21 de mayo de 2008
- CONJUNCION -
Conjuro de niebla, humo y ceniza
Desde el fin del estío, el país se ha visto asediado por inusitados fenómenos, algunos de origen natural y otros provocados por la acción humana, que originaron graves accidentes y malestar general. Como si se tratara de una súbita sucesión de plagas, primero fue la niebla, que cubrió las rutas en el comienzo del otoño; luego, el fuego de los pastizales, que se extendió en las islas del delta paranaense, oscureció el cielo, impidió la visión del tránsito en los caminos y afectó los ojos y la respiración de muchos y, finalmente, las cenizas volcánicas que despide el Chaitén en el sur cordillerano, con perjuicios muy serios para las poblaciones de la Argentina y de Chile.
Cada uno de estos asedios tuvo sus efectos destructivos que empezaron por los choques automovilísticos en cadena de los días de marzo, a causa de la mala visibilidad, sumados a la irresponsabilidad o a la demora en suspender el tránsito en caminos en que era desaconsejable circular. Por una razón u otra, el país se estremeció al tomar noticia del número de víctimas y personas afectadas. De cada uno de los fenómenos que nos abrumaron se aguardó que la naturaleza les pusiera fin, por medio de lluvias o cambios en la dirección del viento, porque sus dimensiones sobrepasaron la acción humana o porque las autoridades demoraron en reaccionar.
En esos sucesos, el público ha ido aceptando desgracias e inconvenientes como infortunios determinados por causas muy precisas. Por ejemplo, la niebla se suele explicar como un efecto provocado por las nubes bajas que tocan la tierra. Las nubes están compuestas de agua en suspensión. Este fenómeno es común durante el otoño en algunas regiones bajas.
Si se quisiera rastrear en los contenidos simbólicos que las antiguas culturas, a través de leyendas, mitologías e historias religiosas, fueron decantando a propósito de esos fenómenos, otra hubiera sido la significación acordada a los sucesos vividos y se habrían enriquecido las premoniciones elaboradas.
De ese modo, la niebla habría sido interpretada como lo indeterminado, lo incierto que precede a otra etapa de la vida, pero que -mientras dura- no permite ver lo que sigue, aunque esté próximo.
El humo, vinculado con el fuego y el aire en relación con la antigua teoría de los cuatro elementos, simbolizaría la fugacidad de las cosas y representaría, a la vez, la vanidad y la altanería, significado que se ha trasladado a una frase corriente: "se le subieron los humos". También se emplea ese término para expresar un rapto de agresividad: "se le fue al humo".
Las cenizas, por fin, simbolizan la disolución de los cuerpos y, religiosamente, han marcado el tiempo de la purificación, la penitencia, el ayuno y la preparación cuaresmal.
Niebla, humo y cenizas se han sucedido ante la captación inquieta de los argentinos. Si se dejan transitoriamente a un lado los conceptos que objetivamente describen en qué consisten dichos fenómenos, encontramos que subyacen otros significados.
De su conjunción brota algo así como la gran metáfora que nos han proporcionado los días vividos: un tiempo oscuro, indeterminado, en el que emerge la soberbia, todo lo cual anticiparía la necesidad de una penitencia depuradora.
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