21 de abril de 2008

- REFLEXIONES -




Política y libertad intelectual


Por Carlos Floria
Para LA NACION



El proceso político en la Argentina necesita de "vigilancia intelectual", máxime cuando los hechos demuestran el riesgo de caer en la anomia del Estado, en el Estado anómico.

Esta vigilancia no es propia del llamado en su momento por Gramsci "intelectual orgánico ", con tales afinidades con los protagonistas del poder que no sirve, sino a ellos, y no a la ciudadanía como tal El lector probablemente conoce quiénes cumplen ese papel, o puede conocerlos, si se lo propone. Habitan el periodismo, la televisión, la radiofonía, con sentido cotidiano de la oportunidad. Incluso están en la universidad, generalmente beneficiados por recursos del Estado disponibles y enderezados a la compensación deliberada de esos actores.

El fenómeno no es nuevo, pero en cada tramo de "gobiernos fundadores" hay que recordarlo, porque éstos se comportan como si fueran autores de una nueva época, que en la experiencia argentina es una fuente frecuente de justificaciones vecinas a la mentira o al cinismo y al "adanismo" político, según el cual no hay historia antes del "proyecto nacional" o "modelo" que pretende reiniciar la historia.

Se trata de una propuesta retóricamente simpática y políticamente peligrosa, en cuanto encubre casi inevitablemente una lógica autoritaria. Se registra en expresiones civiles y regímenes militares, y en militancias contrapuestas. Pues, ¿cómo aceptar el pluralismo si el "proyecto" o "modelo" evoca hegemonía, definición indiscutible de la Argentina en escorzo?

En la política argentina es manifiesto, desde hace tiempo, incluso mucho antes de la presente versión justicialista, que el peronismo constituye una suerte de subcultura política,por lo que un ensayo sobre los "cuatro peronismos" (Joel Horowitz) debería añadir una versión expresiva de un quinto, representado por el kirchnerismo. "Todos los peronismos, el peronismo." Así se podría expresar el fenómeno, con alguna resonancia literaria.

¿Qué factores deben tenerse en cuenta para una renovación, hasta el momento ausente pese a la "política literaria" (en expresión de Raymond Aron) dominante en los discursos de las autoridades de cada tiempo, una tendencia que Alberdi había denunciado en el siglo XIX como inclinación argentina (y no sólo nuestra, como Chávez revela) a las "revoluciones literarias"?

Un inventario de ninguna manera definitivo incluye los factores que en la política argentina se manifiestan como símbolos de cohesión, pero actúan como factores de dominación. Un ejemplo secular es el federalismo, principio de organización territorial y política invocado para la cohesión funcional de la República, que se ha manifestado entre nosotros por fenómenos como el rosismo (cuando nada menos que Facundo Quiroga increpa a Rosas al denunciar el "unitarismo de Buenos Aires", en carta no demasiado difundida) y por la presencia actual de gobernadores "feudales", cuya fidelidad responde muchas veces a un seguro financiero de la Nación. Es decir: antes que como factor de cohesión, el "federalismo literario" funciona, en rigor, como factor de dominación.

Más espectacular y menos vigilado por el mundo intelectual, un papel similar desempeñó entre nosotros la propuesta de un "proyecto nacional", expresión simpática de no fácil instrumentación, como hemos insinuado, pues su lógica interna conduce a formas de autoritarismo.

La tipología hasta ahora más afinada de los sistemas de partidos, perteneciente a Giovanni Sartori, sitúa al "partido único" y al sistema de "partido hegemónico" -una de cuyas manifestaciones ejemplares fue el PRI mexicano- en la zona de los sistemas políticos totalitarios o autoritarios. El nacionalismo, incluso, en sus diferentes versiones, fue y es expuesto como factor de unidad y de cohesión. Si se sigue su historia, que no casualmente en la política argentina contribuye al golpe de 1930, ha sido, al cabo, un factor de dominación. Y pueden contribuir a esto incluso sedicentes liberales adictos a un tipo de liberalismo cristalizado en lo económico, que Benedetto Croce llamó "liberistas", prestos a sostener dominaciones en la medida en que sirvan a sus intereses y silenciosos respecto de la calidad del régimen político.

La díada, o dicotomía, "derecha e izquierda", ¿tiene importancia sustantiva o relativa en la política contemporánea? Su significado, se advierte, cambia según épocas y países. Norberto Bobbio, también penetrante e italiano, ve en esa dicotomía centralidad. Pero los italianos son maestros en el uso creativo del lenguaje político. Ambiguo en muchos casos, como el nuestro. Deliberadamente sfumato o con doppiezza ( doblez) y tan sugestivo como las "convergencias paralelas" que proponía Aldo Moro. Una cuestión actual es saber si la díada se sostiene como instrumento de análisis o de simplificación del lenguaje político o si encubre, en realidad, un espacio en el que existen un arriba y abajo, un adelante y un detrás, con lo que la realidad aparece, cuando menos, tridimensional...

Si en verdad se está en la búsqueda de una Argentina integrada, en sus líderes y en sus bases no debe existir tolerancia social con el engaño, porque significaría que se ha perdido el respeto por sí mismo, consecuencia de que quienes mandan adoptan un comportamiento que implica el desprecio por aquellos a quienes se dirigen. El caso de los fondos de Santa Cruz, por ejemplo (y no es excepcional), con contradicciones declarativas y decisiones judiciales cuestionables, debe ser situado en el cuadro reflexivo que expuso Aristóteles veinticinco siglos atrás en su Retórica: " Sólo delante de aquellos a quienes despreciamos no expresamos vergüenza por una conducta vergonzosa".

En fin: una sociedad civil como tipo ideal requiere ciertas bases de acuerdo que hagan posible el aprendizaje a través de un proceso de prueba y error y de discusión. Estas bases suponen la defensa de ciertas instituciones y, en particular, de cierta disposición de la gente hacia el respeto a la verdad, el argumento racional, la aceptación de la prueba de la experiencia y de la constitución de la sociedad como comunidad moral, capaz de persistir a pesar de los desacuerdos que dan origen a un debate continuo.

Carlos Floria es profesor consulto de la UBA y profesor emérito en la Universidad de San Andrés.

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