25 de marzo de 2007

- CHINA -




China potencia: un despertar que inquieta al mundo



Mano de obra barata, un plan agresivo de exportaciones y la captación de inversiones extranjeras son las claves del llamado "milagro chino"

Por Luisa Corradini

Enfoques - La Nación


PARIS.- Un viejo proverbio chino postula que, para interpretar el presente y adivinar el futuro, hay que mirar el espejo de la historia. Desde que lanzaron el ambicioso programa de reformas políticas y económicas que está transformando radicalmente ese país de 1400 millones de habitantes, los dirigentes de Pekín suelen auscultar la bola de cristal. Buscan adivinar los mensajes de ultratumba que les envían Mao Tsé-tung y Deng Xiaoping, quien, en 1978, apenas dos años después de la muerte de Mao, lanzó el primer programa de reformas y acuñó la célebre frase: "No importa si el gato es blanco o negro. Lo importante es que cace ratones".

Hace una semana, China dio un nuevo paso en su transición del comunismo al capitalismo cuando los 2985 diputados de la Asamblea Nacional Popular (el parlamento) aprobaron una ley que garantiza el derecho a la propiedad privada.

No fue fácil llegar a ese momento histórico. Ese proyecto fue debatido y rechazado en 13 ocasiones en los últimos siete años. Hasta poco antes, algunos intelectuales del ala izquierda del Partido Comunista Chino (PCC), apoyados por una fracción ortodoxa del aparato, mantenían intactas sus críticas: el "regreso a la propiedad privada", afirmaban, constituye una "traición a los ideales del socialismo". Además, argumentaban que esa ley permitiría a los "corruptos" legalizar los "bienes que obtuvieron en forma fraudulenta".

Cinco años después de haber accedido al poder, el presidente Hu Jintao no sólo considera esa ley como una afirmación de la economía de mercado. Desde el punto de vista práctico, espera haber creado un auténtico seguro para proteger los bienes de los empresarios privados y los pequeños propietarios rurales, esa nueva clase media que produce dos tercios del PBI de China.

Aunque la ley no logrará destrabar de un día para el otro la complicada burocracia del coloso asiático, para Occidente -que observa entre el asombro, la preocupación y el miedo esta apabullante irrupción de China en la economía mundial-, fue una señal categórica de que la lenta marcha hacia el capitalismo es un camino sin retorno. Y de que habrá que estar preparados para ello.

Por lo pronto, el milagro económico puede leerse en cifras -en la última década, China creció a un ritmo superior a 9% anual; para los próximos dos años se espera un ritmo similar: 9,5% en 2007 y 9,1% en 2008- y la inquietud que despierta en el mundo occidental también: las exportaciones, que llegaron a 974.000 millones de dólares, produjeron tal avalancha de productos en Europa que se calcula que podría aniquilar 7 millones de empleos en un plazo de dos años.

Ese "boom" sin precedentes desde el "milagro japonés" de los años 60 le permitió a China superar a Francia y Gran Bretaña para convertirse en la cuarta potencia económica mundial. Una clasificación del Banco Mundial, divulgada el 5 de julio de 2006, la ubica detrás de Estados Unidos, Japón y Alemania con un PBI global de 2,5 billones de dólares (contra 12,9 billones de Estados Unidos).

Aun así, China produce casi 6 por ciento del PBI planetario, cifra poco significativa frente al 30,3% de Estados Unidos. Pero, al ritmo actual, pronostica la experta Maryam Khelili, en 2041 China desplazará a Estados Unidos como primera potencia económica del mundo.

El primer ministro Wen Jiabao, sin embargo, formula una previsión más modesta: "A pesar de nuestro vigor económico, China todavía es un país en desarrollo. Necesitaremos todavía 50 años al ritmo actual para llegar a ser un país medianamente desarrollado".

La clave de ese vertiginoso despegue, de todos modos, está en un sistema que le permite producir a costo mínimo para exportar a precios de "dumping" hasta barrer poco a poco a sus competidores.

Gracias a una mano de obra abundante y barata, la exportación intensiva de productos de consumo vendidos a precios imbatibles y un modelo de desarrollo basado en la radicación masiva de inversiones extranjeras, en una década consiguió monopolizar algunos segmentos del mercado mundial. China fue el país que, probablemente, supo sacar mejor provecho de la globalización: actualmente concentra 80% de la producción mundial de plumas para almohadas, 50% de zapatos y 33% de medias, 80% de bolígrafos, 40% de textiles en cachemire, 30% de corbatas, 80% de botones, 22% de cepillos de dientes, 75% de juguetes, 90% de encendedores descartables, 22% de paraguas, 25% de computadoras portátiles y 65% de la producción mundial de mouses para computadoras.

Sus exportaciones en 2006 treparon a 974.000 millones de dólares. Para saciar en parte la voracidad de su maquinaria productiva, China tuvo que salir al mercado a buscar las materias primas que necesita su crecimiento. Así, el año pasado fue el primer comprador mundial de cemento (importó 55% de la producción global), de carbón (40%), de acero (25%), de níquel (25%) y de aluminio (14%). En materia energética, fue el segundo importador mundial de petróleo, detrás de Estados Unidos. Pese a esas compras por valor de 778.000 millones de dólares, su balanza comercial arrojó un superávit de casi 200.000 millones de dólares.

Temores en EE.UU. y en la UE

El vigor de su comercio exterior durante esos años de crecimiento vertiginoso le permitió acumular reservas monetarias por valor de 1,1 billón de dólares. Una parte de esa fortuna colosal fue convertida en bonos del Tesoro norteamericano, un fenómeno que -a término- se transformará en una pesadilla para los Estados Unidos.

El economista Thomas Friedman, comentarista de The New York Times , reconoce los riesgos que presenta haber desarrollado una relación de tanta dependencia con "una potencia que no es liberal ni democrática".

El ex secretario del Tesoro, Lawrence Summers, describe esa situación como un "equilibrio financiero del terror". Según esa lógica, China seguirá acumulando bonos del Tesoro, pues en caso contrario se producirá un derrumbe del dólar con el consiguiente debilitamiento del consumo norteamericano y una fuerte inestabilidad económica mundial.

Peter Mandelson, Comisario de Comercio de la Union Europea (UE), admitió recientemente que el aluvión de artículos chinos de bajo costo puso en peligro sectores enteros de la industria en la UE. Desde que se abolieron las cuotas mundiales de textiles, el 1º de enero de 2005, las ventas de tejidos chinos aumentaron exponencialmente en Europa (534% en el caso de los pulóveres, 413% para los pantalones masculinos, 257% en las ropas de lino y 139% los tapados femeninos). Detrás de los textiles, en los últimos meses comenzó a llegar a Europa una avalancha de productos electrodomésticos y de muebles.

Sin embargo, la lluvia de dólares que recibe Pekín por sus exportaciones sólo benefició hasta ahora a una élite de empresarios orientados a la exportación, jóvenes "golden boys" de las finanzas y algunos burócratas del Partido Comunista que compraron por monedas las viejas industrias del sistema comunista. Esa prosperidad también benefició colateralmente a la incipiente clase media de las grandes ciudades de la costa del Pacífico, que abandonó la industria para aprovechar una demanda de servicios que representa el equivalente al 40% de la economía india, según cálculos de Liang Hong, economista de Goldman Sachs.

La onda expansiva del milagro económico no llegó hasta el ámbito rural. China es uno de los países con mayor desigualdad de ingresos en el mundo. Mientras que un habitante de Pekín tuvo un ingreso promedio de 7600 dólares en 2006, los recursos de un campesino, cuando no hay sequía, apenas llegan a 2000 dólares por año (contra más de 43.000 dólares per cápita en Estados Unidos, según la Oficina de Censos). Medido en paridad de poder adquisitivo (PPP), en China todavía hay 130 millones de personas que viven por debajo del límite de pobreza. En los últimos 10 años, por lo demás, hubo un claro empobrecimiento de los 750 millones de campesinos, que representan el 45% de la mano de obra pero sólo producen el 11% del PBI.

Esa situación entraña, a término, riesgos de explosión social, como consintió la semana pasada el primer ministro Wen, cuando dijo que este proceso económico era "inestable, desequilibrado, no coordinado y efímero". Por eso, como en un juego, cada pieza que monta Hu Jintao con su premier permite seguir ampliando el mecano de la nueva potencia china.

La protección de los propietarios de la clase media que se busca con la nueva ley permitirá justamente evitar que sean despojados por esa nueva clase de capitalistas inescrupulosos que surgió en los últimos años, a medida que el país abandonaba la economía planificada para adoptar progresivamente una economía de mercado. Ese sistema híbrido, sostienen los teóricos chinos, es como un "Canada Dry" económico, porque tiene el color y el sabor del capitalismo, pero todavía sigue siendo esencialmente comunista. Otros ideólogos lo llaman "comunismo democrático de mercado".

Deng, víctima de dos purgas maoístas, decidió intensificar el acercamiento con Estados Unidos que había comenzado Mao en 1972 y adoptar una "economía socialista de mercado". Para impulsar esa fórmula realista de desarrollo, que consistía en una apertura progresiva de la economía sin abandonar su régimen político, lanzó una audaz consigna ("enriqueceos") y resucitó las "cuatro modernizaciones" que había recomendado el ex primer ministro Chu Enlai (industria y comercio, educación, organización militar y agricultura).

Esa política, luego profundizada por Zhao Ziyang y Jiang Zemin, fue retomada en los últimos años por el presidente Hu Jintao. La idea de los actuales dirigentes chinos consiste en reconocer la propiedad de las tierras que recibieron los campesinos durante la reforma agraria emprendida por los comunistas después de su llegada al poder, en 1949. De esa forma esperan solucionar los mayores desequilibrios que plantea el crecimiento exponencial de la economía china.

El principal objetivo es "fijar" los campesinos a la tierra: el sentimiento de propiedad y el interés de rentabilizar las cosechas -en lugar de entregarlas a las cooperativas agrícolas- sin duda provocará un incremento de la productividad agrícola. El objetivo de esa mecánica consiste en elevar los ingresos de los campesinos para convertirlos en consumidores y, al mismo tiempo, reducir la ola inmigratoria que comienza a asfixiar a las metrópolis industriales de la costa del Pacífico.

La prisa por acelerar el proceso de reformas traduce la inquietud que existe en la cúspide del poder por la exasperación de las poblaciones rurales, a disgusto con la forma en que se distribuyen los beneficios del milagro económico chino. El malestar de la población rural provocó en 2006 más de 23.000 incidentes graves con las autoridades. Algunos especialistas hablan de 70.000 a 80.000 disturbios. Los dirigentes del régimen temen que en esa situación explosiva se cumpla la profecía de Mao, cuando decía que "una chispa puede incendiar toda la pradera".

Una rebelión campesina, en el actual contexto de expansión económica y transición hacia el capitalismo, podría tener el mismo efecto que las manifestaciones de Tiananmen en 1989, que precipitaron la caída de Zao Ziyang y congelaron durante tres años las reformas políticas y económicas. El presidente Hu sabe de qué se trata: fue después de esos episodios cuando comenzó su vertiginoso ascenso al poder de la mano de Deng Xiaoping.

Para Hu, que trata de promover un "crecimiento armonioso", las medidas sociales en favor de las zonas rurales representan una prioridad y un pretexto para alcanzar tres objetivos: justificar la continuación de la actual política económica, mantenerse como árbitro en la pugna entre reformistas y conservadores, y consolidar su autoridad antes del próximo congreso del Partido Comunista, previsto para el último trimestre de este año.

El desafío es crucial porque la experiencia demuestra que la transición al capitalismo en los países comunistas suele precipitar una exigencia de mayor democracia. La gran duda que sobresalta a la cúpula de poder es saber si, 18 años después de Tiananmen, China está finalmente preparada para abrir el juego político.

Luces y sombras

Crecimiento económico. El PBI de China ha experimentado una media de crecimiento del 9% durante los últimos 25 años.

Menos pobres. Durante ese mismo período, iniciado con las reformas que introdujo Deng Xiaoping, unos 400 millones de chinos lograron salir de la pobreza

Migración interna. Entre 100 y 150 millones de campesinos emigraron a las ciudades en los últimos años pero, a pesar del desarrollo industrial, muchos no hallan empleo o son víctimas de explotación laboral.

Desigualdad. Según la ONU, en el índice Gini de desigualdad de ingresos, China pasó de un coeficiente de 28 en 1981, uno de los mejores del planeta, a casi 45 en la actualidad, comparable al de Uruguay.

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