10 de mayo de 2007

- NUESTRO DICCIONARIO -




Escraches

En la prensa internacional de los últimos años se describió al "escrache" como un raro fenómeno típicamente argentino. Ese incordio tan eufónico nada agrega de nuevo a los incuestionables méritos lingüísticos del Río de la Plata. Menos aporta como idea de convivencia civilizada en las prácticas de la sociedad que involucra.

Con más de onomatopeya de rallador que de seres humanos o de bestias, la palabra ha vuelto a las primeras planas de los diarios. Lejos estamos de celebrarlo. Esta vez ha sido a raíz de las manifestaciones populares contra la casa del presidente de la Nación, en Río Gallegos. Voceros gubernamentales, y más tarde el propio Presidente, denunciaron que los escraches se extendieron al domicilio de su madre, de 86 años.

La oposición, que se ha mostrado tan activa en el terruño del Presidente, ha rechazado esta última imputación. Supongamos, sin embargo, que ella haya estado debidamente fundada, como dice el Gobierno. Vale la pena realizar ese ejercicio que bajo ningún punto de vista hubiera podido resistir aquella otra cuestión reciente de un imaginario atentado contra la casa del Presidente, por parte del conductor de un camión que volcó y a quien los médicos no vacilaron en declarar enajenado.

Es síntoma de la psicología social de la Argentina de hoy que, salvo las voces más empinadas del oficialismo, casi no haya habido expresiones de condena contra lo sucedido frente al domicilio privado, poco importa si deshabitado o no, del jefe del Estado. El escrache es un acto de violencia moral contra las personas o las instituciones. La defensa de los derechos humanos no se agota en la preservación de la integridad física de los individuos y de los bienes; debe extenderse a la protección de la intimidad y del espacio espiritual que les pertenece. Los seres superiores siempre han considerado más valioso el honor que la vida.

Aquel fenómeno argentino, según lo califica así la prensa internacional, desacredita en lo más profundo a una sociedad. En la jerga orillera alimentada por la inmigración francesa e italiana, "escrachado" ha sido, desde tiempo inmemorial, alguien de averías, de quien la policía ha tomado al fin debido conocimiento, ha conseguido fotografiarlo. También puede tratarse de la situación de un perseguido político. Llegado el caso, nadie se salva de la alevosía destilada por la voz escrache y sus derivaciones. Para la mujer es agravio imperdonable saberse considerada escrache por varones que divagan en charlas de café. Son palabras que lastiman; ése es su objeto.

Lingüistas italianos han dictaminado que escrache sugiere un sputtanamento , un descrédito. ¿Es admisible, en los términos en que lo conocemos de acoso colectivo, que ese sputtanamento , esa voluntad de desacreditar a personas, se realice, ante el silencio general, con la fuerza de hábito con el cual se ha propagado hasta los confines de la República, como se ha visto en Río Gallegos?

Supongamos, como decíamos, que esta vez el Gobierno ha dicho la verdad; que ha habido, en efecto, un escrache contra la madre del Presidente. ¿Cómo no entender, si así hubiera sido, la reacción de cólera del hijo?

¿Pero cómo no entender, también, la herida que es posible inferir a otras madres, a esposas, a hijos, cuando alegre e irresponsablemente se organizan otros escraches? ¿No han sufrido, acaso, humillación las personas vinculadas por lazos íntimos y hasta por la convivencia con tantas personalidades públicas contra las que se han dirigido agravios a través de este fenómeno, por así decirlo, tan argentino?

¿Qué sintieron, si no, en su momento los seres más próximos a Ricardo López Murphy, a Aníbal Ibarra, ex jefe de gobierno de la ciudad, o, más recientemente, al juez Alfredo Bisordi? ¿Se atrevería a desmentir el Gobierno que nunca se alentaron desde sus filas hechos de esa ralea? ¿De dónde habían salido los sujetos que hace un par de años escracharon a los funcionarios de Shell o de dónde partieron las amenazas de hacerlo contra el ingeniero Juan Carlos Blumberg, cuándo éste convocaba a un acto público en reclamo de mayor seguridad para todos?

En nombre de un progresismo del que muchas veces no se tiene idea se han estado haciendo en el país manifestaciones fascistas. Cómo olvidar que en los territorios dominados por el nazismo se marcaban -y escrachar es marcar- las casas de familias judías; se grababa con números el cuerpo mismo de hombres, mujeres y niños.

La Academia Argentina de Letras ha definido al escrache como una "denuncia popular en contra de personas acusadas de violaciones a los derechos humanos o de corrupción, que se realiza mediante actos tales como sentadas, cánticos o pintadas, frente a domicilios particulares o en lugares públicos". Se trata de una caracterización incompleta, porque un hecho de esa naturaleza puede volverse contra cualquiera, en cualquier circunstancia y por cualquier motivo si se dispone de la fuerza suficiente para realizarlo o si el Estado no hace nada para impedirlo, lo que sería equivalente.

Como fenómeno social, el escrache refleja el grado de baja prestancia con el que se desenvuelven las instituciones de un país. Las sociedades que confían en la independencia y la solvencia moral de la Justicia apelan a ella, antes de lanzarse a las calles para condenar y castigar por sí a quienes consideran culpables de sus males. A los efectos ordinarios de ese fenómeno, con el cual el país ha atraído la atención del mundo, se ha añadido ahora otro más: el de la afectación de la investidura presidencial, con lo grave que eso significa.

Es hora, pues, de que el Gobierno comience con sus mensajes y conducta a desalentar cualquier desmesura pública en gestos, palabras o hechos. Nadie saldría ganancioso si lo contrario se constituyera en irremediable endemia nacional.

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