7 de junio de 2007

- CLIMA Y CAMBIO -



Las primeras víctimas del cambio climático

Por Ban Ki-Moon
Para LA NACION


NUEVA YORK.- Las líneas están trazadas. Mientras las naciones industrializadas del Grupo de los Ocho (G-8) se reúnen en Heiligendamm, las fuerzas agrupadas para combatir el calentamiento global se han dividido en campos rivales.

Alemania y Gran Bretaña quieren una discusión urgente sobre un nuevo tratado ambiental, que entre en vigor cuando el Protocolo de Kyoto expire en 2012. Hablan de introducir severas medidas para controlar las emisiones de carbono y limitar el aumento de las temperaturas a dos centígrados durante las próximas cuatro décadas. Los Estados Unidos, mediante una iniciativa propia, se oponen a lo que consideran objetivos y plazos arbitrarios.

Veremos qué sucede. Pero mientras Estados Unidos y Europa deliberan, algunos hechos están más allá de cualquier discusión.

En primer término, la ciencia es clara. El calentamiento de la Tierra es inequívoco; nosotros, los seres humanos, somos la causa principal. Segundo, ahora es el momento de actuar. El costo de no hacerlo, según coincide la mayoría de los economistas, excederá el costo de actuar antes, probablemente en varios órdenes de magnitud.

Actualmente, la solución del día -la furia por el comercio carbonífero- no es sino una de las armas de nuestro arsenal. Las nuevas tecnologías, la conservación de la energía, los proyectos forestales y los combustibles renovables, así como los mercados privados, deben todos formar parte de una estrategia de largo plazo.

Existe un tercer hecho, a mi juicio, el más importante de todos. Se trata de una cuestión de equidad, de valores, que figura entre los grandes imperativos morales de nuestra era.

El calentamiento global nos afecta a todos, aunque a cada uno de manera diferente. Las naciones ricas cuentan con los recursos y la capacitación de adaptarse. Un agricultor africano, que pierde cosechas por la sequía, o un isleño de Tuvalu preocupado porque su aldea podría pronto quedar sumergida, son infinitamente más vulnerables. Es una división conocida: ricos y pobres, el Norte y el Sur.

Dicho categóricamente, las soluciones para el calentamiento global propuestas por las naciones desarrolladas no pueden surgir a expensas de los vecinos menos afortunados del planeta. Cierto sentido de la dimensión humana debería regir cualquier cuestión que nosotros, los pueblos del mundo, debemos afrontar, incluido el cambio de clima. Lo considero un deber, una extensión de la sagrada obligación de proteger, que es el fundamento de la ONU.

Cada día, camino por el vestíbulo de la sede de la ONU en Nueva York, donde algunos de los más famosos fotoperiodistas del mundo exhiben sus trabajos. Captan los rostros y las voces de personas a menudo ignoradas y desoídas, de todas partes de la Tierra, muchas de las cuales viven diariamente en penosas condiciones agravadas por el cambio climático.

Nuestros debates en el Consejo de Seguridad, frecuentemente asuntos monótonos tratados con un inteligible lenguaje diplomático, de vez en cuando toman vida, y por momentos se vuelven todo menos diplomáticos. Recuerdo una discusión en abril pasado, cuando el representante de Namibia habló sobre su impresión acerca de los peligros del cambio climático. "Esto no es un ejercicio académico -bramó- sino una cuestión de vida o muerte para mi país."

Se refirió a la manera en que los desiertos de Namib y Kalahari se están extendiendo, destruyendo tierras cultivables y convirtiendo regiones enteras en tierras inhóspitas. Eso me hizo pensar en mi propio país, Corea, cada vez más asfixiado por las tormentas de polvo. "La malaria se extendió a zonas donde antes no existía", añadió el representante de Namibia. Los países en vías de desarrollo como el suyo están cada vez más sometidos a lo que comparó con "una guerra química o biológica de baja intensidad".

Se trata de emociones intensas, extraídas de la vida y no imaginarias. Para aquellos en el mundo desarrollado, es importante escuchar y actuar en consecuencia. Este es el mensaje que pronunciaré en Heiligendamm. Por eso pronto anunciaré una reunión especial de alto nivel sobre el cambio climático que se realizará en Nueva York en septiembre próximo. Por eso hace poco designé a tres enviados especiales, cuya misión consiste en hablar en favor de los intereses y preocupaciones de las naciones más vulnerables ante el cambio climático.

Me complace la reciente declaración de George W. Bush de que él también lanzará una iniciativa sobre el clima. Recomiendo que tenga lugar dentro de la estructura de la ONU para ser debatida, de manera que nuestro trabajo pueda complementarse. Pero recordémoslo. No se puede tener la esperanza de que un acuerdo del G-8 que no tenga alcance global ofrezca soluciones para un problema global. Es hora de cambiar de manera de pensar, y de una nueva inclusión. No podemos seguir haciendo las cosas como siempre.Traducción de Luis Hugo Pressenda

El autor es el secretario general de la ONU

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