31 de octubre de 2007

- TANGUERA -




Un golpe para la sensi-

bilidad tanguera





A finales del siglo XIX ni siquiera las requerían para bailar: el tango era cosa de hombres



Por Vicente Battista
Diario Perfil



A finales del siglo XIX ni siquiera las requerían para bailar: el tango era cosa de hombres. Esos hombres se juntaban en cualquier esquina del suburbio y ahí mismo ensayaban los primeros cortes y quebradas. Hoy sería imposible repetir una ceremonia de esas características, de inmediato los tildarían de gays. ¿Pero quién se atrevería siquiera a imaginarlo en aquellos viejos tiempos? Se trataba de tauras y matones, dispuestos a no alzar la voz y a jugarse la vida.

Más de uno lucía una cicatriz rencorosa: caprichos de hembra que tuvo la daga. Aquellos hombres habían decidido que las mujeres invariablemente son las que matan la ilusión. Sin proponérselo, a la hora de nombrarlas repetían las consignas bíblicas: llegan para provocar el desconcierto y la irreversible condena. “Dijo el hombre: ‘La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí’” (Génesis 3:12). Aunque muchos años después Mateo, Marcos, Lucas y Juan propondrían una imagen femenina más piadosa, la mujer continuaría siendo un objeto secundario. Virgen y madre, María es nombrada cuando Jesús nace y sólo reaparecerá cuando se muere: figura en el reparto, pero casi no trabaja en la obra.
Un destino parecido le aguardará a la mujer en el tango. Poco importará que sea morocha y muy de madrugada brinde un cimarrón, o que sea rubia, y en lo de Hansen hagan ronda para verla bailar. Angel o demonio, en todos los casos estará obligada a aceptar el papel que se le ha asignado.

Así se reparten las cartas, y de ese modo se debe jugar. Fiel a las tradiciones y con el pucho entre los labios, el tanguero de ley podrá consentirla papusa del fango, flor de noche y cabaret. O, en el mejor de los casos, aceptarla como una mina fiel, de gran corazón, incluso como su propia madre querida. Pero así se presente como mezcla de Museta y de Mimí, como noviecita constante o como madre abnegada, el papel de la mujer siempre será marginal; eso no se discute.
El tiempo no pasa en vano. Con el correr de los años, el tango reo se hizo tango canción, desaparecieron los faroles en las esquinas, el funyi y el chambergo, y amainaron guapos junto a las ochavas cuando un cajetilla los calzó de cross.

Entonces ese hombre de tango, hecho a las traiciones y a las puñaladas traperas, fue junando de rabo de ojo a un costado de qué modo iban cambiando las grelas. Podía aceptar que se quedaran con la ganchera y el mostrador o que lo amuraran en lo mejor de su vida y en la más triste de sus noches, pero se le hacía difícil admitir el voto femenino: ¿adónde hemos llegado, incluso que elijan presidente?

Esto, sin embargo, apenas fue el comienzo del caos. Evita no sólo las hizo votar, ella misma estuvo a punto de acercarse a la primera magistratura. Por suerte, renunció y las aguas volvieron a su cauce. Pero muchos años después, Perón los volvería a situar en el conflicto: puso a su reciente esposa como compañera de fórmula y, para colmo, él tuvo la ocurrencia de morirse antes de finalizar el mandato. Así la Argentina, cuna de tauras y cantores, de broncas y entreveros, tuvo su primera presidenta. Pelandruna abacanada, no pasó de ser una bullanguera mascarita de un mistongo carnaval.

En el siglo XIX los hombres bailaban entre sí. Ahora, dos mujeres se trenzaron en un bailongo para dirigir los destinos del país. El cuadragésimo octavo presidente de la Argentina es presidenta. Un golpe duro para la sensibilidad tanguera. ¿Dónde están los muchachos de entonces? Barra antigua de ayer, ¿dónde estás? Al mundo le falta un tornillo, ¡qué venga un mecánico, pa’ ver si lo puede arreglar!

Desde el bronce, Carlitos sonríe. ¿Una sonrisa de aprobación o de sarcasmo? La respuesta comenzará a gestarse el 10 de diciembre, cuando la señora asuma el mando. Mañana zarpa un barco, tal vez no vuelva más.

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