28 de abril de 2007

- LLORAN LOS CHELOS -



Adiós a Rostropovich
un músico integral


Mstislav Rostropovich, el destacado chelista que luchó por los derechos de los disidentes en la era soviética, e interpretó, triunfante, suites de Bach ante los escombros del Muro de Berlín, murió ayer, a los 80 años, en Moscú. El músico, que desde hacía varios meses luchaba con un cáncer intestinal, será enterrado mañana en el cementerio Novodevichy, el mismo en el que descansan los restos del ex presidente ruso Boris Yeltsin desde el último miércoles.

Ya sea como fría declaración académica o como afirmación que implica una inevitable resignación, las ciencias biológicas y las humanísticas, cada una con su propia terminología, nos enseñan que, ineludiblemente, una de las características esenciales y axiomáticas de la vida es su finitud. Sin embargo, y no es, por cierto, el único caso que ameritaría tal categoría, Rostropovich, por múltiples razones, debería haber sido eterno. Sin embargo, lo que algún día forzosamente habría de suceder acaba de ocurrir y las sensaciones de pérdida irreparable son intensas. En todo el planeta, hoy se están escribiendo, comentando y reiterando elogios y glorificaciones para quien fue una de las figuras más rutilantes, completas, admirables, artísticas y queribles de la música de las últimas décadas.

Mstislav Leopoldovich Rostropovich nació en Bakú, Azerbaiján, en 1927. Sus primeros profesores los tuvo en la casa. Con su madre, a los cuatro, comenzó a tocar el piano y con su padre, que había sido discípulo ocasional de Casals, a los diez, se inició en el chelo. A los 16, ingresó en el Conservatorio de Moscú, donde estudió chelo, piano, composición y dirección. Fue brillante en cada una de las carreras. En 1942 dio su primer recital de chelo y algunos años más adelante comenzó a ganar concursos internacionales. Paradojas de la vida, en 1950, por su aún brevísima pero notable trayectoria, le fue otorgado el Premio Stalin. A los 32 se casó con la soprano Galina Vishnevskaya y su carrera internacional arrancó desde Alemania, en 1964. Claro, antes de eso, en su país, ya había estrenado obras de Shostakovich, de Prokofiev, de Kabalevsky y de Khachaturian escritas especialmente para él. Además, dirigía orquestas, tocaba el piano como solista o como pianista acompañante y participaba, como músico de cámara, en algunas agrupaciones que marcaron hitos irrepetibles, como aquel trío que conformó con David Oistrach y Sviatoslav Richter.

En pocos años se transformó en una de las personalidades musicales más trascendentes en todo el mundo. Si bien el régimen soviético toleraba sus opiniones en favor de la libertad de expresión y por una mayor apertura, la situación alcanzó un punto límite cuando atacó con duros términos el confinamiento al que fue reducido Aleksandr Solzhenitsyn y que lo llevó a afirmar que no tocaría más en su patria hasta que no hubiera libertades artísticas e individuales. En 1974 abandonó la Unión Soviética y se radicó con su familia en Estados Unidos.

Sumando las glorias anteriores y las que habría de continuar acumulando desde entonces, Rostropovich dejó de ser únicamente el mejor chelista de su tiempo, para ser, tal vez, el mejor de la historia. Pero además de tocar y registrar casi todo el repertorio chelístico escrito desde el Barroco en adelante, el gran músico se afirmó como un director orquestal y operístico admirable y un impulsor y participante activo de festivales y de campañas puntuales para ofrecer la obra integral de compositores como, por ejemplo, Prokofiev, Shostakovich y Britten. También hay que recordar que fue un artista comprometido con la música de su tiempo. A lo largo de su carrera, estrenó como director más de sesenta obras sinfónicas, tres óperas, cuatro óperas de cámara y, como instrumentista, más de ciento setenta obras compuestas especialmente para él. Todo esto, además de cosechar distinciones, doctorados honoris causa y galardones otorgados por instituciones de unos cuarenta países.

Dignidad del hombre


Sin embargo, este panorama es incompleto si no se recuerda y se señalan sus posturas a favor de los derechos humanos y de la dignidad del hombre. Y fue este compromiso el que le otorga un plus que va mucho más allá de sus incontables y fantásticos méritos de artista superior. Reiteradamente, se manifestó a favor de la paz y en contra de las guerras, de las desigualdades que atraviesan el mundo, de los daños ecológicos y demostró una sensibilidad especial para apoyar campañas internacionales, especialmente a favor de la salud de los niños. Desde 1980, fue su costumbre ofrecer una treintena de conciertos benéficos por año. En este sentido, cabe recordar cuando llegó al país para tocar, ad honórem, a beneficio del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Con su esposa, establecieron la Fundación Vishnevskaya-Rostropovich que, en los últimos quince años, aportó varios millones de dólares para garantizar remedios, alimentos y equipamientos para decenas de hospitales de niños de los países que antes conformaban la Unión Soviética.

El cariño y la admiración que por él sienten sus admiradores debe extenderse también a sus colegas. Cuando cumplió 75 años, en 2002, para homenajear al más trascendente intérprete vivo de música clásica, junto a la Sinfónica de Londres, dirigida sucesivamente por Zubin Mehta, Seiji Ozawa, Yuri Bashmet y Mariss Jansons, se presentaron, en calidad de solistas, Evgeny Kissin, Maxim Vengerov, Martha Argerich y Gideon Kremer, uno de los elencos más increíbles jamás reunido.

Con Rostropovich, se acaba de ir el último eslabón de una generación de grandes músicos que hoy son leyenda. Para los que creen que la vida, más allá de lo que sostienen los biólogos y los filósofos, tiene una continuación en otros confines, pues seguro que Slava debe de andar muy feliz, suelto y de entre casa haciendo música -¿por qué no?-, con Richter, Oistrach, Shostakovich y Britten.

Pablo Kohan

La Nación

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