25 de diciembre de 2007
- MARIA -
La Navidad de María
Por Inés María Correa
Para LA NACION
Era un diciembre fresco. Pero como era diciembre, se respiraba un clima mezcla de euforia y melancolía, que hacía olvidar la temperatura. En una de esas tardes, ya cercanas a la Navidad, a medida que menguaba la luz del día se iban encendiendo las luces intermitentes en las calles principales, esquinas y marquesinas de la ciudad. Y en uno de los barrios más paquetes, María caminaba, junto a sus cuatro hijos, cargando un carro donde reunir la cantidad suficiente de residuos-mercancías que puedan canjearse por dinero para cubrir los magros gastos de su familia.
La familia hacía siempre el mismo recorrido porque tenía sus clientes: encargados de edificios, vecinos y kiosqueros. Uno de estos amigos era Juan. Este tenía un puesto de flores y había visto crecer a cada uno de los hijos de María: dos nenas y dos nenes. El puesto está abierto las 24 horas; por eso, el grupo familiar dejaba algunas pertenencias, mientras hacía su recorrida. Esa noche de diciembre, Juan les había guardado diarios viejos y algunas cosas que pudieran servirles para la faena urbana. María viajaba dos horas y media para empezar temprano a buscar papeles y desperdicios que pudiera vender, en una época en que, por los regalos, parecía haber más. María esperaba con eso dar algo mejor de comer a sus hijos en las fiestas.
Hacía muchos años que Juan venía tratando de conseguirle trabajo a María para que no tuviera que urgar la basura, porque se daba cuenta de que era una buena madre, que no había tenido suerte con los padres de sus hijos y que, con alguna ayudita iba a mejorar. Pero fueron vanos intentos, la joven madre no tenía con quién dejar a sus hijos.
Ya mientras bajaban del tren y empezaban a llegar al puesto a dejar algunas cosas, como casi todas las tardes de los últimos años de su vida, ese diciembre les marcaba que eran días distintos, el país había mejorado para algunos. Muchas luces, personas con paquetes y bolsas de regalo, y el obligado cálculo de cuánto podrían sacar de cada elemento.
Cuando estaban llegando al kiosco de Juan, mientras lo saludaban, la segunda hija, que también se llamaba María, de 10 años, le reclamaba a su madre:
-Mamá, este año quiero que me regales una muñeca que vi el otro día en la tele. Vos me prometiste que, si me portaba bien y venía todos los días a trabajar con vos, me ibas a comprar algo. Mirá que el año pasado me prometiste lo mismo y no me compraste nada...
-Bueno, pero comimos un asado a la noche. Sabés que no alcanzó para más porque tuvimos que comprar remedios para Jonatan. Así que callate y vamos a laburar.
-No, entonces me quedo con Juan y que él me dé algo para hacer: le barro la vereda, lo que sea, y que me ayude a escribirle una carta a Papá Noel, a ver si me gano algo en la juguetería de la vuelta, que dicen que sortean regalos.
-¡Vamos! ¿Qué te vas a ganar si nunca ganamos nada! ¡Vamos, que necesito que cuides al bebe!
-No voy nada. Todo el año te acompañé y fui la que más trabajó; que te ayude el Peti.
-Agarrá tus cosas y vamos; no podemos perder tiempo. Si te quedás, ya sabés lo que te espera. Y vos Juan, si la tapás, ¡ya vamos a hablar! Peti, hacete cargo de tus hermanos y yo te voy a comprar las zapatillas que me pediste.
La pequeña María, que se quedó ese día, nació un 24 de diciembre. Su mamá, tiene hoy 25 años. Cuando la tuvo, con sólo 15 años de edad, festejaba con Peti, su primer hijo, en ese entonces de un año, la Nochebuena en el hospitalito zonal. Y, como con la pareja que tenía en ese momento, el papá de la bebé, no estaban en buena relación, y ella estaba sola con sus dos hijos, los médicos y enfermeros hicieron las veces de familia y Papá Noel. Le habían regalado a la María bebe una cadenita con un ángel de pendiente. Esa cadena iba siempre con ella, y entre sus pensamientos, le pedía siempre al ángel que la protegiera de todo.
Ese diciembre, la pequeña María quería festejar la Navidad y su cumpleaños. Pero lo quería festejar, teniendo la muñeca que había visto en la tele y con la que soñaba. Por eso, se había quedado con Juan en su kiosco y ya había pensado cómo empezar la carta a Papá Noel, que iría a ser sorteada, porque quizá la suerte esa Navidad no le sería esquiva.
Y, motivado por la nena, Juan le ayudó con los pocos párrafos que iban a poner para participar del sorteo. Juntos escribieron:
"Querido Papá Noel, te quiero contar que yo nací el mismo día que Jesusito. Y te quiero contar que yo nunca tuve una muñeca nueva, que quiero que me regales una de las muñecas que sortean. Mi mamá se enoja conmigo, pero yo vengo todos los días con ella a trabajar, y casi ningún día tengo ganas de venir a buscar nuestra comida entre las bolsas negras, porque me da vergüenza y me canso mucho. Que si vos me conseguís la muñeca, yo voy a estudiar más el año que viene, y aunque esté cansada voy a hacer toda la tarea. Que si podés, me consigas algunos juguetes para mis hermanos, que no tienen ningún juguete nuevo. Mi mamá me dijo que no me iba a ganar nada porque nosotros siempre perdimos todo, pero yo tengo fe, porque mi angel me ayuda, que me vas a escuchar y yo voy a ganar. Te dejo porque mi mamá va a llegar y tengo que llevar la carta al buzón, no te olvides de mí, por favor; yo me voy a portar bien y no me voy a escapar más de mi casa. Gracias, Papá Noel. ¡Ah!, y si me gano algo avisale a Juan el kiosquero, porque a mi casa no vas a poder llegar."
Después de tirar en el buzón la nota escrita, María vio a su mamá y a sus hermanos llegar con la carga de desechos. Fue corriendo a buscarlos y los abrazó, la ilusión le había dado la fuerza que había perdido hace meses.
Y viajaron juntos hacia lo del acopiador; la mamá seguía enojada con ella, pero no le importaba, porque soñaba con que ese diciembre pudiera ser distinto para ellos también.
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