31 de marzo de 2007

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A 25 años de Malvinas


Aquel 2 de abril de 1982 eran demasiado jóvenes para ir a una guerra. Eran simples soldados, y Malvinas partió sus vidas en dos. Fueron maridos, fueron padres, encontraron en el abrazo de los amigos y la familia la contención que no les ofreció una sociedad que les dio la espalda

Alejandro Villanueva


“En un momento me di cuenta de que lo que estaba pasando era una locura: había piedras gigantes que se movían por los tiros, caían bombas, las balas salían para todos lados... Además, no había nadie en condiciones de pensar nada. La mayoría estaba para cualquier cosa; era un descontrol total. Ahí tuve momentos de despedirme de todos, de mis viejos, de mis amigos... porque por todo lo que estaba pasando alrededor mi cuenta era que ya me tocaba...”

Norberto Santo

“Me degradé mucho, hasta el punto de no querer decir que era ex combatiente. Sólo me delataba la pérdida del brazo. Todos me preguntaban qué me había pasado y yo contestaba cualquier cosa. Cuando decidí irme a vivir solo, llegué a tocar fondo. No podía abrir una lata de tomates ni atarme los cordones. Llegué a llorar 22 horas por día. En el centro empecé a recuperarme de a poco. Un día me reí de una pelotudez que dijo un compañero y estuve media hora riéndome. Y en ese momento pensé que hacía tres años que no sonreía ni sentía esa sensación que te produce la risa.”

Gustavo Caso Rosendi

“El rengo Villanueva era tremendo... Era el que conseguía comida, puchos, todo... Un día me llamó para decirme que tenía dos latas de cerveza escondidas atrás de una piedra. Fuimos a tomarlas a la nochecita. Estaba lloviznando y nosotros, todos mojados, tirados en una roca inmensa, fumando y tomando cerveza, mirando Puerto Argentino, que estaba todo iluminado. En eso, por la radio empezamos a escuchar una canción de los Beatles, creo que era Let it be. Es increíble cómo las cosas buenas se arreglan para aparecer cuando uno más las necesita.”

Gabriel Sagastume

“Los militares pretendían mantener la disciplina y la sumisión de los soldados todo el tiempo. A mí, por ejemplo, me estaquearon. Vinieron a preguntar por mí y yo no estaba, estaba en el pueblo, buscando comida. Cuando volví y me presenté, el cabo primero me preguntó dónde había estado. Entonces, me ordenó que fuera a buscar cuatro estacas. Si bien hubo algunos compañeros que se quedaron mirando, otros no lo aceptaron. Mis amigos, el Tano, el Sapo y otros más, vinieron al rato y me soltaron. Lo único que pensaba cuando estaba ahí era qué podía pasar si empezaban los bombardeos o si me agarraba la noche, que era muy jodida, porque te podías morir congelado.”

Eduardo Canitrot

“Cuando saltan los bajones volvés para atrás; las situaciones límite no las podés superar; hay momentos que son imborrables. Yo sentí la necesidad de mudarme: buscaba tranquilidad y me escapé de la ciudad. Nuestra posguerra fue en silencio, fue sólo nuestra; es otra marca muy grande que tenemos. Salir solo se puede, pero sin la familia es más duro; mi vida fue muy difícil, y sé que tengo que seguir adelante por ellos.”

Alberto Tarsitano

“Malvinas siempre estuvo con nosotros. Y, de algún modo, siempre va a estar. Cuando me separé, fue todo muy fuerte, porque mis hijos se quedaron en Olavarría y yo me volví a La Plata. Y en un punto me sentí igual que cuando volví de las islas: una parte mía había quedado en otro lado. Por suerte, me apoyé en mi familia yen mis amigos. Y fui a buscar a Pipo, que era mi compañero de trinchera y al que le estaba pasando lo mismo que a mí, porque recién se había separado. Toda la historia se volvía a repetir.”

Luis Aparicio

“No me acordaba de ese momento hasta que vi la foto. La conseguí en el ’93 o el ’94. Me la dieron los ingleses, cuando fui a declarar por unas denuncias de asesinatos en Monte London. Ahí había un montón de fotos de Malvinas. Después de declarar, nos dijeron que si nos encontrábamos en alguna nos la regalaban. En la foto, nosotros estamos prisioneros. Los ingleses pasaban haciendo relevos y nos escupían y nos pateaban... Y en eso veo a un tipo con una cámara colgando que nos hizo como un gesto de saludo y se puso a sacarnos fotos. Yo levanté la cabeza y traté de armarme, para que no me viera derrumbado. Hoy, cuando la veo, me sorprende mucho mi mirada; estaba perdido, esperando no sé qué. Ahí empezó mi regreso de las islas.”

Martín Raninqueo

“Acá están las cartas que me enviaron familiares, amigos y desconocidos. Cartas que, como gaviotas, cruzaron el mar trayéndome señales de vida. También están las tres o cuatro cartas que escribí desde las islas, tiznadas, con manchas de turba y cada día más amarillas, que viven enjauladas para siempre en esta cajita de cartón.”

Una guerra sin final

El momento tan ansiado de volver, el encuentro con familiares y amigos, las cosas materiales, dormir en sus camas, convertir en diálogo aquellas cartas que llegaron y las que no. Empezar a planificar, poder pensar en lo que vendrá sabiendo que ya no habrá más bombardeos, órdenes, contraórdenes, frío, hambre, muerte.

Confiando en el silencio sin estar pendiente de la primera señal sonora de los aviones para refugiarse donde pudieran, darse cuenta de que la guerra no termina nunca, que la lucha siempre es la misma: vivir.

La posguerra es para los soldados ex combatientes de Malvinas una dura pelea. La más importante, barajar y dar de nuevo, es casi imposible; los recuerdos son imborrables, las heridas siguen presentes y las miradas de aquellos amigos que no volvieron, sumadas a las voces de sus padres gritando sus nombres sin encontrarlos el día del regreso, quedarán grabadas por siempre.

Pasaron 25 años y aquellos chicos de Malvinas sienten que tanto en la guerra como en el retorno los abandonaron, los dejaron solos. Fue muy duro rehacer sus vidas. Las puertas se cerraban, la indiferencia, la culpa y la vergüenza de quienes apoyaron la guerra era notoria: nadie preguntaba nada. Sin embargo, la necesidad de hablar era mucha: había que sacar cosas que estaban muy adentro, y así se fue cerrando un diálogo que en realidad nunca se abrió, porque los ex combatientes sólo tenían charlas entre ellos, a modo de desahogo.

En su mayoría salieron adelante. Familiares, esposas, hijos, novias y amigos, como también los centros de ex combatientes, fueron fundamentales.

Ellos los consideran primordiales en su recuperación, en la tarea de encontrarle un porqué a esa fuerza interior para mantenerse vigentes. Las historias de aquellos soldados son todas distintas, pero coinciden en que el regreso fue tan duro como la guerra misma, los suicidios de tantos compañeros demuestran que la guerra no tiene punto final, la guerra de Malvinas sigue dañando.

Para saber más: www.photogonzalo.com

LA NACION REVISTA

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