6 de agosto de 2007

- EL SOL NACIENTE -




Mirar al Japón

Por Juan Gabriel Tokatlian
Para LA NACION



En los años 70, al calor de una tórrida Guerra Fría que había logrado polarizar a toda América latina, con una Europa que se unificaba gradualmente y se proyectaba en el área con prudencia y una China ensimismada, la incipiente presencia de Japón en la región fue objeto de atención. Un estilo centrado en los negocios, marcado por la discreción y carente de confrontación respecto de Estados Unidos resultaba atractivo para América latina. Se habló, incluso, de la "carta japonesa": inversiones, intercambio y tecnología sin condicionamientos políticos ostensibles y con fuerte pragmatismo diplomático. Pero esa alternativa nunca se desplegó en profundidad.

El fin de la Guerra Fría encontró a América latina y al Japón extraviados y en busca de nuevos modos de inserción internacional. Los 90 dejaron a uno y a otro con balances diversos. Sin embargo, desde una perspectiva realista, el poder relativo de ambos descendió. Si se evalúa el sistema mundial en varios tableros de poder -militar, material, diplomático, simbólico- Japón y América latina gravitaban más hace cuatro décadas que hoy.

El incierto post 11/9, los fiascos de Irak y Afganistán, la estéril arrogancia de Estados Unidos, el ascenso de China, la irrupción de India, la agudización de las distintas crisis en Medio Oriente, el retorno de Rusia, la desorientación de Europa y la intensa dinámica económica en la Cuenca del Pacífico se han combinado para que la región y Tokio puedan tender puentes nuevamente.

El más reciente discurso del ministro de Asuntos Exteriores del Japón, Taro Aso, ante el Nippon Keidanren , ilustra la decisión de Tokio de volver a mirar a América latina. Se trata de un Japón más confiado -ha superado años de recesión- y menos prevenido -no sólo actuando en reacción a lo que hace China-. En su alocución nombró de manera destacada a Brasil (muy especialmente) y a México. Hizo referencia a Chile, Perú y Bolivia en América del Sur y a varias naciones de Centroamérica y el Caribe. De todos los países intermedios y poderes regionales no nombró a Colombia ni a Venezuela ni a la Argentina. Con el primero nunca ha tenido relaciones significativas y respecto del segundo no quiere hacer nada que intranquilice a Washington.

El silencio sobre la Argentina es demasiado elocuente para no tomarlo con seriedad. A pesar de tener un intercambio comercial de unos 1140 millones de dólares en 2006, de haber sido un buen receptor de inmigración japonesa y de tener coincidencias diplomáticas en varios temas, las relaciones bilaterales se encuentran en un punto muy bajo; en especial a raíz del default .

El peso de recuperar y relanzar ese vínculo le corresponde, básicamente, a Buenos Aires. La Argentina debe procurar un acercamiento activo a Japón; un acercamiento que involucre al Estado y a varios actores de la sociedad civil (empresarios, científicos, jóvenes, deportistas, comunicadores, etc.). La proyección hacia Japón debería tener elementos específicos, pero insertos en una mirada más ambiciosa respecto de Asia, en general.

Asia puede ser para la Argentina, en el siglo XXI, lo que fue Europa entre finales del siglo XIX y principios del XX y lo que nunca fue Estados Unidos en el siglo XX: una contra-parte vital para el bienestar económico del país, una fuente clave para la seguridad nacional, un referente para potenciar el multiculturalismo y una palanca para ganar influencia internacional. Desplegar una diplomacia dinámica hacia el área implica una estrategia pentagonal con ejes en Oceanía, India, Rusia, China y Japón. Ha habido tenues pero valiosos avances en referencia a los primeros cuatro; es hora de aproximarse con franqueza y respeto a Japón.© LA NACION

El autor es profesor de Relaciones Internacionales de la Udesa

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