2 de mayo de 2008

- MAS QUE IMPRUDENCIA -




Morir en la senda peatonal


Por José Nesis
Para LA NACION



En una nota publicada hace poco en LA NACION se lee que una mujer murió atropellada por un ómnibus en la ciudad de Buenos Aires. La persona falleció sobre la senda peatonal. La nota es escueta: algo más de dos párrafos breves, 86 palabras.

¿Qué pasó? ¿Cuál fue la causa del accidente? Muchos dirán que fue el incumplimiento del chofer del colectivo. ¿Es ésa la causa verdadera? ¿A qué llamamos incumplimiento los porteños? El colectivero probablemente cumplió con la regla no escrita de nuestra ciudad: un conductor jamás prioriza a un peatón. Y en los pocos casos en que eso ocurre, el peatón debe agradecerlo con un gesto aprobatorio y habrá un final cívico y feliz, siempre y cuando no haya otro conductor detrás del primero que lo embista o lo insulte, por haber cumplido con la regla escrita de permitirle al peatón cruzar por la senda peatonal sin aviso previo.

Los conductores de Buenos Aires no dejamos a los peatones cruzar por la senda peatonal ni siquiera cuando el semáforo se los permite.

Para los conductores de esta ciudad, los peatones son una molestia por sortear. Esa es nuestra regla práctica de comportamiento. Usamos diversas razones: la antedicha con relación al riesgo de ser chocados por el vehículo que viene atrás, que estamos apurados, que los peatones están desatentos (!), que no nos dimos cuenta.

Tenemos algunos incentivos y ciertas creencias que favorecen esa actitud: la ventaja de que ante una colisión nuestras chances de salir ilesos son mayores que las del peatón; nuestro apuro (somos importantes; seguramente mucho más que el peatón, de hecho circulamos en un vehículo y aquel se las tiene que arreglar sólo con sus pobres piernas); los peatones temen por su vida; los peatones ya olvidaron sus derechos; nadie nos multa por esto, a menos que el atropello tenga consecuencias físicas, y en el caso de que nos identifiquen; nadie nos admira demasiado por hacer lo contrario, es decir por dejar cruzar al peatón y, finalmente (aunque la lista no termina aquí), ni siquiera los más conscientes se creen tan poderosos como para cambiar el statu quo.

¿Qué suelen hacer los peatones? En general, esperan. Algunos atrevidos pisan nuestra calle (digo calle porque los porteños no conocemos la diferencia entre acera y calzada). Otros peatones cruzan por la mitad de la cuadra: eso aumenta mucho su chance de supervivencia, ya que ensancha su campo visual y les permite ver con anticipación la llegada del vehículo. Si son jóvenes, corren y consiguen llegar sanos al otro lado. Si son niños o ancianos, no siempre tienen esa suerte y pasan a engrosar la lista de víctimas. Pero, se salven o no, al cruzar por la mitad de la cuadra ya son infractores. Y es humillante morir como infractor por no haber tenido otra opción. Es decir que en este esquema los peatones deberían estar atentos y tener paciencia. Los conductores, no.

¿Qué hacer? Varias cosas. Pensar la ciudad desde los peatones, que son más y están más expuestos. Ayudar a que los conductores puedan cumplir con la ley, por ejemplo, controlando estrictamente que el "segundo vehículo" mantenga la distancia adecuada de frenado (¿alguien de nosotros recuerda, incluso, cómo conocerla?). No esperar el agradecimiento de los peatones: ¡les corresponde por derecho propio! Pedirles a nuestras autoridades que sean peatones por un día y tomen nota de lo que les pasa. Estar dispuestos a ser sancionados cuando no respetamos la prioridad del peatón y aceptar esa sanción, aunque el peatón haya quedado ileso.

El autor es médico psicoanalista y licenciado en Psicología.

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