4 de abril de 2008
- LIBERTAD -
El grito sagrado
Por Marcos Aguinis
Para LA NACION
Caricatura: Huadi
Entre las infinitas anécdotas de Borges, resulta inolvidable la que protagonizó al referirse a un escritor cuyo nombre me abstengo de mencionar. Reconocía que inventaba títulos hermosos; lástima, añadía con sorna, que después les agregaba un libro... Su ironía era un tsunami. Pero también la considero útil para la reflexión. Hay títulos de enorme elocuencia que, en efecto, no necesitan mucho desarrollo. A ésos no se refería la lanza de Borges. Estoy fijado a otro de alta vigencia. Me refiero a El miedo a la libertad, de Eric Fromm. El texto que desarrolla es rico y valioso. Pero el solo enunciado tiene la contundencia de los primeros compases de la quinta de Beethoven o los de Así habló Zaratustra, de Richard Strauss.
La libertad es deseada, amada y voceada desde la Antigüedad. La rebelión de Espartaco se ha convertido en un patrimonio emblemático del género humano. Pero con la libertad somos tan ingratos como con la salud: cuando la tenemos, no la apreciamos. Hace falta sufrir la enfermedad para estimar la salud. Hace falta el yugo de la opresión para querer la libertad. En América latina, por ejemplo, a veinte años de haber recuperado la democracia en casi todos los países, resuenan lúgubres tambores que prefieren castrarla en nombre de fracasadas utopías, de controles, de dirigismos, de hegemonías empobrecedoras. ¿Por qué ese miedo a la libertad?
Uno de los libros más antiguos del mundo lo describe. En la Biblia se narra cómo el pueblo de Israel –mucho antes de que naciera Espartaco– se liberó de la esclavitud que padecida en Egipto, 3500 años atrás. Hubo que recorrer la catástrofe de varias plagas hasta conseguir la liberación. No fue un obsequio del tirano, sino una ruptura de cadenas ahíta de dolor. La alegría, no obstante, duró poco, porque el faraón pretendió volverlos a someter. Otra vez libres, llegaron al desierto. Y entonces, ante los desafíos que implicaba la falta de agua y de alimentos, se empezó a perder amor por la libertad que tanto había costado. Fermentaron los humanos reproches contra Moisés: “¿Acaso nos trajiste para morir en el desierto? ¿No había tumbas en Egipto?”
Era el miedo a libertad. Porque la libertad no es gratuita. Presenta desafíos, exige lucha, trabajo, responsabilidad. Algunos llegan a considerarla un lastre insoportable. Entonces renace la nostalgia por los tiempos en que eran esclavos, sí, pero no tenían que decidir, no eran los responsables de los fracasos. El fenómeno regresivo los devuelve a la primera infancia, en la que los padres se ocupaban de todo, en especial de las cosas difíciles, y eran los únicos culpables de que algo saliera mal. En las sociedades los padres son reemplazados por los caudillos o caudillejos, por Estados autoritarios o por fórmulas populistas. La gente se limita a quejarse y pedir, como un siervo al capataz. Pero no decide, no piensa y no hace.
Es un escándalo que la degradación de la libertad afecte a América latina. Hemos accedido a la independencia con el grito sagrado de la libertad. Nuestros himnos lo repiten sin fatiga. Ese grito, empero, suena en oídos sordos (no llega a la corteza cerebral) y es incluso ladrado por demagogos que lo profanan. Dictadores y demagogos de las más variadas pelambres lo han ensuciado con sus dientes voraces, sus hipócritas seducciones, sus torturas y crímenes. Y también lo han emporcado “libertadores” truchos que pretendían imponernos una nueva esclavitud a cargo de delirantes nomenclaturas inspiradas en la violación de los derechos y de la intransferible dignidad de cada hombre.
El socialismo, que nació para defender la libertad, cometió la alevosía de prenderse en diversas formas de opresión: primero la leninista, luego la stalinista, que hambreó al pueblo y fusiló a millones. Enseguida surgió un derivado directo: el fascismo mussoliniano, seguido por el nacionalsocialismo; más adelante apareció el populismo y ahora crece el “fachopopulismo” encabezado por Hugo Chávez, que anhelan imitar varias dirigencias continentales. Todas estas formas dicen bendecir al pueblo, pero condenan al hombre. Lo condenan a la esclavitud. Cambian la letra, pero el contenido es idéntico: cancelación de la libertad de opinión, de expresión, de movimiento, de iniciativa, de crítica, de diferencia. La individuación debe perderse en el anonimato de una masa amorfa donde los únicos que “saben” son el líder y su círculo de leales. La masa tiene que obedecer a la luminosa cabeza del que ejerce el mando. Desde arriba se indica qué producir, qué precios establecer, que impuestos pagar, qué aprender, qué difundir. Salirse del libreto es subversivo.
El socialismo que acabo de describir logró hundir bajo su taco impiadoso a casi media humanidad. Pero hay socialismos que no renunciaron a la libertad de origen y se alejaron, y se alejan cada vez más, de las versiones autoritarias. En América latina tenemos los ejemplos de Chile, Brasil y Uruguay. Allí continúa vigente el grito sagrado. No quieren una “liberación” impuesta por el mesiánico libertador que somete a todos los demás.
Los abusos del idioma confunden libertad con dictadura, progreso con reacción, Estado de Derecho con criminalidad, puesta de límites con represión, igualdad ante la ley con ley al servicio del que tiene “la sartén por el mango y el mango también”. Oligarquía con trabajadores rurales.
La idea de los padres fundadores, las que impulsaron nuestra independencia y progreso, las que elevaron la educación a un pináculo ejemplar y mejoraron nuestras instituciones son objeto de críticas por parte de quienes desprecian la libertad. La desprecian aunque digan lo contrario, como hasta hace poco afirmaban a viva voz que despreciaban la democracia porque era formal y burguesa. Quienes no se resignan al fracaso de la ilusión totalitaria y violenta buscan nuevos caminos para conseguir el mismo fin. En lugar de hacer la revolución pretenden ganar elecciones para enseguida modificar las reglas de juego y eternizarse en el poder. Buscan imponer la hegemonía o el partido único, seducen con prebendas al empresariado, hipnotizan a los pobres con subsidios, se apoderan de las riquezas del país mediante fideicomisos o testaferros, dividen la sociedad en buenos y malos para ganar en río revuelto, mantienen intacta la pobreza y la ignorancia, se esmeran en controlar los medios de comunicación, insisten en el pasado para esquivar los desafíos del presente, debilitan el andamiaje institucional, descalifican para ahorrarse refutaciones imposibles: oligarquía, reaccionarios, gusanos, derecha. Los enemigos de la libertad y la justicia son como un virus que se metamorfosea sin pausa.
Algunos países iniciaron la recuperación de los valores de la libertad mediante la acción corajuda de partidos socialistas: España, Portugal, Nueva Zelanda. Mario Vargas Llosa comentó que luego de dar una conferencia en este último país vio largas colas comprando un folletito. Se acercó y quedó perplejo: ¡era el presupuesto anual! Cada ciudadano quería saber qué se haría con su dinero. Y ¡guay de que lo malversaran! En cambio, en los países autoritarios y populistas, lo “normal” es la malversación, la ausencia de controles y el arbitrio absoluto de quienes ejercen el mando. Ojo: las “redistribuciones” suelen dar ganancias al que redistribuye, porque se queda con la parte del león. No le importa la equidad: le importa seguir en el trono. Son redistribuciones inmorales, tendenciosas, interesadas, inequitativas. Y que producen desaliento a la productividad.
No obstante, el grito sagrado de la libertad no puede ser silenciado. Aunque haya unos cuatro o cinco países latinoamericanos bajo la presión del “fachopopulismo”, la mayoría abre los ojos y prefiere la ruta de los países democráticos exitosos, como Irlanda, Estonia, Corea del Sur, Croacia, Eslovenia. Con pluralismo, libertad de expresión, circulación de capitales, crecimiento de la riqueza, excelencia educativa y mayor bienestar general. Es como si allí cantaran esa letra espléndida que aprendimos desde chicos: Oíd, mortales, el grito sagrado... Oíd el ruido de rotas cadenas.
El último libro de Marcos Aguinis es Qué hacer. Bases para el renacimiento argentino (Editorial Planeta).
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