1 de abril de 2008
- VIVOS -
Cómo nos va por ser vivos
Por Alberto Asseff
Para LA NACION
Aunque lo disimulemos, todos alardeamos de nuestra viveza. Algunos, con chabacanería. Otros, más recatadamente. Empero, campea esa condición de que somos gente viva. Ingeniosa, pero no tanto para innovar, solucionar, progresar, sino para transgredir, sacar ventaja, saltear reglas. Para acomodarse trepando. Para sortear los pasos del mérito y de la carrera.
Lo comprobamos en todos lados: en la actividad laboral, en la calle, en un espectáculo o manipulando el Indec. Todavía no hemos sido capaces de instaurar la carrera administrativa en serio en la administración pública. En los 2000 municipios se entra por influencia, amiguismo o liso y llano acomodo. Prácticamente lo mismo acaece en las 24 jurisdicciones federales y en el mismísimo Estado nacional. Ciertamente, casi por milagro, disponemos de jefes de departamento y sus equivalentes que saben de los arcanos burocráticos y tienen acreditado avezamiento. Pero la regla es que la mano amiga o influyente franquea el pórtico del Estado.
El primer resultado es que la administración es espantosamente pesada, ineficiente, mediocre, carente de iniciativa. Es, en síntesis, un sitio para vegetar con paga asegurada. Es la consecuencia de la viveza del acomodo como sistema.
Análogamente, a pesar de los formales esfuerzos de los consejos de la magistratura, está plagado de jueces que arribaron por la mano mágica del amigo y no por concurso y por el currículum. El efecto es la Justicia que poseemos, con sus pasmosas morosidades y con su denunciada falta de vendas.
Hemos judicializado la calle como herramienta para obtener nuestros reclamos. El piquete es el nuevo juez sin nombramiento. Somos tan vivos que no permitimos que los otros vivan y trabajen en paz.
Padecemos de la cultura de la ilegalidad. Violar leyes es un deporte aburrido a estas alturas. La derivación devastadora es que nos saqueamos con total impunidad.
Ser quebrantadores de la ley nos inhabilita para conformar una convivencia elemental. Si dejamos todo librado al mercado es un viva la Pepa. Si intentamos regular las cosas, también. Otro resultado de nuestra viveza.
Como somos vivos, hemos reducido a letra muerta el mandato federal de nuestra Constitución. Hoy nuestro unitarismo real transforma a Rivadavia en un adalid del federalismo. Esa viveza obtiene el milagro de que se les saquen a las provincias miles de millones de pesos y después se las "ayude" con anuncios desde el atril del Salón Blanco.
Si partimos de nuestros ámbitos urbanos para gozar del oxígeno, del paisaje y de la novedad, compartiéndolo con la familia, corremos el riesgo cada vez más atormentante de que devenga en una tragedia. No sabemos si el vehículo que va a nuestro lado está técnicamente apto; ignoramos si el chofer del ómnibus o del camión se dio una festichola de alcohol y carne, o si ha dormido lo suficiente. Como somos vivos, todo esto es una lotería.
Como somos vivos, estamos embarullados en el desorden. No vaya a ser que se nos enrostre fascismo por aludir al orden. Los vivos prosperan en el berenjenal y en el barro, no en las reglas. Zonzos son los suecos o los suizos, que tediosamente viven con arreglo a las normas. Nosotros somos vivos.
Nuestra viveza nos ha conducido a reabrir el pasado, en vez de dejar que entierre a sus muertos. Estos vivos del Sur estamos envueltos y revueltos por infaustos hechos de hace 35 años. Mientras, el futuro está ahí, incierto, sin labradores que lo vayan construyendo.
Recreamos, seguramente por ser tan vivos, los debates arcaicos de índole ideológica, esos que hasta Mongolia sepultó. De ahí el frenesí con el que nos aferramos a las antinomias. Hasta el punto de hacer de un chacarero un oligarca.
Somos tan avivados que castigamos el bolsillo de los creadores de riqueza y a los emprendedores en lugar de ponerles sólo el coto del bien general, pero siempre en el marco de estímulos. Así, los vivos hace tiempo que repartimos pobreza.
En algún momento esta cultura de la viveza promovió un proceso aciago de deseducación. El que era el país más señorial del Sur por su educación se ha venido tribalizando.
Como somos vivos, no se nos ocurre planificar, con cierto sacrificio, algunas estrategias de mediano plazo, tales como un plan demográfico para evitar la desequilibrante concentración de la población en algunas áreas o, más ambicioso en sus miras, un verdadero programa de desarrollo integral. Los vivos sobreviven en día por día. Es de zonzos pensar en el futuro. Que los que sobrevengan se las arreglen como puedan. Para eso está nuestro legado de "viveza", transmitido de generación en generación.
La esperanza está en los millones de argentinos que viven sin ser vivos. Por ahora, los protagonistas casi monopólicos son los otros, los vivos. Los resultados de su viveza son demoledores. Es tiempo de experimentar el modo antitético, es decir, vivir en la ley, el trabajo, el esfuerzo, el mérito y los valores. Nos va a ir muchísimo mejor.
Asseff preside la Unión para la Integración y el Resurgimiento
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