8 de abril de 2008

- LO DE SIEMPRE -


Liberación o dependencia


Por Federico Pinedo
Para LA NACION



EL gobierno argentino congeló los precios de la energía, a pesar de una inflación que desde 2002 no debe de bajar del 150 por ciento. Después, negó que estuviera por venir una crisis energética, y ahora aduce que en realidad la crisis no es nuestra, sino importada. Sin embargo, cuando se mira más allá de nuestras fronteras, se puede ver que somos los únicos del globo cuya política consiste en poner los precios de la energía casi por debajo del costo; en cobrar garrafas caras a los pobres y subsidiar los climatizadores de piletas de los ricos; en intervenir los mercados al punto de que nadie pueda conocer las reglas de juego; en amenazar a empresas, que terminan regalando acciones a empresarios amigos del poder; en mandar piqueteros a estaciones de servicio extranjeras; en pagar a los productores argentinos de gas cinco veces menos que a los bolivianos, y en comprar fueloil caro a Venezuela, para compensar. La verdad es que nuestra política energética parece una genialidad no detectada por ningún radar.

Pensaba en esto mientras me dirigía a la conferencia mundial de energías renovables y cambio climático, que se desarrollaba en el Centro de Convenciones de Washington, D. C., donde me topé con otro contraste: el de las delegaciones estadounidense y brasileña, comparadas con la de nuestro país. De un lado, formaron el mismísimo presidente Bush, sus secretarios de Energía y Agricultura y su vicecanciller, así como los diplomáticos de Itamaraty, acompañados por senadores, diputados, expertos y empresarios; en nuestro bando, nos alistamos el secretario de Energía y un modesto diputado de la oposición, junto al personal de línea de nuestra embajada. Discutiríamos un tema que va a cambiar la vida de la humanidad en los próximos 20 años, al generar una revolución que ni siquiera podemos imaginar. Los argentinos estábamos allí como patitos mojados. ¡Y eso que la Argentina tiene caña de azúcar para hacer alconafta, como Brasil; vientos patagónicos, para doblegar los molinos de Texas; diferencias de mareas, para apabullar a los geotérmicos de Islandia; granos, para llenar de biocombustibles a quienes los busquen! Qué cosa rara lo que nos pasa a los argentinos...

Bush entró a los saltitos y, mientras era presentado, se quedó parado con las manos colgando a sus costados, como a punto de desenfundar. “La dependencia amenaza la seguridad –disparó–. Importamos el 60% del petróleo y los proveedores no creen en las libertades en que nosotros creemos”, siguió tirando. Levanté mi vista y leí el enorme cartel con el lema de la conferencia: “Contra la dependencia”. Recordé a Obama cuando dijo que debían liberarse de los tiranos del petróleo y mi mente pasó por la lucha de los 70 para instalar “el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel”. ¿Otra vez liberación o dependencia, pero al revés?, pensé, y seguí oyendo. “La revolución tecnológica es inimaginable. Vamos a reducir el 20% el uso de nafta en diez años; el etanol se triplicó desde 2000; se invirtieron 71 mil millones de dólares en 2007 en energías alternativas; los brasileños están sacando combustible para aviones de maníes”, dijo Bush, y agregó: “Yo nunca vi un babassu nut, pero es formidable que haga andar a los aviones”. Carcajada. “Hacen falta marcos regulatorios confiables para poder invertir [me vinieron los bigotes de Moreno a la cabeza, no sé por qué].” “Hay que sacar etanol de los árboles, de la celulosa y de la basura, para no encarecer los alimentos”, continuaba Bush. “Mi gobierno está dando préstamos por 18 mil millones y estamos haciendo convenios internacionales con China, Rusia, Francia, Inglaterra y Brasil [¡otra vez!] para que la energía nuclear llegue a los países en desarrollo. Vamos a hacer un fondo para ayudar a los más pobres a limpiar el clima. Debemos decir: acá hay un problema y acá una meta sencilla. Este es un tren que ya salió. El que quiera subir, que se suba, y el que no, no. Tenemos que ser gente de resultados y no de procesos”, terminó. Me quedé mudo. Bush (más petiso de lo previsto) saludaba a la primera fila, mientras sonaba la música de terror del viejo noticiero de radio Colonia. Nuestro secretario me comentó luego: “Está claro, Estados Unidos va a defender a sus propias empresas”… No entendí.

Las potencias medias, grupo en el que estamos ausentes, hablaron. La ministra de Sudáfrica sostuvo que para atraer la enorme cantidad de inversiones necesarias pueden hacer falta normas globales que impongan las “mejores prácticas”. El asesor de Condoleezza Rice en estos temas, graduado en Stanford y en Harvard, sostuvo que en el mundo había laboratorios de políticas públicas, como Marruecos y los países nórdicos, que todos debemos imitar. Explicó que las tecnologías europeas van a Brasil por la facilidad y seguridad de sus leyes. Dio datos. El 98% de la demanda futura de alimentos viene por el cambio de dieta de países como China, y terminó: “Estamos hablando de esto con Brasil”. ¡Ay –pensaba yo– cuánto daño nos están haciendo la arbitrariedad y el cortoplacismo!

Alemania propuso crear un organismo mundial, pero no para el consenso, sino para la acción. Sostuvo su vocero que, en 20 años, el 60% de la industria va a estar relacionada con la producción limpia y la energía renovable. El chino informó que en 2007 duplicaron las inversiones en investigación y desarrollo y que en 2020 (¡mañana!) van a tener el 50% de la energía renovable. Propuso fuertes pautas de cooperación internacional.

El secretario de Energía norteamericano agregó que en 2030 se va a duplicar la demanda de energía, con un impacto tremendo en los países chicos. Los ingleses sugirieron un sistema global de comercio energético, mientras Mohamed El-Ashry, de Naciones Unidas, sostenía que es artificial enfrentar al mercado con las políticas, porque los mercados reaccionan a las políticas. Se dijo que las emisiones de carbono pueden pasar de 20 gigatoneladas a 42, en 2030, y que si llegan a 62 eso implicaría un calentamiento global de seis grados. Un alemán acotó que si subiera la temperatura dos grados, Africa podría perder la mitad de sus cosechas. El delegado de la Unión Europea propuso marcos regulatorios internacionales para garantizar inversiones de largo plazo y soluciones regionales, además de cambiar la logística (el 30% del consumo de los Estados Unidos se lo lleva el transporte) para hacerla sustentable. El creador de Sun Systems, el indio Vinod Khosla, muy divertido en su ataque a los bancos de inversión, calmó a varios al sostener que las predicciones apocalípticas son un disparate, porque la investigación científica en curso es alucinante.

Con voz firme y enfoque prometeico, la viejita Millie Dresselhaus, investigadora del MIT, explicó que sólo las políticas predecibles y estables pueden garantizar la sociedad entre el gobierno y la industria para la investigación científica.

“La revolución requiere, para los recursos humanos, entusiasmo, enfoque interdisciplinario y distribución internacional de I+D (investigación y desarrollo); en materia de infraestructura, hacen falta centros de excelencia y sociedades internacionales en I+D; para las estrategias, fondeo internacional para que los países subdesarrollados investiguen, así como explorar todas las alternativas energéticas, porque cada país tiene sus ventajas en alguna de ellas”, afirmó, convencida.

Veremos una revolución en lo que duren los próximos dos mandatos presidenciales. Se trata de bajar los precios de las energías alternativas, controlar el calentamiento global, generar enormes inversiones, incrementar la producción, expandir los mercados para obtener economías de escala, generar marcos normativos estables regionales, o aun internacionales, luchar contra las tarifas aduaneras que interrumpan el proceso, generar millones de productores de energía para reemplazar los monopolios actuales. Australia se comprometió a tener el 20% de su energía renovable en 2020; Dinamarca, el 30%; Brasil ya tiene 45%; Nueva Zelanda aspira al 90%, en 2025.

Simultáneamente, en nuestra patria, las 13 industrias argentinas que invirtieron 197 millones de dólares en biodiésel, mientras trataban de convencer a potenciales compradores sobre su confiabilidad, fueron informadas de que el ministro de Economía, sin intervención del Congreso, por resolución, sin decir agua va, había pasado el impuesto a la exportación de ese producto del 5 al 20%. Mientras bajaba caminando por la calle M., llena de glamour juvenil, me repiqueteaba la consigna: ¿liberación o dependencia? ¿De quién dependemos, de qué liberarnos? ¿Y si el mundo se libera de nosotros?

El autor es diputado nacional por el Pro.

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