incorporar en una gigantesca base de datos información biométrica de cada uno de los ciudadanos, a fin de poder establecer la identidad de las personas a partir de rasgos físicos como la palma de la mano, el iris, cicatrices y otras particularidades. Incluso la manera de caminar podrá servir en la identificación de terroristas y criminales. Y toda esta información será compartida con organismos de seguridad de otros países en una doble vía de alcance global.
Este mes, de manera coincidente, la Unión Europea comenzó a evaluar también un ambicioso proyecto de seguridad interior que incluye tomar las huellas dactilares y hacer un escaneo de toda persona que cruce las fronteras del bloque, así como hacer seguimientos satelitales para combatir la inmigración ilegal. El plan tendría un costo de varios miles de millones de euros y ya fue rechazado por quienes señalan que apunta a la creación de una "sociedad totalitaria" y supone "criminalizar la inmigración", como observó Meryem Marzouki, presidente de la organización European Digital Rights. Algunos teóricos hablan en cambio de la entronización de los modelos de " dataveillance ": la sistemática vigilancia de los integrantes de una sociedad mediante sofisticados mecanismos de control y entrecruzamiento de datos.
Efecto psicológico
Parece inevitable trazar aquí un paralelo con el Gran Hermano de George Orwell (cuya casa en Londres, a propósito, es vigilada por 32 cámaras de seguridad) o con el panóptico diseñado a fines del siglo XVIII por Jeremy Bentham, aquel modelo carcelario circular y supuestamente perfecto en el que, desde una torre central, un vigilante puede observar a todos los presos sin que éstos sepan si son observados o no, aun cuando se suponen efectivamente vigilados.
Del mismo modo, la efectividad de los actuales sistemas de vigilancia, según opinó Quevedo, no reside sólo en el enorme caudal de información que manejan las bases de datos sino, además, en el efecto psicológico que produce el hecho de que la población conozca las posibilidades casi ilimitadas del control estatal. "Bentham dijo ya hace mucho que el mejor control del ciudadano se da mediante la internalización de la noción de que está siendo vigilado, y esto mismo funciona ahora: al Estado le conviene que los ciudadanos se sientan controlados", explicó. Aunque también son muchas las opiniones que ponen en duda el alcance de esa eficacia: si sabemos que nos están observando, estamos prevenidos y buscaremos el modo de burlar el control.
Privacy International destaca en su informe anual que la tendencia de los estados a archivar cada vez más información sobre sus ciudadanos y residentes "lleva a la conclusión de que todos los ciudadanos, independientemente de su situación legal, están bajo sospecha". Rusia, junto con China y Malasia, según el ranking de la organización internacional, son los países que más de cerca siguen los movimientos de sus ciudadanos. La Argentina ocupa un lugar intermedio en el listado: se destaca la existencia de ciertas salvaguardas a la privacidad de las personas pero, al mismo tiempo, se observa un debilitamiento de los mecanismos de protección de esta privacidad.
Este creciente control es rechazado por los grupos de defensa de las libertades civiles en todo el mundo, pero con especial vehemencia en Estados Unidos y Europa, donde es mayor la movilización social en contra del control estatal. Entre las organizaciones norteamericanas, los temores a una vigilancia de tipo totalitario se habían agitado ya con el auge de las cámaras de vigilancia de circuito cerrado, que desde hace tiempo están siendo instaladas de a miles en las principales ciudades del país. Pero se dispararon a partir de la respuesta interna a los ataques de septiembre de 2001: el gobierno de George W. Bush diseñó entonces una estrategia de lucha antiterrorista que, montada sobre la Patriot Act (o ley patriota), otorgó a los órganos de vigilancia interior un poder casi irrestricto de intromisión en la privacidad de los estadounidenses.
La cerrada defensa que hizo Bush el jueves pasado de la asistencia que las compañías telefónicas de EE.UU. dieron a las autoridades en la lucha antiterrorista muestra un aspecto interesante de la controversia: el que señala los vacíos legales por los que se cuelan las posibilidades de control ciudadano, pero que también se pueden volver en contra de las empresas que facilitan al estado ese control de la ciudadanía. El caso está abierto.
Imágenes en circulación
¿Se acerca el día en que cada acto de cada uno de nosotros podrá ser monitoreado por una autoridad ubicua y omnisciente, del tipo de la que imaginó Orwell?
La respuesta es compleja. En parte porque todo sistema de control es falible y en parte porque un rasgo de época es que los estados ya no tienen el monopolio de la vigilancia. "La tecnología permite hoy recabar información de manera muy fácil y barata, cualquiera puede hacerlo porque las herramientas de la vigilancia están al alcance de la mano", señaló Pablo Palazzi, especialista en derecho informático, profesor de la Universidad Austral e integrante del Foro de Habeas Data. Es decir, la información privada en formato digital circula, se comparte y se vende: así como existe un enorme mercado negro de bases de datos se da, por ejemplo, el caso tan ridículo como preocupante de que exista un sitio web que recopila los desnudos captados por las fotografías satelitales que reproduce Google Earth.
En este escenario, todos pueden vigilar y ser vigilados. Y esto puede disparar temores de todo tipo. El miedo a ser espiada en su casa por un hacker a través de la pequeña cámara de su notebook, por ejemplo, llevó a una joven que refirió su historia a tapar la camarita con una cinta adhesiva. ¿Paranoia? ¿Temor infundado? En absoluto: vivimos rodeados de una tecnología en permanente evolución, que tanto puede facilitar la vida cotidiana como servir a los fines oficiales de prevenir delitos o, si cae en manos indebidas, prestarse a flagrantes violaciones a nuestra intimidad.
Esta tecnología incluye, desde ya, al teléfono celular que llevamos con nosotros a todas partes y que, llegado el caso, puede revelar no sólo con quién y de qué hablamos y a quiénes enviamos mensajes de texto, sino también dónde estamos, minuto a minuto, hasta cuando no lo estamos utilizando. Ya hace tiempo que el teléfono de línea tampoco es garantía de privacidad. Y mucho menos internet: cada correo electrónico que enviamos o recibimos y cada página web que visitamos deja una huella. Al igual que ocurre si participamos en un chat y, mucho más, si nos registramos en comunidades virtuales del tipo de Facebook y MySpace , donde muchos usuarios hablan de sí y de otros sin pudores, "cuelgan" fotos y desnudan intimidades que en otras épocas hubieran reservado para el diario de vida.
Del mismo modo, nuestros movimientos quedan registrados cada vez que retiramos plata de un cajero automático, pasamos por un peaje o nos movemos en un automóvil protegido de eventuales robos mediante un servicios de rastreo satelital. Si adherimos a una tarjeta de descuentos en una cadena comercial, nos asociamos a un video club o a un gimnasio, toda esa información quedará almacenada en alguna base de datos cuyo uso posterior desconocemos por completo. Así como ignoramos qué personas u organismos del Estado tienen acceso a nuestras huellas digitales y al registro de nuestro iris o de nuestro ADN, si es que alguna vez fueron registrados. (Y cabe la posibilidad algo siniestra de que hayan sido registrados sin que tuviéramos conocimiento de ello.)
Una de las premisas en la sociedad autoritaria de Orwell era que a los ciudadanos se les recordara constantemente que el Gran Hermano los estaba vigilando. Es difícil medir hoy si la pesadilla orwelliana se ha hecho realidad hasta ese extremo, sobre todo porque, más allá de que en algunos casos la observación esté centralizada en un estado, también se multiplica la vigilancia privada. Y entre tantas cámaras, así como lo último que descubriría un habitante del mar sería el agua -como razona el sociólogo Eli Chinoy-, es posible que vivamos ya en una sociedad vigilada y no hayamos terminado de darnos cuenta.
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