29 de octubre de 2007
- MUJERES -
El poder de las mujeres
Por Maria Saenz Quesada
para Diario Perfil
Quienes desde comienzos del siglo XX lucharon por los derechos políticos y civiles de las mujeres difícilmente hayan imaginado el panorama actual. En las elecciones del 28 de octubre, compitieron tres fórmulas encabezadas por mujeres, y una de ellas resultó ganadora.
El “caso argentino” constituye un ejemplo más de lo que sucede en el mundo. Un impulso vigoroso lleva a mujeres a ocupar la primera magistratura de sus respectivos países y lo que antes constituía un obstáculo de género ha dejado de serlo.
Para examinar el largo camino recorrido, conviene volver la mirada hacia las pioneras del feminismo, quienes desafiando los prejuicios y restricciones de la mentalidad machista, participaron activamente en organizaciones políticas con el objetivo de modernizar la sociedad.
La historia de Alicia Moreau de Justo (1885-1986), que luchó por esos ideales y jamás disfrutó del goce del poder, resume la acción de dichas pioneras en la Argentina. Pese a su matrimonio con Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista, se la recuerda porque sus logros fueron personales, no bienes gananciales ni glorias prestadas.
Recibió de su padres, emigrados de Francia por razones políticas, la simpatía por las ideas de la Revolución de 1789 junto con el gusto por la lectura de obras filosóficas y científicas. Médica y educadora, llevó adelante su carrera en forma independiente y racional. Su rebeldía no se expresó en gestos explosivos. Apasionada, austera, incorruptible, rechazaba la “política criolla” (clientelista), las guerras, la injusticia y el sometimiento de la mujer al varón.
Se afilió al Partido Socialista y formó parte de su conducción cuando todavía las mujeres no podían ser candidatas. Más tarde, cuando la llegada del peronismo le arrebató las banderas del sufragio femenino y de la justicia social, Alicia no aceptó a quienes, a su juicio, representaban a la “política criolla”. Esto le significó el silencio e incluso la cárcel. Vale recordar que el único cargo institucional que ocupó la doctora Moreau en su centenaria vida fue en 1955, en la Junta Consultiva Nacional, creada por el gobierno de facto que derrocó a Perón.
Mientras aquellas pioneras habían luchado años y cosechado poco, María Eva Duarte de Perón (1919-1952), pese a la brevedad de su vida, contó triunfos a montones. Incluso la sanción del voto de la mujer en 1947 fue registrada como un triunfo personal suyo. Idolatrada por las muchedumbres, participó en la escena política con talento teatral, desde el pináculo del poder, como esposa de un presidente/líder. Puede decirse que sólo tropezó cuando intentó presentar su candidatura a la vicepresidencia. Para Evita, dicha candidatura era el corolario natural de su carrera. Pero su proyecto resultó excesivo, un sector militar se opuso y Perón prefirió no forzar las cosas.
Fue un mal comienzo para las legítimas aspiraciones políticas de las mujeres. El tema volvería a plantearse en las elecciones de septiembre de 1973, cuando el peronismo proclamó la fórmula Perón-Isabel Perón. La leyenda dice que fue el lopezrreguismo el que la impulsó para quedarse con el poder, una vez muerto el General. La realidad parece más simple: Perón confiaba en Isabelita más que en ninguna otra persona y ella pretendía ocupar el lugar de privilegio al que se sentía predestinada, aunque careciera de méritos y de talento. Finalmente, fue la primera mujer que ocupó la presidencia de la Nación en esta parte del mundo.
Los ejemplos extremos y opuestos que ofrece nuestro siglo veinte han dejado su marca en estas elecciones en las que compitieron, en una lucha desigual, las mujeres vinculadas al poder y las ciudadanas a secas que aspiran, como aquellas pioneras, a promover cambios políticos de fondo y a desatar los nudos que nos condenan a repetir la historia.
Licenciada en Historia, investigadora y subdirectora de la revista "Todo es historia"
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