22 de agosto de 2007
- TEATROS -
Arriba el telón
Por Gustavo Giordano
Para LA NACION
Una política cultural estatal para salas oficiales que no contemple como acción previa el trabajo social no es ética ni posible, ya que hay necesidades que es indispensable atender para llegar a la gente con aquellas expresiones que tienen que ver con el espíritu o el intelecto. La meta, el desafío, es atender lo urgente sin descuidar lo importante y, a partir de ese punto, despertar el entusiasmo –muchas veces dormido o aplastado– de un pueblo que quiere y debe mantener otro sentido para su vida.
Para ello es imprescindible, y lo planteo como premisa, una indeclinable decisión política que insista en la transformación y en la superación continuas. Se impone entonces una política de Estado para las salas oficiales, que cuente con transparencia ética, ideas claras, convicciones fuertes, proyectos sólidos y equipos de profesionales, técnicos, administrativos, artísticos y directivos tanto idóneos como creativos. Una política pública que tenga presente el bienestar del pueblo y la atención de sus demandas en materia de cultura, entendiéndola en un sentido amplio: cultura como forma de vida. Una forma de vida que incentive y procure el acompañamiento de ciudadanos críticos y atentos al bien de todos.
La gestión cultural estatal debe ser entendida por sus promotores como un imprescindible servicio que debe contar, en lo sucesivo y lo cotidiano, con ciertas condiciones básicas: planificación, continuidad y producción. Planificar desde una ideología pluralista, atenta tanto a mostrar manifestaciones consagradas como a aquellas minoritarias y vanguardistas, y continuidad en la oferta para la correcta satisfacción de la demanda.
Cultura es creación solidaria. No solamente una indicación de esclarecidos o una función de gala ni la inauguración de una muestra de ultravanguardia. Cultura es recuperar la manera que tiene el pueblo de asociarse para crecer.
No hay cultura sin producción y sin consumo de cultura, y éstos deben darse desde las salas estatales y en todos aquellos espacios que el pueblo levante y reclame como propios. Las salas oficiales deben constituirse en centros de encuentro e irradiación de espectáculos, talleres y seminarios dedicados a todas las franjas etarias y a todas las manifestaciones expresivas.
Ampararse en la consigna de que “el Estado no puede gastar más de lo que tiene” resulta en perpetuar la pobreza, dado que sin educación y sin cultura no hay promoción individual ni social. Por otra parte, el Estado no es un negocio y las personas son sujetos culturales, no clientes. Entonces, es imprescindible que se asuma la cultura como una inversión y no como una gasto y que se genere así un fondo de inversión sostenido por el recupero que podría resultar de la puesta en funcionamiento de una verdadera industria cultural, entendida y encarada como tal. Para que esto sea posible es preciso que la cultura genere ingresos genuinos, como ocurre en países que han hecho propios estos conceptos.
Esto, que ya se ha entendido desde el sector privado, es ineludible que se asuma en el estatal y, en tal sentido, la razón de ser de los teatros oficiales –de los que me siento un activo defensor– está forzosamente vinculada a la preservación de los bienes culturales como defensa de nuestro patrimonio y a la promoción y respaldo de los nuevos valores, por su carácter de reserva cultural.
Al entender que la cultura no es un negocio, nuestra obligación es posibilitar a las mayorías, sin exclusiones, el acercamiento y el disfrute de todas las manifestaciones del arte.
¡Arriba el telón! ¡Que funcionen a pleno las salas nacionales de teatro!
El autor fue director general y artístico del Complejo Teatral Presidente Alvear y es director del teatro La Forrajería, de la ciudad de Lezama.
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