24 de julio de 2007

- POBLACION -




De la explosión a la implosión

Por Koichiro Matsuura

Para LA NACION


Caricatura: Alfredo Sabat



En la población mundial se están dando tres procesos de transición excepcionales. Antes del año 2000, los jóvenes siempre fueron más numerosos que los mayores, pero desde hace algunos años se está produciendo el fenómeno inverso. Hasta 2007, los habitantes de las zonas rurales eran más numerosos que los de las zonas urbanas, pero en los próximos años va a ocurrir lo contrario. Desde 2003, la mayoría de los habitantes del mundo viven en regiones o países en los que la tasa de fecundidad es inferior a 2,1 hijos por mujer, esto es, la cifra que permite una estricta sustitución de las generaciones. En 50 años, el promedio de la tasa mundial de fecundidad ha disminuido de 5,4 hijos a 2,1.

En el futuro de la población mundial influirán decisivamente seis tendencias importantes, que han sido objeto de un reciente debate en los Coloquios del siglo XXI, organizados por Jérôme Bindé en la Unesco, en torno del tema "Población: ¿de la explosión a la implosión?"

El crecimiento de la población en la segunda mitad del siglo XX ha sido uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad. Aunque ahora se está desacelerando, ese crecimiento es considerable y dista todavía mucho de haber finalizado. De aquí a 2050, la actual población mundial, estimada en 6700 millones, podría alcanzar la cifra de 9200 millones, según una hipótesis de las Naciones Unidas.

El descenso del ritmo del crecimiento de la población es fuerte, debido a la transición demográfica. La intensificación de esta tendencia en los países del Sur -incluso en muchas naciones africanas se están percibiendo los primeros síntomas- pone de manifiesto que la fatalidad no es inevitable en los problemas demográficos. Para el ser humano, el siglo XX ha sido la era del aprendizaje de su destino, porque, después de haber aplazado la muerte, ha empezado a dominar la vida, al poder optar por tener el número de hijos que desea.

Es cierto que la disminución de la fecundidad es muy desigual en las diversas regiones y países del planeta. Es proporcional al desarrollo, a la educación y al nivel de formación de las personas, en particular de las niñas y jóvenes. Sin embargo, la transición demográfica se da también en muchos países en los que el acceso de la mujer a la educación y la vida laboral es limitado. Según los demógrafos, ha sido la televisión la propagadora de una nueva manera de entender la condición femenina y de una determinada idea de la libertad.

De aquí a 2050, prácticamente la totalidad del aumento de la población mundial se producirá en los países en desarrollo. Vamos a presenciar, por lo tanto, un cambio radical en el mapa demográfico del mundo. En 1950, la población de los países del Sur era unas dos veces mayor que la de los países del Norte, pero en 2050 nada menos que el 86% de la población mundial vivirá en el hemisferio sur.

Si la evolución actual se mantiene, de aquí a 2050 la totalidad del aumento de la población se producirá en las ciudades. La magnitud de la revolución urbana en curso es gigantesca: en menos de 50 años va a ser necesario edificar el equivalente de 3000 ciudades de un millón de habitantes. La población mundial se ve afectada por desigualdades profundas.

En primer lugar, su distribución es muy desigual, ya que el 60% de los habitantes del planeta se concentra en un 10% de la superficie terrestre. Por otra parte, la diferencia en la esperanza de vida al nacer puede llegar a ser del doble entre los países más adelantados y los más pobres, como Sierra Leona o Afganistán. Además, aunque la mortalidad infantil ha disminuido muy considerablemente, su reducción ha sido muy lenta en algunos países asiáticos y, sobre todo, en el conjunto del continente africano.

Otro desequilibrio que va a tener consecuencias muy considerables es el envejecimiento de la población, debido a la disminución de la fecundidad y el aumento de la esperanza de vida. Este factor afectará de forma muy diversa a nuestras sociedades. Hacia 2050, en el hemisferio norte aproximadamente una persona de cada tres tendrá más de 60 años, mientras que en el hemisferio sur sólo una persona de cada cinco habrá alcanzado esa edad.

En las sociedades envejecidas de los países del Norte ronda el espectro de la despoblación. Si las corrientes migratorias no equilibran este fenómeno, sus consecuencias podrían afectar gravemente a muchos países en los próximos decenios. En los países más ricos existe el riesgo de que se produzca una pérdida de dinamismo global y de que surjan problemas de relación entre las generaciones, o de financiación de los sistemas de seguridad social y pensiones.

También pueden plantearse problemas éticos: ¿hay que prolongar la vida al máximo o garantizar a todos una vejez de calidad?

En los países del Sur se planteará la cuestión fundamental de cómo hacer frente al envejecimiento, habida cuenta no sólo de la carencia de regímenes de protección social -seguro de enfermedad o sistemas de pensiones- propios de los estados protectores, sino también del fenómeno de disgregación de la solidaridad social y familiar, consecuencia de la modernización y la urbanización.

De aquí a algunos decenios, la población mundial en su conjunto podría entrar en un proceso de implosión lenta. No hay motivos para suponer que, una vez iniciado, el descenso de la fecundidad vaya a detenerse milagrosamente en la tasa de sustitución adecuada.

Entre tanto, tendremos que afrontar numerosos desafíos como los planteados por las migraciones internacionales -a las que ya he aludido muy sucintamente-, o por la seguridad alimentaria, el empleo, la lucha contra la pobreza, la salud pública, la vivienda, las infraestructuras, el medio ambiente y la promoción de un desarrollo sostenible.

El marqués de Condorcet había señalado, ya en 1795, que la superpoblación podía entrañar una "mengua del bienestar", y había intuido con extraordinaria perspicacia que ese riesgo se podría salvar aumentando la productividad, evitando la proliferación de los desechos, mejorando su recolección y tratamiento y fomentando la educación, en particular la de las niñas y jóvenes. Ante la amenaza que supone la población para el medio ambiente, Condorcet preveía ya la posibilidad de "desmaterializar" el crecimiento económico cuando escribió que, en el futuro, "un mismo producto de la industria destruirá menos materias primas, o su uso será más duradero".

Ante tamaños desafíos, ¿cuáles han de ser las prioridades? Sólo el auge de verdaderas sociedades del conocimiento nos permitirá afrontar, a la vez, el aumento de la población y su envejecimiento. Será absolutamente imprescindible promover un crecimiento económico equitativo y un desarrollo basado en la inteligencia, la ciencia y la tecnología, así como modificar nuestro estilo de vida y nuestro modo de producción. No obstante, la prioridad máxima será, evidentemente, la educación.

La educación básica y, en particular, la educación de las niñas y las jóvenes es el mejor medio anticonceptivo. Un estudio ha mostrado que, en algunas regiones del mundo donde se excluye a las muchachas de la enseñanza secundaria, las mujeres tienen siete hijos por término medio. Cuando la tasa de escolarización de las muchachas alcanza un 40%, ese promedio desciende a tres hijos. Asimismo, habrá que otorgar una prioridad esencial a la educación para todos a lo largo de toda la vida, ya que constituye una respuesta adecuada al envejecimiento de las poblaciones y al alargamiento de la esperanza de vida. Habida cuenta de la creciente obsolescencia de los conocimientos, de la necesidad de reciclarse y cambiar de profesión, y del imperativo de "mantenerse en forma", la demanda de educación se va a extender cada vez más a lo largo de nuestra existencia. Esto representa, en definitiva, una buena noticia: si bien es cierto que la población mundial va a envejecer, las personas se mantendrán simbólicamente jóvenes hasta una edad muy avanzada, al estar aprendiendo continuamente.

El autor es director general de la Unesco

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