8 de diciembre de 2007
- EL CAMPO -
Los efectos de la aversión al campo
La visita de un grupo de dirigentes de la industria de la molienda de trigo de Brasil a Córdoba ha dejado un saldo de observaciones que no se puede pasar por alto. Con el lenguaje llano de quienes carecen de temores por eventuales represalias oficiales a raíz de lo que dicen, esos dirigentes se quejaron por las reiteradas intervenciones del gobierno argentino en el mercado triguero.
La política de regulaciones, que aparecen de un tiempo a esta parte de la noche a la mañana y han dejado una maraña de prohibiciones y subsidios, conspira contra la condición de país previsible de una Argentina, pues quita incentivos, transparencia y certeza sobre el cumplimiento de los negocios. Tales decisiones, recurrentes durante la segunda mitad del siglo pasado, han adquirido ahora una fuerza contundente, al conformar situaciones mediante las cuales el país continúa perdiendo posiciones relativas en el mundo.
Los molineros brasileños hablaron como se debe, con absoluta claridad. Si los registros de la exportación de trigo se cierran y se abren, según el capricho del gobierno argentino, Brasil deberá buscar trigo en otras partes. Tan francos fueron que hasta admitieron que eso tendría un precio para Brasil: encarecimiento, por mayores distancias, de los fletes, que podrían estimarse en setenta dólares más por tonelada, y tener que pagar, por si fuera poco, por compras fuera del ámbito del Mercosur, el arancel externo común del 11 por ciento.
Por lo demás, esta conducta anómala del gobierno argentino podría conducir a decisiones muy desfavorables para nuestro país, dado que fortalecerá a quienes en el país vecino propugnan la eliminación de tal arancel, justificando sus propósitos en las necesidades de abastecimiento y en la desorganización que las restricciones argentinas introducen en la cadena industrial y comercial del producto.
Los brasileños deberían importar en el año unas seis millones de toneladas de trigo y un adicional de su harina, cuya procedencia, en un 90 por ciento, sería argentino. Si se sabe que nuestro país, con una producción de aproximadamente 15 millones de toneladas para esta campaña -si una evaluación final de las heladas lo confirma-, estaría en condiciones de enviar al exterior nueve millones de toneladas, se comprende la magnitud del asunto en cuestión.
Pero es mucho más lo que está en juego. El portavoz de la Sociedad de Acopiadores de Córdoba expresó, con razón, ajustándose a su ámbito específico de acción, que "tanto en el trigo como en el maíz, la intervención del Gobierno es perniciosa para nuestra imagen en el exterior, donde aparecemos como muy poco responsables".
La producción de carne, al igual que de leche y sus derivados, ha sufrido pérdidas considerables por el intervencionismo estatal, sin contar la vulnerabilidad que dejan estas situaciones para la preservación de mercados.
Es menester neutralizar la aversión irracional que algunos sectores políticos sienten hacia todo lo que la vida agropecuaria representa. Así las cosas, es hora de que el campo comprenda la necesidad de comunicarse de forma didáctica y con mayor empatía con el conjunto de la sociedad.
Ningún sector clave de la Argentina ha mantenido tasas tan altas de productividad como el campo. Sólo en semillas, el valor agregado tecnológico ha sido de tal vuelo que, año tras año, se supera hasta tornarse irreconocible respecto de lo que era muy poco tiempo atrás.
El trigo se cotiza a elevados precios que no se veían desde hacía muchos años. Pero no es en los precios -por otra parte, mermados por retenciones del 28 por ciento- en que se fundamenta el crecimiento notable de la producción argentina, igual que en la soja y el maíz, sino en la investigación, el mejor cuidado de los suelos, la rotación y la inversión en tecnología y maquinarias. Así se han ido logrando índices de productividad sin parangón con el pasado, ante la hipocresía de sectores que no hacen más que reclamar mayores despojos del Estado al campo o que crezcan la protección oficial y los créditos baratos discrecionales que, muchas veces, llevaron a severas crisis financieras.
Las continuas y cambiantes restricciones comerciales y los impuestos a las exportaciones, que tan profunda e implacablemente está aplicando el Gobierno, no solamente agreden a la producción del campo. Se traducen en pérdida de confianza y de transparencia en los tradicionales lazos del comercio bilateral y, por si ello fuera poco, afectan las normas del Mercosur. Es fácilmente imaginable, extendiendo la mirada al comercio de nuestro país con el mundo, que lo aquí vertido se multiplica sobre ese ámbito global, con aún más graves implicancias.
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