30 de mayo de 2007

- AIRES BUENOS -



Manifiesto de Buenos Aires

Por Alejandro Poli Gonzalvo
Para LA NACION


En la memoria colectiva de los argentinos, el año 2002 ha quedado grabado como el símbolo de la crisis más grave, medida con criterio objetivo: el devastador crecimiento del índice de indigencia. Nunca en la Argentina se habían conocido signos de pobreza tan profundos, cuyas secuelas se arrastran hasta hoy. Sin embargo, cometería un error de apreciación quien pensara que la crisis fue un acontecimiento aislado, causado por tal o cual política o personaje.

No se comprende la pesadilla si no la interpretamos como el hito final de un largo y penoso proceso de decadencia, que se inició tras la muerte de Perón, en 1974. Estos treinta años han sido los años pobres de la Argentina, pobres en institucionalidad, en economía, en moral pública y en educación. Se confundiría quien creyera que la recuperación económica del último trienio clausura la enfermedad social hipertrofiada por la incapacidad de los argentinos de forjar un ideal de vida en común. La causa de nuestros padecimientos ha radicado en la ausencia de consensos sobre principios de convivencia que no se cuestionen con cada gobierno y constituyan el cauce para la vitalidad creativa de los argentinos. Quizá no sea bueno que nos una el espanto, pero sepamos que el calvario sufrido no ha sido en vano, que aprendimos de nuestros errores.

La cosecha ha sido magra en resultados materiales pero fecunda en bienes espirituales. El credo democrático se ha hecho carne en nosotros, la vieja política está pronta a morir y una nueva generación se apresta a tomar el mando: un renovado ciclo de prosperidad se encuentra a nuestras puertas. No obstante, la historia no está escrita y está en nosotros transformarla. La condición es que no repitamos los errores del pasado y que tengamos la sabiduría y la paciencia necesarias para comprender que el avance hacia una nueva etapa histórica será gradual y estará plagado de señales confusas. Esta trayectoria de grandeza primero hará pie en la ciudad que históricamente ha sido la adelantada cívica del país. Las nuevas bases y puntos de partida para décadas de progreso y florecimiento personal nacerán en la ciudad de Buenos Aires, cuna de los ideales de Mayo y ágora revolucionaria de la nación.

Somos mayoría. Somos más que los corruptos. Tenemos quórum propio para derogar el atraso. No nos intimidan los hacedores de decadencia. Ni los titiriteros de ideas obsoletas. Creemos en nosotros mismos. Y en un futuro argentino que es sinónimo de esperanza. No somos multitudes sin nombre, sino personas de carne y hueso con un proyecto de vida en común. Herederos de una luminosa tradición de educación y cultura.

Somos mayoría. No consentimos la demagogia oscurantista, la pobreza inmerecida y los sueños no soñados. Rechazamos la política hecha por mediocres. No son nuestros líderes, no nos representan. Frente a la mala política, somos tenazmente democráticos.

Somos mayoría. Sentimos vergüenza por el sufrimiento del otro. Que no es otro, sino un argentino desamparado por los errores de todos nosotros. Somos culpables de no haber sabido ser mayoría. Pero somos mayoría y podemos expiar nuestro pasado.

Somos mayoría. Somos mucho más que un voto ocasional. Somos una legión de ciudadanos decididos a vivir en plenitud. Y a hacer realidad el prodigioso preámbulo de nuestra Carta Magna. Para nosotros y para todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino.

Somos mayoría. Y no lo hacemos valer. Todavía no aprendimos que sólo se pueden ir todos si venimos nosotros. Los argentinos con talento y valores. Los argentinos que honramos la ley y la justicia. Los argentinos que creemos en el fruto del trabajo. Como nos enseñaron nuestros mayores.

Porque somos mayoría, porque nos necesitamos, proclamamos nuestro manifiesto: la revolución democrática será en Buenos Aires.

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