4 de julio de 2007
- ADIOS NONINO -
A quince años de su muerte
Astor Piazzolla cada día toca mejor
Por Adrián Villegas DYN
Si hubiese sido beneficiado por el guiño de una longevidad bien llevada, el viejo cascarrabias, a los 86 años, hoy seguiría de ronda rupturista, ahora no tan mayoritariamente incomprendido en su complejo, pero talentosísimo proyecto, de aplicarle al tango su inigualable sello transgresor. Y hasta se relamería con esa onda expansiva de tango electrónico que, bajo su influjo, el de Astor Pantaleón Piazzolla, muerto de cáncer hace quince años, luciría, indudablemente, en mucho mejor forma: de Selección y con la diez en la espalda.
En cuanto a lo suyo en particular, ese inigualable estilo vanguardiasta sobre el que todavía se sigue polemizando sin ninguna posibilidad de reconciliación entre uno y otro bando -el clásico y el innovador- Piazzolla se expresaría con una áspera desazón.
Dejó profunda huella musical y dogmática, pero no discípulos de fuste que hicieran escuela, más allá de la existencia de dignísimos y entusiastas proyectos que terminan diluyéndose invariablemente en cansinas copias. Astor nació en una por entonces aristocrática Mar del Plata, el 11 de marzo de 1921 y trece años más tarde era un canillita literalmente cinematrográfico, haciendo ese rol en el film El día que me quieras , rodado en Nueva York, cuyo protagonista tenía un nombre ya consagrado, el de Carlos Gardel.
Hizo pie en Buenos Aires en 1938, cuando el tango se desperezaba de cierta letanía, incorporándose a la orquesta del también único Aníbal Troilo, quien de todos modos no se animó a darle alas suficientes como para que despegara su ímpetu renovador y entonces Astor, en 1944, se incorporó, como director, a la orquesta que acompañó al cantor Francisco Fiorentino.
Nacía así el Piazzolla de sus propios sueños dorados, tanto como el de los pesadillescos de una entonces mayoría que se resistía casi violentamente a abandonar el conservadurismo y el rasgo ultra tradicional de un género que, no obstante, parecía necesitar nuevas ideas y un horizonte con mayor variedad de matices.
En 1946, lanzó su propia orquesta, con la que por fin consiguió desatar su inspiración sin límites a través de formidables composiciones como " Prepárense", " Contratiempo", " Para Lucirse" y " Lo que vendrá".
En 1954, viajó becado a París, una ciudad que asimiló su genialidad con una dosis muy superior de tolerancia a la de Buenos Aires, que por fin hizo suya un 11 de junio de 1983 a través de un memorable concierto en el teatro Colón.
" Tengo el orgullo de decir que mi música es de Buenos Aires", se atrevió a exclamar al final del histórico show.
Combativo y destructor de moldes, Piazzolla compuso su primer tango en 1932, " La Catinga", nunca difundido y a principios de los 50 se le vino encima una duda existencial: si optaba enteramente por el bandoneón y el tango o si se corría hacia el piano y la música clásica.
Por fortuna para algunos, maldición para otros, eligió el fuelle con el que produjo en 1959 tal vez su pieza cumbre, " Adiós Nonino", un homenaje a su padre recién fallecido, Vicente, al que apodaban Nonino, de ahogado lamento y emocionante hasta el espasmo.
Otra gran creación suya fue el Octeto Buenos Aires, o, lo que sería lo mismo, el Octeto de la Revolución, un tango guerrillero y subversivo para la época, con el que extrañamente grabó sólo dos long plays medianos sobre la base de reinterpretaciones de "Los mareados", "Mi refugio" y Arrabal".
En 1958, Astor se establece en Nueva York y no la pasa nada bien al mezclar el jazz con el tango, un experimento que él mismo acabó boicoteando bajo el argumento de incurrir en excesivas concesiones comerciales. Retornó a Buenos Aires en 1960 y fornó entonces un grupo fundamental en su carrera, el Quinteto Nuevo Tango, con bandoneón, piano, violín, contrabajo y guitarra eléctrica que generó un ardoroso beneplácito entre los estudiantes.
Años antes, provocó una escandalosa pelea entre universitarios y profesores, después de un recital en la Facultad de Derecho, al incluir redoblantes y tambores en su obra de tres movimientos sinfónicos. "Tuve la feliz idea de cambiar el tango", dijo entonces ante felices muchachos y enojadísimos docentes.
Llegó a unir su talento al de artistas de diversos orígenes como George Moustaki, Gerry Mulligan y Garry Burton, grabó composiciones suyas sobre poemas y textos de Jorge Luis Borges con Edmundo Rivero, musicalizó cerca de 40 películas y a los cortos 23 años tocaba bandoneón en los cabarets porteños junto a Pichuco Troilo, al que le dedicó, en 1975, shockeado por su muerte, otra obra esencial, "Suite Troileana", comparable con la tremenda " Libertango".
Previamente, hizo maravillosas obras con el poeta Horacio Ferrer, quien le escribió las inolvidables " Balada para un loco" y " Chiquilín de Bachín" que grabaron con un intérprete de voz y fraseo extraordinarios como Roberto Goyeneche, canciones que le proporcionaron un éxito masivo al que no estaba acostumbrado.
En 1978, protagonizó su peor gestión al grabar una serie de obras menores e innecesarias dedicadas al mundial de fútbol que ganó la Argentina, causando una incómoda suspicacia sobre su relación con la atroz dictadura de entonces.
Solía decir Astor que " el tango nace en los prostíbulos, es la noche misma, el ladrón, el policía, la prostituta, todo lo torcido".
Los que nunca lo quisieron nada, le endilgaron hacer " un tango sin alma que no hacía bailar".
Pero resulta que, quiérase o no, Astor Pantaleón Piazzolla fue el músico de tango más célebre del mundo.
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