29 de septiembre de 2007

- POBREZA -



Contra la pobreza

Por Ricardo Esteves
Para LA NACION



Más allá de la responsabilidad moral que le cabe a todo aquel que se encuentre en posiciones de dirigencia –no solamente a los empresarios–, la erradicación de la pobreza es una exigencia social, política y económicamente prioritaria. En esa lucha juegan un papel decisivo las metas en educación, salud y empleo.

Esos parámetros han sido expuestos en la Declaración de las Naciones Unidas del año 2000, en el marco de las Metas de Desarrollo del Milenio. Para avanzar hacia esos objetivos, el Inter-American Economic Council, de Washington, llevará a efecto el próximo viernes, en Buenos Aires, un seminario en el que participarán destacadas personalidades internacionales comprometidas con la responsabilidad y el cambio social.

Tomarán parte de la reunión Harriet Fulbright, presidenta de la conocida fundación Fulbright, que otorga las becas homónimas y Diana Negroponte, del Brookings Institute, además de otros renombrados actores de la solidaridad social.

Desde una perspectiva empresaria, y en paralelo a los parámetros éticos, que no deben ser soslayados, la responsabilidad social empresaria depara ventajas efectivas para el mundo de los negocios.

En primer lugar, las empresas dependen del mercado, es decir, de los compradores de sus productos y servicios. La pobreza no participa del mercado.

Dicho de otro modo: usualmente, los pobres no tienen suficientes recursos para comprarles a las empresas.

Incluso para aquellas empresas orientadas hacia la exportación, que de algún modo pueden prescindir del mercado interno, resulta altamente beneficioso estar insertadas en sociedades igualitarias, que evolucionen en educación y servicios sociales, pues de ellas deberán provenir los recursos humanos que les permitan estar al día en materia de competitividad global.

Desde otra óptica, en la medida en que subsista la pobreza en alto grado, buena parte de los impuestos se destinarán al asistencialismo, en lugar de ir a infraestructura o educación, inversiónes públicas que necesita el sector empresario para mantener la referida competitividad.

Por consecuencia de estos aspectos, y como regla general, en los países con mercados sólidos e inclusivos, el valor de las empresas –y, por ende, el patrimonio de los empresarios– es mucho más alto que en aquellos que cobijan grandes bolsones de pobreza.

Por un cambio de paradigma producido en el tramo final del siglo XX, esto es, la transformación de las sociedades modernas en comunidades de la información, donde los hechos se difunden en tiempo real y llegan a un universo muy amplio de ciudadanos, las empresas están expuestas a una nueva realidad a la cual deben adaptarse.

No hay empresa que esté exenta de un accidente, ya sea ecológico, industrial o laboral. Cuando estos acontecimientos toman estado público, las sociedades juzgan y emiten juicio en cuestión de minutos.

Por esta razón importa tanto la imagen que las empresas construyan sobre sí mismas. Ante un hecho imprevisto y desgraciado, esa imagen, si es positiva, puede actuar como una red de contención que evite un daño mayor, como las que protegen a los trapecistas en un circo.

La mejor red que puede crear una empresa es construir una imagen favorable. Evitará así una condena automática de la opinión pública, con todo lo que ello implica para esa empresa (por ejemplo, afectar la venta de sus productos) e incidirá sobre el estado de ánimo de la Justicia, que a su turno deberá juzgar el hecho en cuestión.

La vía más eficaz para una empresa de construir una buena imagen es trabajando con energía y generosamente en programas de responsabilidad y solidaridad social.

Al margen de que la buena imagen corporativa ayuda a vender, la empresa con buena imagen cuenta, a priori, con un crédito de la sociedad, que confía en su buena fe.

El cambio de paradigma afectó también la esencia de la empresa. Si hasta mediados del siglo XX su misión se limitaba a producir y vender artículos de calidad a precios competitivos y generar ganancias a sus accionistas, hoy día su misión se ha ampliado.

Debe complementar al Estado (no sustituirlo) en la atención de las crecientes necesidades de la sociedad moderna. Puede cumplir en buena medida esa función, y aproximarse a la comunidad, a través de programas de responsabilidad social.

Aun sin llegar al extremo de la predicción que en los años 60 del siglo pasado hizo el sociólogo brasileño Josué de Castro, que sentenciaba que el mundo iba a estar habitado “por aquellos que no comen, pero duermen, y por los que comen, pero no duermen pensando en los que no comen”, interesa a los empresarios y a sus familias vivir en sociedades que estén exentas de la tensión que deriva de la pobreza.

La pobreza es, además, un obstáculo para la democracia plena, pues sume a los pobres en la dependencia del clientelismo. Y en democracias imperfectas las empresas están expuestas a la arbitrariedad del poder, y éste, a injerencias indebidas de parte de las empresas.

Por todas estas razones, más otras que exceden estas reflexiones, amén de los motivos éticos y humanitarios, interesa en grado sumo a los empresarios argentinos involucrarnos activamente en el compromiso de la responsabilidad social.

El autor es empresario

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