4 de junio de 2007

- ALGO NUEVO -


Quizás ahora la oposición
tenga el jefe que buscaba



Quizás en la tarde de ayer la oposición encontró un jefe. El eventual jefe tiene plazos más amplios que el calendario electoral argentino. Esa persona es, tal vez, Mauricio Macri, imposibilitado moralmente de competir en las presidenciales de octubre.

Su arrollador triunfo en la Capital fue una sorpresa hasta para él mismo y sus encuestadores. Los que tenían posibilidad de ocupar el segundo lugar terminaron peleándose por los mendrugos de una fiesta ajena. Néstor Kirchner suele decir que ningún ballottage cambia los resultados de la primera vuelta si ésta reconoce un ganador nato por encima de los cinco puntos de ventaja. La ventaja de Macri superó los 20 puntos.

Al haber sacado Macri menos del 50 por ciento de los votos, la matemática permite el ensueño de una segunda vuelta con Daniel Filmus como ganador. El único problema insalvable es que la política desafió siempre a la matemática y que nunca reconoció que dos más dos son cuatro.

Macri será el próximo jefe de gobierno porteño, salvo que se interpusieran elementos nuevos que hoy no están a la vista. Sería conveniente que no se repitiera la campaña de agresiones y malas mañas que signaron la primera vuelta. No es posible establecer cuánto, pero aquella infernal campaña terminó por debilitar tanto al gobierno nacional como a Jorge Telerman, blanco de esos ataques.

Macri cosechó también de esos entreveros de sus adversarios. La sociedad y la política merecen un mejor trato. La política no perdona la ambigüedad, y Telerman prefirió la ambigüedad a la determinación. Pagó también por eso. Decidió aliarse con Elisa Carrió después de la virtual expulsión del kirchnerismo y de esperar en vano una llamada de Roberto Lavagna. Lavagna esperaba el llamado de Telerman. En política, nadie llama a nadie.

Ya con Carrió a su lado, el jefe de gobierno porteño no asumió el discurso de su aliada y, a veces, lo contradijo y lo refutó. Así, Carrió encendía la conciencia de televidentes y lectores de diarios, mientras Telerman se negaba a hablar mal de Kirchner hasta las últimas 72 horas. No quiso oponerse a las políticas presidenciales, pero tampoco quiso aclarar, en voz alta y con franqueza, que muchos problemas de la ciudad corresponden a la administración nacional. ¿A quién, si no, debería imputársele los problemas de la seguridad, del transporte y de la energía?

La indeterminación explica, en gran parte al menos, que Telerman haya pasado en apenas 45 días de competidor de Macri a perdidoso antagonista de Filmus.

Podrá decirse que Macri tampoco se refirió nunca a los conflictos nacionales. Esa fue su principal discordia con su socio Ricardo López Murphy, que hubiera preferido azotar a Kirchner en las tribunas. Pero, ¿es necesario recalcar que Macri no representa a Kirchner y que nunca votaría por él? Macri no necesitaba hacer lo que sí precisaba realizar Telerman.

Sólo en la última semana el actual líder de la administración capitalina le pidió auxilio a Carrió; ella aceptó el reto y caminó la ciudad, los canales de televisión y los diarios para pedir el voto por su aliado. Ya era tarde.

Dicho de otra manera: Telerman no pudo robarle a Macri el mayoritario voto antikirchnerista de la Capital, porque en última instancia la sociedad porteña votó también contra muchas políticas del gobierno nacional. Ni el estilo presidencial ni muchas decisiones de Kirchner son compartidos por el sofisticado electorado capitalino.

Macri forma parte, además, de un extraño fenómeno de la política. Tanto él como Daniel Scioli crecen en las encuestas y en los votos, aunque tienen referentes distintos en la política. ¿Qué los une a ambos para ser tan codiciados por la opinión pública? Sus discursos son vagos por lo general, previsibles y hasta fatigosos. Hablan, eso sí, con el sentido común de las personas comunes. Las palabras de ellos son muy diferentes del discurso clásico de los políticos clásicos.

Ninguno de los dos tiene una descollante tarea ejecutiva para mostrarle a la gente de a pie, pero esa gente los sigue a los dos. Hay algo, sin embargo, que los asemeja: no vienen de la política. Uno es empresario y el otro es ex deportista, pero los dos han frecuentado el mundo de los negocios y el deporte al mismo tiempo. Sin embargo, a estas alturas, los dos son políticos aunque ellos no lo sepan. Macri es, de alguna manera, la continuidad del arbitrario "que se vayan todos" de hace más de cinco años.

No es bueno que la política termine arrumbada en el cuarto de los trastos inútiles. La democracia se alimenta de la política. No obstante, ¿qué han hecho los políticos para cambiar la política después del derrumbe de principios de siglo? Nada. Peronistas y radicales sólo se suman, queriendo o sin querer, al responso de los viejos partidos políticos. Se muestran estériles, cuando no impotentes, para construir un sistema de partidos en condiciones de reemplazar al que ya sucumbió.

La debacle de Telerman significa también un duro revés para la oposición. Se coincida o no con ella, lo cierto es que su breve madrina política, Carrió, fue hasta ahora la más creativa y carismática entre los candidatos presidenciales de octubre.

Carrió no puede ahora esquivar un hecho tangible: terminó fuera de juego en la primera vuelta lo que pareció, al principio, una audaz maniobra para sacarles el gobierno porteño a Macri y a Kirchner.

No pudo con ninguno. Más aún: su lista de candidatos propios a legisladores porteños apenas arañó el 9 por ciento de los votos, mucho menos que ella en las legislativas nacionales de hace dos años. Los liderazgos son intransferibles en tiempos de partidos muertos.

De esa manera, es probable que Kirchner haya perdido la Capital de manera aplastante pero, a la vez, vea potenciada las posibilidades de conseguir la permanencia en el poder en octubre. Nadie ha hecho más que él por la victoria de Macri, cuando decidió desdoblar la oferta distinta de Macri. La política es siempre retorcida, nunca lineal.

El Gobierno se mostrará eufórico en las próximas horas por la derrota de Telerman y por el serio retroceso de Carrió, su peor adversaria. No carecerá de razón si dijera que partió de un 4 por ciento de intención de votos (que era lo que tenía Filmus cuando comenzó) y terminó segundo. Para mejorar el paisaje del oficialismo, Carrió y Telerman son los únicos políticos con un diálogo frecuente y amigable con el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. El Gobierno no hablará de Bergoglio, pero lo mirará con la satisfacción de la venganza consumada por la derrota de Misiones.

Con todo, lo único que el gobierno no podrá esconder es que el candidato más lejano a él, Macri, ganó uno de los cuatro distritos más importantes del país por una diferencia que abisma a cualquiera, menos a los funcionarios kirchneristas. Estos proclamaban anoche la victoria sobre Telerman como una conquista bíblica. Estarán definitivamente perdidos con otra victoria como la de ayer.

Por Joaquín Morales Solá
Para LA NACION

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