29 de mayo de 2007
- VIOLENCIA -
Violentango
Por Alina Diaconú
Para LA NACION
"La violencia crea más problemas
sociales que los que resuelve"
Martin Luther King
Caricatura: Alfredo Sabat
Es el título de un tango compuesto por Piazzolla en los años 70, antes de la sombría dictadura, pero cuando la violencia social ya se hacía sentir en las calles de Buenos Aires. Escuchamos por primera vez Violentango en una sala de un subsuelo porteño, y luego en el magnífico disco Reunión cumbre , donde Astor (bandoneón) compartía con Gerry Mulligan (saxo barítono) la interpretación de sus tangos transgresores.
Ya pasaron más de treinta años desde entonces, y Violentango parece haber sido una pieza titulada proféticamente por el genial músico que fue Piazzolla.
La violencia actual en la ciudad de Buenos Aires nos espanta a todos y se ha vuelto casi insoportable. Así como están las cosas, tendríamos que invocar a nuestro ángel de la guarda cada vez que salimos a la calle. Cortes diarios en las calles del Centro, agitadores con caras tapadas, con piedras y palos en las manos, manifestaciones extorsivas, agresividad en el transporte público y en las canchas de fútbol ya son parte de nuestra cotidianidad. Las ambulancias y los patrulleros ululan. Cuando no hay un choque de autos o de motos, de colectivos o camiones, hay un robo, un asalto, un secuestro, una toma de rehenes, arrebatos de "motochorros", delincuentes que, además de asesinos y ladrones, son borrachos y, las más de las veces, drogadictos. Y, muy recientemente, nos encontramos hasta con un violento enfrentamiento de alumnos de la secundaria en una guerra de colegios que se libraba ante nuestros ojos azorados, en el barrio de Caballito.
Vivimos en el caos. No hay reglas, ni controles, ni racionalidad, lo cual produce un estado de irritación permanente en prácticamente todos nosotros, los ciudadanos que queremos trabajar, vivir y dormir tranquilos. Buenos Aires, como otras grandes urbes, es hoy el reino de la inseguridad y de la insania. Nadie calma el miedo ni la inquietud que nos acechan. Dentro de la ley, nadie nos protege. Estamos siempre a la defensiva y vemos cómo la locura estalla por doquier. Surgen, aquí y allá, personas que ante la menor agresión quieren hacer justicia por mano propia. Aparecen reacciones desmedidas e intempestivas de individuos aparentemente centrados que se sienten atacados y se enardecen, desbordándose en su actuar. Hasta los niños se agreden a pedradas. La provocación cunde y las respuestas irreflexivas, también.
¿Qué se hace con todo esto? La democracia no significa debilidad. La democracia debe encontrar respuesta a este "violentango" que está resonando diariamente en nuestros oídos. Estamos metidos en este baile hasta el tuétano. Estamos bailando un baile que no nos gusta y que nada tiene que ver con el inocente tango de nuestros ancestros.
Es cierto que la violencia social es un flagelo mundial. El reciente caso de Virginia, en los Estados Unidos, es una prueba más de este brote de ira, de destrucción y de autodestrucción que nos deja boquiabiertos.
¿Cuáles son las causas de tanta agresividad? ¿La violencia doméstica, que culmina en el maltrato y el abuso? ¿La marginalidad, donde subyacen temas económico-sociales que parecen insolubles? ¿La tremenda falta de equidad en el reparto de los recursos? ¿Años y años de ver series y películas violentas? ¿La implicancia de los juegos electrónicos, que, sin lugar a dudas, trastocan la mente de los niños y los adolescentes y exacerban la competencia? ¿Las crecientes secuelas de la droga, cuyo consumo va en aumento en todos los sectores de nuestra sociedad? A todo esto, que es moneda corriente, ¿se le busca, realmente, la solución?
La solución no viene con discursos autoritarios desde el poder, con resentimiento y demagogia, pregonando odios ni repartiendo dádivas. Ni con una permisividad ilimitada. Ni con el fomento de un miedo larval y de una desconfianza que sirven para manipular mejor a la gente. El enojo desde arriba posibilita el enojo de abajo, porque el poder es siempre ejemplificador. Lo es para los adultos, para los jóvenes y hasta para los chicos.
Transcribimos un fragmento de un artículo de New Scientist (Londres), de Hellen Phillips, reproducido en este diario y referido a algunos de los efectos de la era electrónica . "Albert Bandura, de la Universidad de Stanford, hizo que niños de preescolar vieran cortometrajes en los que un hombre golpeaba a un payaso de plástico; otro grupo vio una película con imágenes inocuas. A continuación se les permitió jugar con distintos juguetes, incluyendo un payaso de plástico. Aquellos que habían visto el film violento copiaron la forma de golpear al payaso, e incluso acompañaron la paliza con las palabras pronunciadas por el hombre en la película. El estudio mostró cómo los niños imitan los actos de violencia en sus más precisos detalles."
Lo vemos hoy a todas luces entre los alumnos rivales de un barrio típico de clase media de nuestra ciudad.
Los niños imitan a los grandes; los grandes imitan a otros grandes que tienen más prédica y autoridad. Y así sucesivamente. No hay que ser psicólogo para saber que la violencia proviene de los paradigmas familiares y de la educación: cuando hay violencia alrededor de uno, uno se vuelve también violento. Si, en cambio, los padres enseñaran los valores y fueran ellos mismos los que los pusieran en práctica, todo sería muy distinto. Hermann Hesse escribió: "El agua es más fuerte que la roca; el amor es más fuerte que la violencia".
En los años 70 Piazzolla compuso Violentango , pero también Libertango , un tango célebre, que es un himno a la expansión, al amor, a la creatividad, a la libertad. Que nos insufla otros ideales, otros sueños, otras realidades posibles.
Gandhi, el pacifista, que de violencia humana sabía mucho y que gracias a su famosa resistencia pasiva consiguió la proeza de vencer a un imperio, sentenció: "La humanidad no puede liberarse de la violencia más que por medio de la no violencia". La semilla del odio y de la ira fue sembrada entre nosotros hace décadas. Pasó un largo tiempo en que la violencia se convirtió en el entretenimiento cotidiano de varias generaciones. Y se sigue sembrando...
Podemos cambiar. Podríamos empezar a pensar en el mañana y en el pasado mañana, sembrando a partir de ahora una semilla distinta. Una semilla mejor.
Alina Diaconú es autora de Cama de ángeles e Intimidades del ser , entre otros libros.
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