19 de agosto de 2007

- ACOTADOS -




No hay margen para más errores

Por Joaquín Morales Solá
Para LA NACION


La sangre salpica demasiado a la Patagonia. Esa historia es un muestrario de contradicciones. Kirchner es el presidente que menos uso hizo de la fuerza pública, pero un hombre que goza de su larga confianza, Daniel Varizat, no tuvo mejor idea que echar a rodar su auto sobre los cuerpos de los duros manifestantes antikirchneristas. Es la justicia por mano propia, deplorable.

Cierto desequilibrio psíquico debe existir en Varizat para arrollar una y otra vez el cuerpo de una mujer. Pisoteó con su automóvil a unas veinte personas. ¿Miedo? ¿Rencor? Ni siquiera el odio palpable en el confín del Sur (luego hubo más destrucción y violencia de parte de ambos bandos) puede explicar semejante insensibilidad. Sin embargo, Varizat fue un hombre muy cercano al Presidente hasta hace poco tiempo.

Escasean las buenas noticias para Kirchner. La inexplicable proximidad de Elisa Carrió a la cárcel, por haber hablado contra influyentes empresarios y contra más influyentes funcionarios nacionales, iluminó de alegría la cara del poder. Inocultable, pero la alegría puede ser corta. Esa encrucijada judicial de la candidata llevó a López Murphy a autorizar urgentes negociaciones con ella para bajar su candidatura presidencial en apoyo de la de Carrió. Las tratativas tienen un ritmo de fiebre; el plazo para inscribir alianzas vencerá dentro de menos de diez días. López Murphy podría ser candidato a senador nacional.

Claudio Uberti, sacado a la luz por Carrió hace más de tres años, se ha ido. Chávez decidió una medida compensatoria desplazando al vicepresidente de la poderosa petrolera Pdvsa. Decisiones que sirven para descomprimir la política. Pero las preguntas de fondo siguen intactas. ¿Por qué comisionados oficiales de segunda línea alquilaron un avión privado para viajar a Venezuela, cuando todavía está vigente un decreto de la crisis que prohíbe a los funcionarios viajar en primera clase de vuelos de línea? ¿Qué es lo que explica esas habituales paradojas del Estado argentino?

¿Qué sentido enorme de impunidad existió en los funcionarios argentinos como para habilitarles varias plazas del avión privado a directivos de Pdvsa y a dos personas sin cargos ni funciones oficiales? ¿Qué noción de un poder sin límites permitió que en un avión argentino en misión oficial ingresara un extranjero con 800.000 dólares seguramente ilegales? Las explicaciones argentinas son un susurro. Venezuela, dicen, es un país caótico, con reglas para todo que muchos no cumplen si cuentan con la bendición del líder caraqueño. Más precauciones debieron tomarse, entonces, si las cosas son así en el país de Chávez.

Falta la respuesta a la pregunta más importante: ¿qué destino tenían esos 800.000 dólares? ¿Por qué el trasiego de divisas, peligroso para cualquiera con un mínimo sentido de los límites, se hizo en abultados fajos de 50 dólares? ¿Era lavado de negocios espurios o era plata procedente de la venta de drogas, que suele manejarse con dólares de bajo valor? ¿Su destino final era Buenos Aires o Montevideo, ambas ciudades frecuentadas por Antonini Wilson? ¿Era dinero para sobornos o para ayudar a los amigos argentinos del chavismo? El caso judicial no está cerrado.

Pero el núcleo del problema político consiste en que la relación con Venezuela no es normal. Hay cuatro carriles para ella. Uno es el de las cancillerías, que no cumplen más que con la estricta formalidad. Ni Bielsa ni Taiana quisieron meterse nunca en ese laberinto. Otra es la embajada de Alicia Castro, que se ocupa sólo de la política. La relación económica y financiera pasaba por el más poderoso embajador de hecho ante Chávez: el propio Uberti. La última relación es la que protagonizan los dos presidentes, Kirchner y Chávez, en un diálogo directo y permanente.

¿Qué hacía Uberti, por ejemplo, negociando la compra de bonos argentinos por parte de Chávez, por valor de 500 millones de dólares, si su función en la Argentina era supervisar las autopistas? El Caribe llega ahora hasta Buenos Aires. La informalidad del chavismo mereció, precisamente, una moldura de formalidad por parte del gobierno de Kirchner, pero éste prefirió acomodarse a la frescura, la negligencia y el descuido del gobierno de Caracas. Un virtual puente aéreo, revelado ayer por LA NACION, existió entre los dos gobiernos. Nadie sabe para qué. Sólo un milagro podría deparar un final normal para tanta anormalidad.

Kirchner suele decir que él no es lo mismo que Chávez. Yo me voy del Gobierno cuando pude quedarme, mientras él anuncia un proyecto de reelección presidencial ilimitada. ¿Quieren más diferencia que ésa? , ha deslizado entre íntimos. La diferencia sería más notoria si el gobierno argentino respetara con Venezuela los métodos clásicos que acata con países tan cercanos como España y Brasil, por ejemplo. ¿Alguien imagina una relación con Madrid sin la decisiva participación del embajador Carlos Bettini? ¿Podría suponerse una relación con Brasil sin la presencia personal del canciller Taiana?

La diplomacia debería reemplazar cuanto antes a los sombríos operadores económicos en el trato con Chávez. Se supone que, además, una lupa enorme y precisa investigará en adelante a los aviones venezolanos. Chávez hace lo que quiere en Venezuela, pero sería insoportable que también se diera todos los gustos en la Argentina. Eso depende ahora sólo de Kirchner.

El Gobierno confiesa advertir que la administración Bush hizo uso del escándalo de la valija en su pelea de órdago con el caudillo venezolano. ¿Novedad? Ninguna. Estaba en la naturaleza de las cosas que Washington usara un escándalo evidente contra el parlanchín gobernante de Venezuela, que le dedica a Bush una o dos diatribas semanales. Natural. Este mundo no está gobernado por monjas de clausura , aceptó un ministro de Kirchner. El Gobierno no acepta, con todo, que servicios de inteligencia extranjeros hayan delatado al avión pletórico de dólares. Prefiere subrayar el rigor de los controladores argentinos. No lo acepta, pero tampoco lo descarta. Otras fuentes insisten en la tesis de la participación del espionaje internacional en el escándalo del Aeroparque.

Todo eso forma parte del activo de Carrió. Los plazos y las causas judiciales son una cosa. Otra cosa, muy distinta, es la política. En ella aparece una mujer colocada ante la posibilidad de ir a la cárcel por denunciar presuntos hechos de corrupción, justo cuando extraños trasiegos de dinero conmueven a la opinión pública. Carrió ha hecho del banquillo de acusada una tribuna para seguir martillando sobre el Gobierno. ¿Qué esperaban que hiciera?

El diputado Esteban Bullrich fue autorizado por López Murphy para seguir negociando con su colega Adrián Pérez, legislador que responde a Carrió, una posible alianza electoral entre los candidatos presidenciales. López Murphy declinaría en favor de Carrió. Todavía no han hablado entre ellos. López Murphy flexibilizó su posición después de ver a Carrió entrar en los tribunales. El 28 de agosto concluirá el plazo para inscribir alianzas y López Murphy aspira a escribir un programa común con su antigua correligionaria en el radicalismo. Sobra todo, menos tiempo.

El Gobierno, adicto a las encuestas, no está desinformado sobre esas tratativas y se divierte con las sumas y las restas de las mediciones. Eso era antes del otro episodio de Santa Cruz, en la noche de frío y de sangre del viernes. El grupo más fiel a Kirchner se mueve en Río Gallegos con el pánico dibujado en el rostro después de la violencia que cayó sobre Alicia Kirchner. El escrache público de la hermana del Presidente no fue el único; es habitual en Río Gallegos que reconocidos kirchneristas deban entrar en lugares públicos por la puerta principal y salir por la de servicio.

Hasta los opositores aceptan que aquella violencia contra la hermana del Presidente fue especialmente injusta; destacan los valores humanos de Alicia Kirchner. Toda violencia es injusta. Pero algo se ha roto, evidentemente, entre los Kirchner y Río Gallegos. Los manifestantes violentos forman grupos pequeños en medio de una sociedad indiferente. La indiferencia es el problema.

La insistencia de Carrió como un moscardón, las desdichas que prodiga Chávez, la efusión violenta de Santa Cruz y también la inflación, que se abatió sobre los alimentos, más que nada. El margen de error se encoge, tan cerca ya de las elecciones que cambiarán al presidente de los argentinos.

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