23 de mayo de 2007

- LA OTRA TELE -



Yupanqui, la TV y la trampa

Por Agustín Gribodo
De la Redacción de LA NACION


Cuando aún los televisores transmitían en blanco y negro y la hora de la cena era para todos la misma, un chico de doce años puso la mirada en el rostro aindiado que aparecía en la pantalla de un viejo Telefunken de válvula. Una noche por semana, el jefe de la familia veía su programa favorito sin que nadie se atreviera a molestarlo. Quizá por respeto o simplemente porque había que estar en silencio hasta que la emisión folklórica terminara, el chico se acodó en la mesa, apoyó el mentón en el hueco de sus manos y prestó atención al artista que cantaba con voz tenue pero firme.

Al finalizar la canción, la cámara amplió el plano y dejó ver al conductor del programa. En medio de una escenografía austera, los dos hombres iniciaron una breve conversación. Desde la mesa, el chico notó que el músico hablaba con cuidado, como si estudiara las consecuencias de cada frase antes de decirla. También vio que acariciaba la guitarra.

Es probable que los recuerdos se relacionen más con el azar que con una selección consciente. A algunos les queda el teorema de Pitágoras; a otros, la formación completa del San Lorenzo de 1968. A ese chico, aquella noche, se le grabaron en la memoria las palabras de quien se estaba presentando en el programa folklórico de mayor audiencia de la época. "¿Qué nos puede decir de la Argentina de hoy?", quiso saber el conductor, y la respuesta del artista fue: "La trampa está en todos lados", con la misma voz serena con que momentos antes había cantado. De esa calma emanaba cierta autoridad moral que despertó la atención del chico. Luego de un respiro, el cantor justificó su dictamen. Dijo que la trampa se había convertido en un modo de vida y que la prueba se encontraba en las telenovelas. Opinó que en ellas todo era engaño y traición, y que, de algún modo, la ficción es el espejo de la realidad.

Casi cuatro décadas pasaron; aquel chico se convirtió en lo que soy. Y el lector más o menos conocedor de nuestro folklore ya habrá adivinado que quien aparecía en la pantalla era Héctor Roberto Chavero, conocido como Atahualpa Yupanqui, de cuya muerte hoy se cumplen quince años.

Parecerá raro que el creador de Piedra y camino haya mencionado la telenovela como representación de la vida. Tal vez porque el ejemplo viene de un medio de comunicación masiva y no de los paisajes que pueblan sus canciones. Sin embargo, en aquel momento, Yupanqui pudo ver que la televisión era, para bien y para mal, un espejo. Logró también, sin proponérselo, que un chico percibiera que hay una estrecha relación entre apariencia y realidad.

Hoy, aquella sentencia lejana cobra una dimensión formidable. Los dos programas televisivos de mayor rating nos muestran, por un lado, a jóvenes atraídos por una maquinaria que los exhibe en la cama o en el baño y, por el otro, a hombres y mujeres que provocan escándalos para mantener una fama insustancial. La cuestión es saber si hoy un hombre, con la sola compañía de sus versos y una guitarra, tendría lugar en el espejo masivo de la televisión. Ante esta duda está la certeza de que todo queda en la mente de un chico. En eso consiste la formación y de eso depende que advierta que la pantalla no es la realidad sino, a veces, el reflejo de la decadencia.

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