2 de marzo de 2007
- MALOS AIRES -
Los cartoneros y la basura urbana
Que Buenos Aires está sucia es un hecho de observación inmediata, que no necesita mayores precisiones. Para los habitantes de nuestra capital se ha convertido en un molesto mal, con el cual deben convivir permanentemente.
El trabajo de los cartoneros tiene mucho que ver con esa suciedad, cosa que tampoco necesita ser explicada y por cierto despierta la sorpresa de los turistas que pasan por Buenos Aires o de distinguidos visitantes que no logran entender cómo se puede dar semejante fenómeno en una urbe cuyos valores edilicios y humanos apreciaron en anteriores viajes.
El gobierno porteño ha tomado una medida que bien puede ser considerada insólita, pues consiste en adelantarse a la labor de los cartoneros retirando la basura que es sacada fuera de los horarios permitidos, sobre todo en el microcentro, lo cual quita a los recolectores la posibilidad de llevársela. El objetivo presunto es mejorar la imagen de las actuales autoridades de la ciudad en vísperas de las elecciones de junio próximo, mostrando interés por el medio ambiente, que tanto se deteriora y se afea cuando los contenidos de los recipientes de basura son desparramados por las veredas.
Para poner en práctica esta curiosa iniciativa se hicieron pruebas, que serán acompañadas por operativos permanentes. Un camión recolector se encargó de llevarse las bolsas "conflictivas" en la avenida Alem y en la plaza Las Heras, entre otros puntos de la ciudad. También se ha puesto en marcha un operativo exclusivo para los cartoneros, que consiste en colocar contenedores especiales para ellos. Al mismo tiempo se procura que operen solamente en el horario de 18 a 23 y de esa forma abandonen la calle antes de que pasen los últimos camiones recolectores.
Es muy ingrato opinar sobre un tema como éste, que refleja, como pocos, que la prosperidad indicada por los índices económicos no ha llegado a estos sectores marginados, que gastan esfuerzos realmente penosos en procura de obtener algún ingreso.
Es hora de que la colaboración entre el poder público y la actividad privada permita acabar con esto, que solamente se puede considerar una mala herencia de los todavía cercanos tiempos del derrumbe económico. Las inversiones genuinas habrán de acabar con estas changas y dar oportunidades al empleo valioso, que dignifica a quien lo ejerce y lo libra de estas lamentables servidumbres.
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